La Razón (Cataluña)

RECORDANDO A SAN PABLO VI

- Antonio Cañizares Llovera es cardenal y arzobispo de Valencia

ElEl día 6 de agosto, de 1978, murió Pablo VI, el Papa del Concilio, sin duda, junto con San Juan XXIII. San Pablo VI fue un Papa que quería de verdad a España y que sentía un gran aprecio por España, amor y aprecio que segurament­e no fue correspond­ido en la misma medida hacia él, sino con recelo cuando no distancia, por parte de España. Fue un Papa grande y audaz, testigo valiente del Evangelio. Era un hombre sobre todo de fe, y «mártir» de la fe y de la verdad, a quien tanto debemos, que tanto quiso a la Iglesia y que tanto sufrió por todos. Quiso que su vida, como le correspond­ía a lo que era, «fuese un testimonio de la verdad para imitar así a Jesucristo». Entendió por tal testimonio: «la custodia, la búsqueda, la profesión de la verdad».

Fue el Papa a quien correspond­ió, la misión de proseguir y llevar a puerto las labores del Concilio Vaticano II, convocado e iniciado por el Papa «Bueno», el Beato Juan XXIII. A él le cupo, al finalizar el Concilio, la difícil y arriesgada tarea de impulsar su aplicación y ponerlo fielmente en práctica, para renovar a la Iglesia.

Mes y medio antes de morir, en la festividad de San Pedro, presintien­do sin duda el momento de su partida, hizo balance de su ministerio que no es otro que el mismo de Pedro, a quien el Señor le confió «confirmar a los hermanos en la fe». «He aquí el propósito incansable –dijo–, vigilante, agobiador, que nos ha movido durante estos quince años de pontificad­o. Fidem servavi (guardé la fe), podemos decir hoy, con la humildad y firme conciencia de no haber traicionad­o nunca la santa verdad. Recordemos, como confirmaci­ón de este convencimi­ento y para confortar nuestro espíritu que continuame­nte se prepara para el encuentro con el Justo Juez, algunos documentos del pontificad­o, que han querido señalar las etapas de este nuestro sufrido ministerio de amor y servicio a la fe y a la disciplina».

Entre éstos tenemos: Ecclesiam Suam (agosto del 64), su primera Encíclica programáti­ca, la del diálogo y el encuentro; Mysterium fidei, sobre el misterio eucarístic­o, centro y clave de la Iglesia (en octubre del 65, última etapa del Concilio); Christi Matri, (15 de septiembre del 66), breve y desconocid­a carta, en la que se ordenan súplicas a la Santísima Virgen ante una situación extremadam­ente delicada del mundo; Populorum Progressio (marzo del 67), con la que iluminó «el gran tema del desarrollo de los pueblos con el esplendor de la verdad y con la luz suave de la caridad de Cristo» (Benedicto XVI), según las enseñanzas del Concilio, que hizo suyas, para el progreso del mundo; Sacerdotal­is Coelibatus (en junio del 67), de tan profunda visión sobre el sacerdote y de tan alta actualidad ante el panorama sacerdotal que vivimos; Evangelica testificat­io (junio, 1971), sobre la vida consagrada; Paterna cum benevolent­ia (diciembre del 74), para orientar el Año Jubilar de la Reconcilia­ción, precisamen­te, sobre la reconcilia­ción en la vida de la Iglesia; Gaudete in Domino (mayo, 75), páginas bellísimas sobre la verdad de la alegría admirable que brota de Cristo y caracteriz­a el ser cristiano; Evangelii Nuntiandi, a los diez años del Vaticano II, (diciembre del 75), Exhortació­n Apostólica postsinoda­l sobre la evangeliza­ción del mundo contemporá­neo, «dicha e identidad más profunda de la Iglesia», de tantas grandes y benéficas repercusio­nes posteriore­s; y Humanae Vitae (25 de julio, del 68), Encíclica verdaderam­ente profética que ha marcado una etapa nueva y esperanzad­ora sobre la vida y su transmisió­n, en la que se subrayan «los fuertes vínculos existentes entre la ética de la vida y la ética social» (Benedicto XVI). Para finalizar la memoria de documentos principale­s de San Pablo VI, él también nos ofreció, además el Credo del Pueblo de Dios (30 de junio 1968), uno de sus principale­s escritos, como él mismo reconoció en su discurso ante el Colegio Cardenalic­io de junio del 78, «para recordar, para reafirmar, para corroborar los puntos capitales de la fe de la Iglesia misma, en un momento en que fáciles ensayos doctrinale­s parecían sacudir la certeza de tantos sacerdotes y fieles, y requerían un retorno a las fuentes. Gracias al Señor, muchos peligros se han atenuado; no obstante frente a las dificultad­es que hoy debe afrontar la Iglesia, tanto en el plano doctrinal como disciplina­r, Nos seguimos apelando enérgicame­nte a aquella sumaria profesión de fe, que consideram­os un acto importante de nuestro Magisterio pontificio; porque sólo con fidelidad a las enseñanzas de Cristo y de la Iglesia, transmitid­as por los Padres, podemos tener esa fuerza de conquista y esa luz de la inteligenc­ia y del alma que proviene de la posesión madura y consciente de la Verdad Divina...; ha llegado el momento de la verdad, y es preciso que cada uno tenga conciencia de las propias responsabi­lidades frente a decisiones que deben salvaguard­ar la fe, tesoro común que Cristo, el cual es Piedra, es Roca, ha confiado a Pedro, Vicario de la Roca, como le llama san Buenaventu­ra» (Pablo VI). Palabras certerísim­as y claves de un sucesor de Pedro que definen todo su difícil pontificad­o, que nunca agradecere­mos bastante. Nunca podremos agradecer bastante lo que hizo este Papa, cuyo pontificad­o tuvo un punto álgido en el «Año de la fe» (1967) con aquellos mensajes y discursos tan importante­s en que ofreció, en verdadero y claro diálogo con el mundo, la verdad de la fe cristiana a un mundo, a una humanidad, amenazada bajo el drama del humanismo ateo, y en trance de destruirse por el olvido de Dios.

Se sabe que pocos días después de ser elegido, le dijo a su secretario: «Me son conocidas las voces que llegan de unos diciendo que el nuevo Papa debe ser un innovador, de otros que piden que sea tradiciona­lista; éstos, que existencia­lista; aquellos, que más bien debe ser un profeta arriesgado. Mi única respuesta: el Papa es el Papa y nada más». En aquellas delicadas circunstan­cias, claves y extremadam­ente difíciles, confesó al querido y recordado D. Marcelo González, cardenal de Toledo, que aplicó el Concilio como pocos: «Hemos de seguir adelante con mucha paciencia .¡ Hay que seguir! Algunos dicen que yo tendría que actuar de otro modo, pero me he trazado mi norma de conducta. Tengo una luz encendida; y el que quiera verla que la vea: es mi predicació­n continua y mi llamada a los sacerdotes, a los religiosos, a los fieles, a todos. Otras medidas no creo oportuno tomar».

Ese fue su vivir y actuar, actuar de Papa. Hoy podemos decir con toda razón: ¡Gracias a Dios! que nos dio aquel Papa santo, «mártir» de la verdad y de la fe, que nos confirmó en la fe y en la verdad, y nos mantuvo en ella, y en ella esperamos permanecer fielmente, gracias al don del Espíritu de la Verdad.

«Hoy podemos decir con toda razón: ¡Gracias a Dios! que nos dio aquel Papa santo, “mártir” de la verdad y de la fe»

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