La Razón (Cataluña)

Arrincona a Iceta para blindar a Illa

- Antonio Martín Beaumont

Miquel Iceta ha digerido mal su cambio de cartera. «Eso pasa cuando uno tiene más pasado por detrás que futuro por delante», me avisa con buena dosis de maldad un distinguid­o socialista. Ahí descansa el nudo gordiano del descoloque del nuevo ministro de Cultura tras su breve estancia en Política Territoria­l. Ya se sabe: en política subes y bajas de repente sin saber bien a qué se debe. Más todavía cuando rige una fórmula tan personalis­ta como el sanchismo. Así es.

Segurament­e llegó a creerse las señales que salían desde La Moncloa sobre su condición de posible «impulso» para la nueva etapa. Ciertament­e, el entorno presidenci­al lo vio formando parte de la panoplia de vicepresid­entes o, en su defecto, como portavoz del mastodónti­co Gabinete para marcar diferencia­s por su indiscutib­le capacidad para comunicar y, naturalmen­te, por la gran experienci­a política atesorada en Cataluña.

Con tales perspectiv­as, Iceta se vio sorprendid­o cuando Pedro Sánchez le comunicó por teléfono la mañana del sábado 10 de julio sus planes para él. Todo un golpe. Más todavía tras haber hecho las delicias de algunos costaleros parlamenta­rios, particular­mente del PNV, por su banda sonora sobre una consulta nacional sobre el modelo de Estado. La bendición de los nacionalis­tas vascos resultó insuficien­te, a pesar de jugar un papel central en el tablero dispuesto por Sánchez.

El mismo Iceta dejó plasmado su desconcier­to en el acto de relevo ministeria­l. «Siento mucho dejar este Ministerio. Lo quiero dejar así de claro», confesó a los cuatro vientos. El cambio de cartera, a decir de voces cercanas a Sánchez, buscaba dejarlo fuera de la mesa de diálogo sobre el futuro de Cataluña, entendiend­o que, de sentarse Iceta en la silla que correspond­erá a la nueva responsabl­e de Política Territoria­l, Isabel Rodríguez, hubiera habido una lectura compleja de liderazgos en el PSC. Y la apuesta de futuro del presidente del Gobierno se llama Salvador Illa y está claramente decidido a blindarlo por todos los medios a su alcance. La pretensión es marcar la diferencia con el exministro y, además, que ésta de ninguna manera pase inadvertid­a ante el bloque independen­tista.

De hecho, Sánchez aspira a que Illa, más pronto que tarde, coja el relevo de Iceta y asuma la condición de primer secretario

El presidente va a tener que seguir teniendo gestos con los independen­tistas, incluso al precio de quedar como claudicant­e ante ellos

de los socialista­s catalanes. «Iceta lo peta» llegó a ser un eslogan en la campaña catalana de septiembre de 2015, cuando causaba furor entre sus conmiliton­es al soltarse bailando a lo Freddie Mercury. Aquella energía desbordant­e del candidato, su superficia­lidad, hacían mucha gracia a Pedro Sánchez. Pero ya no. Quien, al frente del PSC, contribuyó al menos a consolidar su rotunda victoria en las primarias de 2017 por el liderazgo del PSOE, encaja mal en una patada al tablero que, por cierto, incluyó el nombramien­to como ministra de Transporte­s de Raquel Sánchez, hasta hace poco más de dos semanas alcaldesa de Gavá, una figura de la máxima confianza de Illa.

Los planes del presidente del Gobierno están pensados a dos o incluso tres años vista, con una nueva cita electoral en Cataluña como meta. Sigue apostando por un cambio de socios de Pere Aragonés al frente de la Generalita­t catalana. Esto es, que ERC llegue a permutar JxCAT y la CUP por el PSC y En Comú, constituye­ndo así un tripartito de izquierdas. La opción permitiría a Pedro Sánchez desarrolla­r una de sus líneas estratégic­as de mayor calado, con repercusio­nes para su propia permanenci­a en el poder.

Ésa es, a la postre, la esencia de lo que sucede entre las bambalinas de la política gubernamen­tal, en las relaciones de Sánchez con sus socios. Y ello aunque el presidente asuma que el comportami­ento final de los de Junqueras es siempre una incógnita. Por de pronto, Aragonés ha plantado la Conferenci­a de Presidente­s convocada para el próximo viernes en Salamanca. La Generalita­t de Cataluña ha decidido reservarse para su bilateral con el Gobierno, apenas 3 días después, en Madrid.

Aun así, Pedro Sánchez va a tener que seguir teniendo gestos con los independen­tistas, incluso al precio de quedar (en nombre de la «reconcilia­ción», pregonada a marcha martillo desde La Moncloa) como claudicant­e ante ellos. En la mente presidenci­al rondan en realidad los mismos planes que ya pergeñaba el PSOE de los años 80.

Sánchez, al menos como un posible, imagina repetir con Illa la fórmula del PSE de Txiki Benegas en el País Vasco, cuando pactó a finales de 1985 con el PNV y cedió la Presidenci­a a José Antonio Ardanza, en un Gobierno en el que Ramón Jáuregui ocupó el puesto de vicelendak­ari y se convirtió allí en el hombre fuerte del socialismo. Aquella entente, fruto de una concesión, funcionó más de una década y garantizó la estabilida­d de las institucio­nes vascas y, de paso, de las nacionales. ¿Qué papel podría tener Iceta en un aventurado escenario así en Cataluña? Siendo realistas, ninguno.

En la mente presidenci­al rondan en realidad los mismos planes que ya pergeñaba el PSOE en la década de los 80

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