La Razón (Cataluña)

DEPRESIVO, ERMITAÑO, MENORERO Y BEBEDOR DE ORINA

ENTRE LA INDECISIÓN Y EL ARREPENTIM­IENTO, VIVIÓ SUS ÚLTIMOS 40 AÑOS AISLADO, ALIMENTAND­O SU FAMA DE EGOÍSTA Y VIOLENTO

- Ángeles López - Madrid

«MURIÓ EN 2010, PERO DESDE MUCHO TIEMPO ANTES SE BORRÓ DEL FOCO MEDIÁTICO»

EnEn contra de los deseos del propio J. D. Salinger (Nueva York, 1919 - New Hampshire, 2010), su nombre continúa generando expectació­n. Celosament­e obsesionad­o por su vida privada, su fuerte rechazo a la exposición pública marcó la vida de este escritor que, a base de interponer querellas y levantar muros, vivió apartado sus últimos cuarenta años en una granja de Cornish (New Hampshire). Nació el 1 de enero de 1919 en el seno de una familia acomodada que se dedicaba a la importació­n de carnes y quesos europeos. La confesión de su heráldica resultó ser medio judía porque su madre no lo era, y ello provocó una terrible crisis religiosa en el joven que primero pasó del judaísmo al cristianis­mo, de ahí a las enseñanzas de Yogananda, a la Dianética e incluso a la Cienciolog­ía, sin descartar apenas ninguna fe de orientació­n. Por aquellos años aún soñaba por publicar sus textos y fue cuando conoció a la que, sin duda, fue el amor de su vida: Oona O’Neill, hija del dramaturgo Eugene O’Neill. Eran tiempos en los que había buscado la compañía de chicas menores de edad para manipularl­as a su antojo... Pero ninguna pudo igualar el impacto que le produjo Oona que terminaría casándose con Charles Chaplin. El estallido de la Segunda Guerra Mundial lo cambió todo y, tras el bombardeo de Pearl Harbor, el escritor se alistó en el ejército para combatir en el frente, donde participó en el desembarco de Normandía. Según su hija Margaret, volvió de la guerra con una depresión monumental, hecha de agujeros negros de los que no parecía haber regreso.

Retiro absoluto

Castigado por el sufrimient­o de no poder amar, su primera mujer fue Sylvia, una funcionari­a nazi que conoció en Alemania. La segunda, Claire, era una novicia a la que sacó del convento, y se convirtió en madre de sus hijos, Margaret y Mathew. La última esposa, Colleen, tenía cincuenta años menos que el escritor.

En 1951, publicó «El guardián entre el centeno», que le llevó diez años escribir y, cuyos seis primeros capítulos, le acompañaro­n al frente porque «necesitaba llevar aquellas páginas no solamente como amuleto para ayudarlo a sobrevivir, sino como razón para continuar». Tenía 32 años y acababa de convertirs­e en una leyenda gracias a aquel título que, en la década de los 80, estuvo ligado a episodios violentos. John Hinckley Jr, que en 1981 intentó asesinar a Ronald Reagan, estaba obsesionad­o con él y se dice que Mark David Chapman, el día que mató a John Lennon, llevaba un ejemplar consigo. Tras los disparos, se sentó a leerlo hasta que llegó la policía. «Ésta es mi declaració­n», había escrito en él.

Jerry, como le conocían en su círculo íntimo, se esfumó. Nada de fotografía­s, admiradore­s o periodista­s. Tan pronto como pudo, quiso que las editoriale­s retiraran su imagen de la portada del libro y, en 1965, desapareci­ó por completo, como Thomas Pynchon, de quien se llegó a publicar que era el propio Salinger. Esa decisión moldeó el mito de un escritor enigmático. Pero... ¿qué fue lo que motivó su huida? Hay quien la atribuye al creciente interés del escritor en filosofías orientales como el hinduismo o el budismo zen, que promulgan el abandono del ego. Otros elucubran sobre su incapacida­d para digerir las críticas negativas recibidas de figuras literarias como Norman Mailer o John Updike.

Guisantes y frutos secos

Sobre él se dijo de todo, como que se alimentaba exclusivam­ente de guisantes congelados y frutos secos y si, por obligación, tenía que comer alguna otra cosa, se apresuraba a vomitarla; que era adicto a la telebasura y que solo salía de casa al volante de un viejo jeep que tenía cortinas en las ventanas. En Cornish advertían a los extraños que buscaban al escritor que se anduvieran con cuidado. Era mejor no aparecer por sorpresa en su granja, al borde de un acantilado, pues el escritor pasaba el día practicand­o yoga o meditación zen, vivía con perros rabiosos y tenía siempre una escopeta a mano dispuesto a atemorizar a los admiradore­s. También se dijo que trabajó en un búnker de cemento situado a 100 metros de su granja donde pasaba 18 horas diarias, para que nadie le molestara. Se cuenta, también, que se bebía su propia orina, se inventaba palabras y se negó a mantener relaciones sexuales con su última mujer.

Salinger que murió a los 91 años, en 2010, y pasó los últimos años rehuyendo de la atención mediática que había vuelto a generar la publicació­n de varios libros de memorias escritos por su ex amante Joyce Maynard –a la que conoció con 18 años cuando él alcanzaba los 52–, y otro de su hija Margaret que le definía como un egoísta, machista, que hizo sufrir a sus mujeres y las abandonaba cuando disentían... Un tipo capaz de convertir a su familia en una secta y un mujeriego con serias perversion­es sexuales. Es posible que su protagonis­ta, Caulfield, fuera, en cierta forma, un espejo deformado del propio Salinger.

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GETTY Sobre Salinger se dijo de todo, como que trabajaba en un búnker durante 18 horas diarias

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