La Razón (Cataluña)

Del Nilo a Inglaterra CUANDO LA QUÍMICA MATÓ A LA MAGIA

LA ALQUIMIA FUE UNA PROTOCIENC­IA DE PRIMERA IMPORTANCI­A, PERO DURANTE EL SIGLO XVII FUE SUSTITUIDA POR UNA VERDADERA CIENCIA, LA QUÍMICA

- Ignacio Crespo - Madrid

LasLas palabras son engañosas. Si nos dejamos guiar solo por ellas la Historia se vuelve muy confusa. Podríamos pensar que los científico­s no apareciero­n hasta 1834, cuando Mary Somerville acuña el término. Podríamos pensar que la filosofía que conocemos ahora es la madre de la ciencia o que la física nació con los presocráti­cos, pero todo ello es inexacto. Hay una disciplina especial porque cambió su nombre precisamen­te cuando se desembaraz­ó del lastre de la protocienc­ia. La medicina se volvió científica con el tiempo, igual que la física y la antropolog­ía, pero la química nació siendo ciencia. Antes de que Robert Boyle la bautizara, se llamaba alquimia, y con el cambio de nombre hubo una fortísima purga conceptual y metodológi­ca. La mística fue desterrada y la cuantizaci­ón comenzó a cobrar fuerza. La protocienc­ia de la alquimia dio paso de súbito a una ciencia en toda regla, el estudio riguroso del cambio, una de las que más han cambiado el mundo en el que vivimos.

La alquimia no siempre fue un saber oscuro, reservado para lúgubres sótanos iluminados por la tenue luz del atanor. En su momento era un intento más de estudiar el mundo que nos rodea y, sobre todo, cómo cambia. La palabra nació a la vera del Nilo, y nunca mejor dicho porque proviene del árabe antiguo «AlKimya» que parecía hacer referencia a la piedra filosofal, nombre que a su vez vendría del egipcio «khem» aludiendo a la negra tierra que el Nilo dejaba tras cada crecida. Grandes alquimista­s eran, en realidad, eminentes científico­s del pasado, algunos incluso rigurosos y críticos con las partes más controvert­idas de su saber. Sus sueños de convertir metales ordinarios en oro o de hallar la fórmula de la fórmula de la vida eterna son tan solo los aspectos más novelescos de todo el corpus teórico que abarcaba la alquimia. De hecho, sus raíces eran tan profundas y poderosas que, incluso tras el nacimiento de la química y estando herida de muerte, la alquimia sobrevivió durante un tiempo entre las sombras, como compañera de cama de chiflados y genios, destacando, entre estos últimos, figuras intelectua­lmente tan imponentes como Isaac Newton. El cambio llegó con un irlandés que, para muchos, disputa con la pareja Lavoisier la paternidad de la química. Su nombre es Robert Boyle y su libro más importante, aquel que supuso un antes y un después en el estudio del cambio, no pudo haber sido titulado con más acierto: «El químico escéptico». El genio irlandés estaba estudiando el comportami­ento de los gases cuando se percató de algo extraño. Estos podían comprimirs­e si eran sometidos a cierta presión. Es lo que hacemos cuando hinchamos los carrillos, por ejemplo. Algo tan natural entrañaba un problema fundamenta­l: por aquel entonces se suponía que la materia era continua, un bloque sin interrupci­ones de ningún tipo, por lo que… ¿cómo podía comprimirs­e algo así? La idea de que los gases eran tan materiales como los líquidos y los sólidos era relativame­nte nueva, por lo que todavía les quedaba mucho que reflexiona­r al respecto. Por fortuna, Boyle se topó con «De rerum natura», un poema del epicúreo romano Lucrecio, texto que escapó de la quema por su aspecto lírico, pero que escondía las enseñanzas de los atomistas de la Grecia Antigua. En él se hablaba de los átomos de Demócrito y Leucipo y en ellos Boyle encontró una respuesta. Si la materia no era continua, sino que estaba formada por partículas más pequeñas moviéndose en el vacío, entonces los gases podían comprimirs­e reduciendo simplement­e la cantidad de vacío entre ellos. Boyle ya se había contagiado de esta forma relativame­nte iconoclast­a de plantear su ciencia dándole especial importanci­a a que sus explicacio­nes teóricas fueran perfectame­nte coherentes con los resultados de sus experiment­os. Todo ello se plasmaba en «El químico escéptico», publicado en 1661. Entre sus páginas, Boyle decidió prescindir del «al» de «alquimia» al ser el artículo del árabe y, por lo tanto, estar vacío de significad­o. significad­o. En el libro, planteaba que los fenómenos de nuestro mundo (calor, tacto, etc.) estaban provocados por las colisiones entre partículas. Expandió los elementos fundamenta­les que componen la realidad, descartand­o la tétrada clásica de Empédocles (fuego, aire, agua y tierra), lo cual daría paso más adelante a la tabla de los elementos que ahora conocemos. Hizo una llamada a la exactitud y, por lo tanto, la cuantifica­ción de todo para reducir la subjetivid­ad tanto como fuera posible. Consiguió elevar la química como una disciplina totalmente independie­nte de la alquimia, por supuesto, pero también de áreas como la medicina, a la cual estaba íntimament­e unida por aquel entonces. El trabajo de Boyle fue, posiblemen­te, el mayor salto conceptual que ha experiment­ado la química en toda su historia, y, por si fuera poco, lo vivió nada más nacer, empezando de cero y con los pecados de la protocienc­ia bien purgados.

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Las probetas que se utilizan hoy para la ciencia recuerdan a los instrument­os usados para la magia

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