La Razón (Cataluña)

Bolt, Rudisha, Van Niekerk, Warholm... la carrera eterna

- Lucas Haurie

Igual que el Verbo en el Antiguo Testamento, el Atletismo –dispensará­n el exceso de mayúsculas– fue, es y será el principio de los Juegos Olímpicos, que no arrancan de verdad hasta que comienza el perfectame­nte denominado «deporte rey». Así, los devotos de las cuatro esquinas del mapa esperamos la Epifanía de cada cuatrienio, la revelación de la divinidad que adoraremos no sólo hasta la próxima edición, sino eternament­e. Porque todos los récords se terminan borrando de las tablas, para eso están, pero algunos permanecen allí donde ni el ladrón más avezado los puede arrebatar: en la memoria y en el corazón. Ayer en Tokio, fue el día de Kevin Young.

Pasado mañana, 6 de agosto, se cumplirán veintinuev­e años desde que Young, favorito para ganar el oro, derribó en Montjuïc una barrera mítica: la de los 47 segundos en los 400 metros vallas. Pese a tropezar con la última valla y ralentizar en los cuarenta metros lisos que le quedaban hasta meta, paró el reloj en 46:78, 24 centésimas más veloz que la plusmarca que otra leyenda, Edwin Moses, había establecid­o nueve años antes (47:02). España, por cierto, no se le dio bien a Moses, que perdió su récord mundial en Barcelona y en Madrid, en el estadio de Vallehermo­so, acabó la racha de 122 carreras y doce años imbatido a manos de otro compatriot­a, Danny Harris.

Nadie se había acercado al récord de Kevin Young hasta el advenimien­to de Karsten Warholm, el chico normal, el antidivo que empezó a bajar sus tiempos de forma vertiginos­a hace tres años y que el pasado 1 de julio, en Oslo –en los Bislett Games, uno de los escasos mítines de toda la vida que sobrevive en el calendario–, lo rebajó por un suspiro: 46:70. La final de ayer en Tokio, con un competidor de talla como Rai Benjamin, prometía emociones fuertes… pero la esperada plusmarca devino en homérica hazaña cuando cruzó la línea de meta: 45:94. Stephane Diagana, a quien Warholm quitó el récord de Europa (47:37), aullaba de júbilo en su puesto de comentaris­ta de la televisión francesa: «¡Es el Bob Beamon de México!»

En efecto, la gesta de Warholm lo hace ingresar directamen­te en el panteón de los mitos. Es una marca que todo el mundo recitará de memoria después de haberse batido, como ese 8,90 del saltador estadounid­ense en 1968 o el 9.69 de Bolt en Pekín o el 1:40.91 de Rudisha en Londres o el 43.03 de Van Niekerk en Río. Cada edición de los Juegos lega una marca estratosfé­rica –ahí andamos hoy enredados con el 21.34 de Florence Griffith en Seúl– y los números que definirán para siempre los de Tokio serán estos del 45.94 del vallista noruego, que lanzó una final portentosa en la que sus dos compañeros de podio, Benjamin y el brasileño Alison Dos Santos, corrieron más deprisa que Young en Barcelona. Casi treinta años después, esa carrera sigue siendo un pie para medir el 400 vallas, como ésta lo será dentro de cincuenta.

Y no es desmerecer a los medallista­s españoles ni a nuestros equipos que amenazan con alegrarnos el fin de semana. Ni son desdeñable­s los triunfos de Linda Carrington –la palista neozelande­sa que ayer ganó dos oros y mañana ganará otros dos– ni del luchador cubano Mijaín López, campeón olímpico en la misma prueba por cuarta vez consecutiv­a –sólo Michael Phelps y Carl Lewis pueden decir lo mismo–... pero es que primero está el atletismo y luego, bastante lejos, viene todo lo demás.

Los tres medallista­s del 400 vallas superaron el longevo récord (46:78) de Kevin Young en los Juegos de Barcelona

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AP La final de los 400 vallas ha sido la mejor carrera de los Juegos

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