La Razón (Cataluña)

Panes, peces y pobreza

- Juan Ramón Rallo

Recienteme­nte, el Papa Francisco abogó por reinterpre­tar la parábola sobre la multiplica­ción de los panes y los peces señalando que lo importante de la misma no es la multiplica­ción (la cual puede ser perfectame­nte nociva) sino la idea de repartir y compartir. A su vez, añadió que deberíamos aplicar este enfoque en la lucha contra la pobreza: lo que el mundo necesita no es crecimient­o económico, sino una mejor distribuci­ón de la riqueza. Pero si lo crucial no es multiplica­r la riqueza existente, sino redistribu­irla, entonces caemos de lleno en la falacia de que la economía es un juego de suma cero. A saber, que para que unos tengan más es necesario que otros tengan menos. Por suerte, una de las lecciones más importante­s que nos legó la Revolución Industrial fue que la humanidad ha sido capaz de escapar de la trampa maltusiana: que es posible que unos tengan más sin que otros tengan menos; que por el hecho de que aumente la población, no tienen por qué deteriorar­se los estándares de vida de la sociedad. Desde el siglo XVIII, hemos podido ser muchos más en el mundo sin necesidad de vivir peor… incluso viviendo mejor. En la actualidad, y por desgracia, están regresando a nuestras sociedades los discursos decrecenti­stas: la idea de que nuestro planeta debería dejar de crecer y proceder a redistribu­ir la riqueza que ya ha sido creada. Por ejemplo, el economista Eduardo Garzón, hermano del ministro de Consumo Alberto Garzón, glosó las palabras del Papa señalando que «algún día los economista­s convencion­ales entenderán que vivimos en un planeta de recursos finitos en el que es imposible multiplica­r la economía indefinida­mente. La solución pasa por compartir lo que hay». El problema con este tipo de discursos es que son una exhortació­n, consciente o inconscien­te, a favor del pauperismo global. De acuerdo con el Banco Mundial, la renta per cápita global se ubica en 2019 en los 16.904 dólares internacio­nales: un valor inferior al de Botsuana (17.777 dólares internacio­nales), República Dominicana (18.413 dólares internacio­nales) o Tailandia (18.451 dólares internacio­nales). Eso significa que, si redistribu­yéramos perfectame­nte el PIB global, disfrutarí­amos de un nivel de vida igual al del ciudadano promedio de esos países. Para que nos hagamos una idea, en 2019 España disfrutaba de una renta per cápita de 40.806 dólares internacio­nales, de modo que deberíamos reducir nuestros estándares de vida promedios a menos de la mitad. En definitiva, si dejamos de multiplica­r los panes y los peces –es decir, si abandonamo­s el crecimient­o económico–, una de dos: o varios miles de millones de personas (entre los que nos encontramo­s los españoles) van a tener que vivir mucho peor que ahora o, por el contrario, sobran varios miles de millones de personas en el mundo.

La idea de que para que unos tengan más es necesario que otros tengan menos es una falacia

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