Divididos y preparados
Cuatro años después del mayor desafío a la democracia española y a la unidad patria, el mundo separatista parece revuelto y dividido. La comisión bilateral estatutaria entre el Gobierno central y la Generalitat ha llegado a principios de acuerdo en la llamada «agenda catalana», que tendrá su prolongación en la mesa bilateral, a la que los independentistas quieren llevar los dos únicos temas que de verdad les interesan: la amnistía y la celebración de un referéndum sobre la autodeterminación catalana.
De momento, y siguiendo las pautas marcadas por el gran timonel; Jordi Pujol y su teoría del «peix al cove»; el Gobierno catalán ya ha amarrado una amplia propuesta de cesiones y una significativa reducción de la conflictividad institucional con el Gobierno español. La ampliación del aeropuerto de «El Prat», el requisito del dominio de la lengua catalana en el nuevo Pacto de Movilidad Voluntaria del Instituto Catalán de Sanidad –que es la mayor empresa pública catalana, con 39.000 empleados–; la transferencia de la gestión del MIR; la puesta en marcha de la comisión mixta de transferencias para que culmine el traspaso en becas; el compromiso de incorporar nuevos grupos de trabajo para asumir en exclusiva nuevas competencias, como la formación sanitaria o la legislación laboral, la reactivación de la comisión de asuntos económicos y fiscales, y la competencia clave de las cercanías ferroviarias.
Pero a pesar de los acuerdos, de las inversiones y promesas variadas de Pedro Sánchez, la realidad es que el independentismo parece decaído. Y su debilidad no reside en la desmovilización, sino en su división. Mientras ERC se aferra con escepticismo a la propuesta de la mesa de diálogo, a celebrar en la tercera semana de septiembre, los de Puigdemont claman por volver a la propuesta unilateral, con la insana intención de mantener el liderazgo entre el electorado independentista y no rebajar las expectativas ilusorias creadas desde el 2017.
La contundencia con la que se expresó Jordi Puigneró –el vicepresidente que se saltó todas las normativas del coronavirus en la famosa paella que organizó Pilar Rahola– al término de la reunión, advirtiendo de que si no hay avances en la resolución del conflicto catalán «es evidente que la mesa de diálogo no durará dos años» y advirtiendo que retomarán la vía unilateral si el Gobierno español no cumple los compromisos, y amenazando toscamente: «No estamos acostumbrados a que Pedro Sánchez nos venga a buscar para negociar los presupuestos, pero si viene ya pondremos el precio».
Tres temas candentes entrarán próximamente en la agenda catalana y que seguirán dividiendo a los separatistas, la gestión de los fondos europeos (Jaume Giró reclama 1.400 millones de euros de los 10.500 previstos para las comunidades autónomas), la candidatura a los Juegos Olímpicos de Invierno del próximo 2030 y la ampliación del aeropuerto de Barcelona. A estos dos últimos proyectos se oponen amplios sectores de la sociedad catalana, especialmente el de El Prat al afectar una zona de gran valor ecológico conocido como «La Ricarda», y cuyo principal opositor es otro de los socios del Gobierno catalán, los siempre radicales de la CUP.
El relato ficticio sobre la secesión sigue vivo en la sociedad catalana, que aunque parezca hastiada de muchos años de proceso, sigue permanentemente tensionada desde los medios de comunicación públicos, y dónde TV3 es el mascarón de proa de la propaganda goebbeliana. Los líderes separatistas siguen inflamando a los catalanes, a sabiendas de la necesidad de asegurar el éxito de las grandes movilizaciones del otoño, empezando con las coreografías del 11 de septiembre y terminando con las radicales del 1 de octubre.
Discuten entre ellos mientras amenazan al Gobierno de España. Divididos, pero preparándose para un próximo desafío. Obtienen nuevas prebendas y más recursos. Han aprendido de los errores pasados. Están divididos y enfrentados, pero les une el odio hacia todo lo español y su aspiración es la independencia.
Estemos también preparados. Y que Pablo Casado se prepare.