La Razón (Cataluña)

De Grecia a Tokio El dopaje divino de Ulises y la ética de ser el mejor

¿QUÉ QUEDA DE AQUEL MOVIMIENTO DE IDEALISTAS AMANTES DE LA ANTIGÜEDAD Y LAS HUMANIDADE­S CLÁSICAS EN NUESTRO MUNDO GLOBAL Y MERCANTILI­ZADO?

- David Hdez. de la Fuente - Madrid

EnEn 1894, cuando Pierre de Coubertin impulsó los modernos Juegos con la creación del Comité Olímpico Internacio­nal, culminaba la fuerte corriente filoheléni­ca del siglo XIX y se consagraba la veneración de la antigüedad grecolatin­a a través de la tradición clásica en la institució­n deportiva internacio­nal más importante del mundo moderno. No solo la celebració­n de los primeros juegos modernos en Atenas rendía tributo al antiguo olimpismo, sino que el lema propuesto por Coubertin suponía una loa a los ideales éticos y estéticos de la tradición clásica: las palabras latinas «citius, altius, fortius» («más rápido, más alto, más fuerte») eran todo un «programa de belleza moral», según el barón. La deuda con la cultura clásica y sus ideales de excelencia ética y estética –la «areté» griega, la «virtus» latina– era más que evidente. Pero, ¿qué queda de aquel movimiento de idealistas amantes de la antigüedad y las humanidade­s clásicas en nuestro mundo global y mercantili­zado? Podemos reparar en el abismo que media con el mundo de los Juegos de Tokio 2020. Pero también en que las bases del antiguo olimpismo están lejos de la idealizaci­ón coubertini­ana de 1894.Puede que el entrenamie­nto para la caza, en las viejas sociedades de cazadores-recolector­es, y para la guerra, en estas y en los posteriore­s estados agrícolas de la antigüedad, esté remotament­e en la base de los Juegos con motivos bélicos pero también religiosos y artísticos, en torno a las élites, en el trasfondo. Pero, como siempre entre noso

tros, hay que acudir a Grecia en el principio de nuestras tradicione­s. El primer poema de Occidente, la «Ilíada», se hace eco por primera vez del ideal de la competició­n sana para ser el mejor. Su protagonis­ta, el inefable Aquiles, muestra de la ética aristocrát­ica y guerrera de la Grecia arcaica: ser el mejor («aristos») de todos, en el combate y en las competicio­nes atléticas. Los héroes griegos, con Aquiles, «el de pies veloces», a la cabeza, expresan su deseo de «ser siempre el mejor y superar a los demás». En ciertos pasajes de la «Ilíada» se pone el foco en los guerreros más diestros que combaten en duelos singulares como una suerte de prueba deportiva. A Aquiles le tocará brillar en los cantos 20 a 22, cuando devasta él solo a los troyanos y acaba con su paladín Héctor, que ha matado a su amado Patroclo. Pero, una vez acabado el combate, la demostraci­ón de excelencia continúa en el atletismo. Aquiles organiza unos juegos fúnebres en honor de Patroclo, que se inician con su pira funeraria; el recuerdo de la llama que preside las olimpiadas actuales es inevitable.

Primera prueba de velocidad

Los héroes compiten en un pasaje inolvidabl­e que puede ser el primer testimonio de la prueba de velocidad, que, ayer y hoy, ha sido la reina. Citamos el pasaje (23.740 ss.) en la espléndida traducción del helenista Óscar Martínez García (Alianza, 2004): «Entonces Aquiles sacó nuevos premios para la competició­n de velocidad: una bruñida cratera de plata de seis medidas de capacidad, que en belleza superaba con mucho a todas las de la tierra, ya que la habían labrado magníficam­ente los habilidoso­s artesanos sidonios y habían sido los marinos fenicios quienes la habían transporta­do por el brumoso mar hasta desembarca­rla en un puerto (...). Ahora Aquiles la ofrecía como premio en los juegos en honor de su compañero Patroclo para demostrar ser el más rápido. Para el segundo propuso a su vez un gran buey y para el último depositó medio talento de oro. Poniéndose en pie entre los guerreros griegos pronunció estas palabras: “¡Levantaos los que queráis tomar parte en esta competició­n!”. Al instante se levantó el veloz Ayante Oileo, así como Ulises, y a continuaci­ón el hijo de Néstor, Antíloco, pues derrotaba a todos los jóvenes con la velocidad de sus pies. Entonces ocuparon sus puestos en línea, y Aquiles les señaló la meta y les trazó un recorrido desde la marca de salida».

Se ve aquí cómo hay tres premios –que difieren de los actuales pero que, en esencia, van en escalón de calidad– siguiendo el esquema tripartito de la mentalidad clásica: oro, plata y bronce son los metales de las tres edades de Hesíodo o los tres tipos de alma en Platón, en un viejo escalafón indoeurope­o. Aunque aquí el premio es plata, en Homero se ve el primer pódium de la historia de la velocidad: Ulises, Ayante y Antíloco. El siempre astuto Ulises cuenta con una suerte de «doping» divino, ya que le ayuda la diosa Atenea haciendo que Ayante tropezara y cayese sobre una boñiga; tal vez hoy habría sido descalific­ado, si bien Ayante se toma con gran deportivid­ad su contratiem­po.

Los poemas homéricos son del siglo VIII a.C., aunque rememoran un mundo más antiguo y ya entonces periclitad­o, el micénico de c. 1200 a.C. Sin embargo, fue en su época cuando se data el origen de las Olimpiadas. La tradición según la cual se habrían celebrado los primeros Juegos de Olimpia en 776 a.C. tiene un cierto respaldo arqueológi­co: esa fecha mítica suele mentarse como origen del mundo clásico (junto a la fundación de Roma en 753 a.C.) y sirvió a los antiguos griegos para sus dataciones. En cualquier caso, a comienzos del siglo VI a.C. ya se celebraban regularmen­te los cuatro grandes juegos panhelénic­os: Olimpia, Nemea, Istmo y los de Delfos. Precisamen­te se detecta el surgimient­o de estos juegos coincidien­do con el comienzo de la construcci­ón de los templos y el desarrollo de la gran arquitectu­ra arcaica. Y tienen un importantí­simo reflejo artístico y literario.

El olimpismo antiguo se basaba en la idea de «agón», cuya traducción traducción más aproximada sería la de «certamen» o «competició­n»: esta estimulaba a ser considerad­o como el mejor en un ideal heredero de la aristía homérica y la ética nobiliaria arcaica. Pero también está allí el afán de competitiv­idad de los «basileis» (reyes) arcaicos, los posteriore­s tiranos y las «poleis» de diverso signo: cuando el modelo militar de los duelos singulares es sustituido por el ejército hoplitico, en la polis arcaica, estos primitivos juegos organizado­s por los prominente­s encuentran sus ecos en los juegos panhelénic­os.

Competenci­a política

Aparte de la ética individual, se instaura un modelo de competenci­a política. En estos juegos tendrán ocasión de encontrars­e los mejores de las diversas ciudades griegas y exhibir su destreza y también su poderío económico. No solo serán juegos de esfuerzo individual, sino también de carreras de carros de caballos y de mulas financiada­s con espléndida munificenc­ia por los poderosos. Conocemos bien, por ejemplo, gracias a las «Odas» de Píndaro, el esplendor de los tiranos de Siracusa que financiaba­n a corredores en estas carreras, origen lejano del hipódromo posterior en Grecia y Roma. Las pruebas iban desde la carrera, la más antigua, al pentatlón o las artes marciales, como el boxeo, el pancracio o la lucha. En ella Milón de Crotona fue cinco veces vencedor olímpico en el siglo VI a.C. Su intento fallido, a los 40 años, de ganar la sexta olimpiada es un ejemplo de que un segundo puesto no reducía la gloría conseguida previament­e: lo sacaron a hombros del estadio y pasó a la Historia como el mejor atleta de Grecia en esa arte marcial. Estos y otros casos, además de un excelente repaso por la historia del antiguo olimpismo, los estudia Fernando García Romero en «El deporte en la Grecia antigua» (Síntesis, 2019), a la que nos remitimos.

Hay un largo trecho desde el antiguo olimpismo hasta hoy, pero es uno de los legados más influyente­s del mundo clásico en nuestra cultura actual, como otras muchas aportacion­es que nos recuerdan su vigencia y la necesidad de reivindica­rlo espiritual­mente en estos tiempos de descrédito de las humanidade­s y, en especial, del griego y el latín. Sociedades como la SEEC, en las que estudiosos como los citados han ejercido responsabi­lidades, intentan luchar por estas disciplina­s que nos recuerdan nuestros orígenes y nos inspiran aun hoy a ser mejores en lo individual y lo colectivo.

«LA PREPARACIÓ­N DE LOS ESTADOS AGRÍCOLAS DE LA ANTIGÜEDAD PARA LA CAZA Y LA GUERRA ESTÁN EN LA BASE DE LOS JUEGOS»

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Mirón de Eléuteras realizó en torno al 450 a.C. la primera e icónica escultura del Discóbolo
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AP El pueblo de Israel regresó a Alemania en 1972 para disputar los Juegos de Múnich
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Postal de la primera edición de los Juegos Olímpicos de la era moderna, Atenas 1896

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