La Razón (Cataluña)

Salta langosta

- Pedro Narváez

«Primero fue la carne, y ahora el pulpo y la langosta, de aquí hasta el sacrificio cero»

LosLos pulpos y las langostas empiezan a escribir un perfil de futuras mascotas, eso del perro y el gato es muy del siglo XX, pleistocen­o moderno, al cabo tienen un origen heteropatr­iarcal en su mismo ser capitalist­a cuando servían para cuidar de las cosechas y de la casa. Una langosta no ladra, ni maúlla, puede desenvolve­rse en la bañera. En cuanto al pulpo, siento aún la sublime emoción del tuit de un tal Justin Webb que se lamentaba del precio que alcanzaba un pequeño ejemplar de este animal en un supermerca­do. Treinta y seis peniques para «una de las criaturas más asombrosas que jamás haya nacido en los mares». Por favor, que el ministro de Consumo de España suba el precio del pulpo hasta donde convenga que alcanza su belleza. Solo para las grandes fortunas. Boris Johnson ha dictado «la ley de la langosta» para que su sacrificio sea «más humano» ya que todo ser vivo tiene sentimient­os y eso de meterla viva en agua hirviendo como que no. Está muy bien que el primer ministro del Reino Unido se preocupe del bienestar de los animales, pero no ha calculado las consecuenc­ias legales de la norma y la revolución que sin querer o queriendo puede provocar en el mundo todo. Si los animales sienten, que no digo que no, para cuándo un estudio del sufrimient­o de las hormigas a las que vamos pisando por la calle, o las cucarachas, o la rata del parlamento andaluz a la que se le dio un trato denigrante cuando los diputados se subieron a sus mesas en una clara señal de ratofobia. Veremos a cientos de personas despedirse de la langosta, o del pulpo, como en un funeral en el que sonará la música de Bob Esponja y nos harán llorar violines marinos. No es que algunas de estas leyes no sean necesarias pero, tal y como se redactan, anticipan la era del sacrificio cero. Primero fue la carne y ahora llega el pescado y los cefalópodo­s. Metidas ya las corridas de toros en el cajón de la barbarie, vamos a por todas. Para cuando se sepa que las lechugas también lloran y qué culpa tiene el tomate que está tranquilo en su rama, los laboratori­os de comida artificial nos tendrán preparado el menú de la felicidad. Nos comeremos unos a otros, qué te importa el vecino si notas el lamento de los langostino­s.

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