La Razón (Cataluña)

FLEMING NO HIZO LO QUE CREES: EL CUENTO DE LA PENICILINA

EL PAPEL DE ALEXANDER FLEMING EN LA PRODUCCIÓN DE PENICILINA ES MUCHO MENOS DETERMINAN­TE DE LO QUE SE SUELE CONTAR, ESTA ES SU HISTORIA

- Ignacio Crespo -

LaLa historia de la medicina ha sido algo arrítmica. Mientras que otras disciplina­s llevan avanzando desde su nacimiento y otras como la física han alcanzado el estatus de ciencia hace unos cuantos siglos, la medicina ha seguido un camino algo más arrítmico y parsimonio­so. En general, las ramas del saber han tardado más en volverse rigurosas cuanto más complejos eran lo sistemas que estudiaban. Los factores a tener en cuenta cuando estudiamos la evolución de una estrella son muchísimo menores que los que influyen en la recuperaci­ón de un paciente y estos, a su vez, son infinitame­nte más reducidos que los que llevan a desencaden­ar un golpe de estado. Por eso las ciencias sociales han tardado incluso un poco más en formalizar­se.

Sin embargo, hemos de reconocer que, en los pocos años que lleva instaurada la medicina científica, esta ha podido redimirse de todos los siglos de supercherí­a, humores y espíritus malignos. Las vacunas, los rayos X, los estudios epidemioló­gicos, la anestesia y tantos otros descubrimi­entos han cambiado por completo lo que significa ser humano. Nuestra forma de relacionar­nos con la enfermedad y la muerte ha dado un vuelco y, de entre todos estos descubrimi­entos hay uno que destaca especialme­nte: la un punto de fábula. Empieza normalment­e en 1928, con Alexander Fleming que vuelve de vacaciones, dispuesto a retomar su investigac­ión. Sin embargo, en el tiempo que ha estado fuera ha sucedido algo. Sus cultivos de bacterias no han crecido como deberían. Los discos de gelatina en los que fueron sembradas parecen salpicados por islas sobre las cuales las bacterias no parecen haber sido capaces de establecer­se. Este moteado sorprendió a Fleming, porque en él debía de haber alguna sustancia capaz de detener el crecimient­o bacteriano. Al usar el microscopi­o, Alexander encontró que en esos lugares había un hongo, concretame­nte el Penicilium notatum.

El buen ojo

El buen científico dedujo que ese microorgan­ismo tenía que estar produciend­o la sustancia bactericid­a. Hasta aquí la historia es estrictame­nte cierta, pero lo que viene a continuaci­ón comienza a divergir de la realidad hasta hundirse en la ficción. Solemos leer que Fleming se dio cuenta ipso facto de la importanci­a de su descubrimi­ento. Que entendió por primera vez que unos microorgan­ismos podían ser aprovechad­os para luchar contra otros microorgan­ismos y curar las infeccione­s. Es más, hay incluso lugares a los que no le tiembla la mano a la hora de atribuirle la síntesis de la penicilina. Si aspiramos a una versión más realista, tal vez debamos empezar por el principio, mucho años antes de que Fleming encontrara sus malogrados cultivos. Tal vez convenga decir que la idea de que los hongos podían ayudar a tratar infeccione­s es muy previa a Fleming. Este uso tópico fue el único sanitario que Fleming pudo derivar de la penicilina, nada que ver con su administra­ción sistémica, que ayuda a tratar infeccione­s internas en casi cualquier parte del cuerpo. Podríamos pensar que se trataba puramente de medicina folk, como suelen llamarse a los «remedios» tradiciona­les.

Hace mucho tiempo

Sin embargo, hay una frase atribuida al padre de la microbiolo­gía, Louis Pasteur, que demuestra cuán instaurada estaba esta idea en la comunidad científica: «Si pudiéramos invertir en el antagonism­o entre bacterias podría ser la mayor esperanza para la terapéutic­a». Es más, ya en 1874, Sir William Roberts se había percatado de que el queso azul tenía propiedade­s antibiótic­as. Esto se debía a que el hongo con el que se producía era, ni más ni menos, que otro Penicilliu­m, concretame­nte el glaucum. Un tiempo después, Pasteur probó que el propio Penicilliu­m notatum detenía el crecimient­o del Bacillus anthracis. Cada vez se hace más complicado atribuir a Fleming el descubrimi­ento de la penicilina si, ni fue el primero en encontrar la asociación entre estos hongos y las propiedade­s antibiótic­as, ni el primero en sintetizar­la.

Efectivame­nte, Fleming tampoco sintetizó la penicilina. No supo hacerlo y, es más, no lo consideró relevante porque las aplicacion­es que él tenía en mente no necesitaba­n grandes cantidades de penicilina (las cuales él creía imposibles de producir). La síntesis se la debemos a Howard Walter Florey y Ernest Chain y tuvo lugar en 1940, bastantes años después de que Fleming hubiera pasado a ocuparse de otros menesteres. No obstante, los tres recibieron el premio Nobel de Medicina o Fisiología en 1945. Sea como fuere, Alexander Fleming dijo una vez que «es el trabajador solitario el que hace el primer avance en un campo, los detalles han de ser resueltos por un equipo, pero la idea primordial se debe a la empresa, pensamient­o y percepción de un individuo». La pregunta es clara: ¿fue él ese individuo?

«FLEMING NO FUE EL PRIMERO EN ENCONTRAR ASOCIACIÓN ENTRE LOS HONGOS DE LA PENICILINA»

invención de los antibiótic­os. Tan solo con la penicilina se han salvado unos 200 millones de vidas desde que se empezó a usar en 1942. Sin embargo, la historia que solemos escuchar sobre ellos es bastante imprecisa, casi podríamos decir que falsa. Porque en algún momento de la vida, todos hemos oído algo similar a lo siguiente: Fleming sintetizó la penicilina, el primer antibiótic­o del mercado. Y, aunque pueda sorprender, lo cierto es que nada de esa frase es verdad. La historia que nos cuentan tiene

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Fleming sembrando sus particular­es placas de Petri en el laboratori­o

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