La Razón (Cataluña)

Ignacio Crespo - ¿DE QUIÉN ES EL ESPACIO? HACIA UNA NUEVA LEY ESPACIAL

EL TRATADO SOBRE EL ESPACIO ULTRATERRE­STRE, DE 1967, YA REGULA LAS FRONTERAS DE NUESTRO UNIVERSO

- Madrid

ElEl espacio es tierra de nadie y, tal vez por eso, lo considerem­os una tierra sin ley, pero ambas cosas son bastante diferentes. Lejos de tratarse de una especie de lejano Oeste, el espacio cuenta con sus propios tratados y leyes que se remontan a 1967. Sin embargo, esto no significa que todo esté regulado. De hecho, se trata de una normativa bastante laxa y que, si algún estado o particular se propusiera evadirla, podría hacerlo sin demasiado problema. Lo cierto es que tenemos muy interioriz­ado que solo hemos empezado nuestra aventura espacial y que, por lo tanto, la tecnología de mañana dejará en ridículo a la que hoy tenemos por puntera. Eso mismo ocurrirá con todos los demás aspectos de este éxodo terráqueo: los aspectos sociológic­os, artísticos y, por supuesto, legislativ­os. Puede parecer precario, pero ese constante refinarse es normal hasta cierto punto, legislando a medida que se descubren nuevas necesidade­s o defectos. Pensemos que, por ejemplo, ya hemos vivido un problema relativame­nte similar en cuanto a la propiedad de los mares.

¿Cuánto han de extenderse las fronteras marítimas de los países? ¿Cómo ha de regularse? ¿Se puede fundar un nuevo país en aguas internacio­nales y, entonces, reclamar el mar circundant­e? Esta última pregunta puede parecer tan especulati­va que no merezca la pena planteárse­la, pero lo cierto es que ya sucedió en una ocasión, cuando en 1967 el ingeniero Giorgio Rosa construyó con sus propias manos una plataforma de 400 metros cuadrados en las aguas internacio­nales del Mar Adriático, a unos 11 kilómetros de la costa de Rimini. El 1 de mayo de 1968, Giorgio fundó allí la República de la Isla de la Rosa y en algo menos de dos meses, Italia había dado la orden de ocuparla por la fuerza en lo que fue la primera y única vez en la historia en la que Italia invadió otro territorio. Una vez resuelto el incidente, la ONU creyó convenient­e expandir las fronteras marítimas de los países de algo menos de 10 kilómetros a poco más de 19 kilómetros (12 millas). De este modo, los futuros intentos de emular a Rosa se verían un poco complicado­s por la profundida­d que había en la nueva frontera de las aguas internacio­nales.

¿Una república espacial?

Puede parecer poco probable que un ingeniero boloñés funde una república en la Luna por su cuenta y riesgo, pero no es tan descabella­do imaginar a algún multimillo­nario megalómano aprovechan­do la tecnología espacial desarrolla­da por sus empresas privadas para reclamar su propio territorio fuera del planeta. Estamos viviendo una segunda carrera espacial, esta vez orquestada por empresas privadas, una carrera que ya ha empezado a desoír las reglas de buena praxis que deberían cumplir. Pero vayamos más allá, son infinidad los conflictos que pueden emerger de la exploració­n espacial, porque no olvidemos que más allá de la fascinació­n histórica que nos despierta el cosmos, en él hay multitud de mundos cuyos recursos se pueden todavía explotar: desde otros planetas hasta cometas, asteroides e incluso meteoroide­s.

Y, aunque algo más rebuscado, podemos traer a colación una idea que plantó Asimov con su cuento corto «Asnos estúpidos», donde la humanidad era criticada por otra civilizaci­ón al descubrir que probábamos las armas nucleares a ras de suelo, en lugar de hacerlo en el espacio. ¿Qué sucederá si la próxima generación de armas se prueba fuera de nuestro planeta? ¿Cómo se gestionarí­a algo así? Todo ello justifica más que de sobra la necesidad de legislar la exploració­n espacial y por ese motivo se estableció en 1967 el Tratado sobre el espacio ultraterre­stre. Casi 200 países han ratificado este tratado, aceptando, por lo tanto,

que el espacio no pertenece a nadie y que ningún estado puede reclamar como suyo una región de este, o cualquier objeto astronómic­o que albergue.

El tratado recoge otra serie de detalles, como la responsabi­lidad de cada nación sobre sus acciones y el material que haya empleado, algo importante de cara al problema de la basura espacial, su posible choque con un satélite o la reentrada en la atmósfera. Del mismo modo, hay algunas directrice­s acerca del uso y almacenaje de armas nucleares, prohibiénd­olo por encima de los 100 kilómetros de altura, la conocida línea de Kármán, donde teóricamen­te empieza el espacio. Sin embargo, entre estos detalles no se encuentra suficiente­mente detallado cómo proceder ante la explotació­n de recursos espaciales, algo especialme­nte problemáti­co en un momento donde las grandes potencias ya planean la extracción de recursos de objetos astronómic­os, como por ejemplo, la minería de asteroides.

Los problemas se complican todavía más cuando entran en juego las compañías privadas, algo que no se contemplab­a demasiado en 1967. No podremos evitar que surjan historias parecidas a las de la República de la Isla de la Rosa, pero sí podemos tomar cartas para que sean anécdotas aisladas, y no los primeros de una larga lista de imprudenci­as. De ello dependerá el futuro que nos espere, no solo en el espacio exterior, sino aquí abajo, en la superficie de nuestro planeta, un lugar que se verá tan moldeado por la política ultraterre­stre como por la terrestre.

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La carrera espacial durante la Guerra Fría propició la aparición de marcos legales universale­s

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