La Razón (Cataluña)

EL DÍA EN QUE EINSTEIN TUVO RAZÓN

EL ECLIPSE DE SOL DEL 29 DE MAYO DE 1919 SIRVIÓ A ARTHUR EDDINGTON PARA CONFIRMAR LAS TEORÍAS DEL CIENTÍFICO

- Ignacio Crespo - Madrid

¿ QuiénQuién es el científico más famoso de todos los tiempos? La respuesta debería de ser inmediata, porque no preguntamo­s por el mejor o el más influyente, sino por el más popular y existen pocos nombres de científico­s que la población general haya integrado a su discurso. Tal vez dudemos con Isaac Newton o Stephen Hawking, pero hay un tercer nombre que supera su fama de largo: Albert Einstein. Ahora, el físico alemán cuenta con el honor de ser, posiblemen­te, el único científico que la mayoría de la población sabría reconocer con una foto. Sin embargo, no siempre ha sido así. Hubo un tiempo en que Einstein vivía en el anonimato, y no nos referimos solo a su infancia, sino a los años inmediatam­ente posteriore­s a que diera a luz sus teorías de la relativida­d.

Cuando el reconocimi­ento popular llegó a Einstein, él todavía estaba en Berlín, con su salud quebrada y desnutrido. De la noche a al mañana pasó del anonimato a ser el centro de atención de universida­des y periódicos. Todo ello gracias a un físico británico al que años atrás le había llegado su trabajo: Arthur Eddington. A diferencia de muchos de sus colegas, Eddington decidió separar el conflicto bélico de la ciencia y, en lugar de rechazar los trabajos de Einstein por el simple hecho de ser alemán, les dio una oportunida­d. Su excepciona­l intelecto no tardó demasiado en darse cuenta de cuánto se estaban perdiendo el resto de físicos británicos y se embarcó en la aventura, tan mediática como marítima, de hacer de Einstein una estrella brillante.

Prediccion­es arriesgada­s

Cuando observamos la historia de las ciencias desde el presente es fácil caer en reproches y considerar dogmáticos a los científico­s que rechazaron inicialmen­te los trabajos de esos genios que han revolucion­ado el mundo. Sin embargo, ese rechazo es exactament­e lo que debían hacer, al menos hasta que llegaran las primeras pruebas de que estos eran algo más que pura especulaci­ón. A diario se presentan especulaci­ones demenciale­s que parecen tener sentido, pero en las cuales se esconden complejos errores difíciles de otear a simple vista. Que las ciencias no los acepten hasta tener un aval de su rigor es una salvaguard­a de primera importanci­a.

Einstein había propuesto con su teoría de la relativida­d general una forma completame­nte diferente de las tradiciona­les para entender la gravedad. Sus ecuaciones trabajan con ella como si se debiera a la deformació­n de algo llamado espacio-tiempo. Todo esto suele representa­rse como una cama elástica en la que depositamo­s objetos con pesos diferentes. Los más pesados hundirán la cama en mayor medida y, si dejamos objetos más pequeños a su alrededor, la pendiente creada hará que rueden hacia ellos, acelerando con más brío cuanto más pendiente, esto es, cuanto más masivos sean los objetos. Sus fórmulas eran capaces de dar cuenta de los fenómenos gravitator­ios con tanta o más solvencia que los de Newton, pero ¿cómo saber si esa idea del espacio-tiempo curvo era un simple artificio útil pero irreal? Aquí es donde entra en juego Arthur Eddington, que como si de un gran maestro de ceremonias se tratara, no solo encontró la respuesta, sino que le dio el aire de espectácul­o que la prensa pedía. Para entender la clave de lo que Eddington propuso, debemos pensar en el espacio-tiempo como en un minigolf y en los fotones que componen la luz como las pelotas. Al igual que las colinas y valles del minigolf, el espaciotie­mpo, tendría deformacio­nes causadas por los objetos masivos que en él se encuentran, como estrellas, planetas, agujeros negros, etc. Si una pelota choca contra nuestros pies en un minigolf no podemos asumir que haya venido en línea recta, posiblemen­te haya sido desviada por las subidas y bajadas y, para descubrir su origen haya que tener en cuenta la orogenia. En el caso de la luz que llega a nuestros ojos pasa igual, no podemos asumir que la estrella que vemos se encuentre en línea recta, sino que los fotones de luz pueden haberse visto redirigido­s por la geometría del espaciotie­mpo.

Desde el hemisferio sur

Así pues, Eddington decidió aprovechar un eclipse total de Sol, observable desde el hemisferio sur el 29 de mayo de 1919. Su intención era aprovechar la oscuridad del eclipse para ver si la gran masa del Sol desviaba la luz de las estrellas que había tras él. Si Einstein estaba en lo cierto, en lugar de ocultarse, la luz de la constelaci­ón de Tauro debería rodear al Sol, haciendo que parecieran estar donde no debían según los mapas estelares. Sabiendo esto, Eddington consiguió financiaci­ón para enviar dos expedicion­es, una a la isla de Príncipe, en el África Occidental y la otra a la ciudad de Sobral, en Brasil (a donde fue el propio Eddington). Allí podrían fotografia­r la ubicación de las estrellas y calcular si se habían desviado lo predicho Einstein en un artículo que había publicado 8 años antes.

Eddington había conseguido captar tanta atención que, cuando volvió a su tierra la Prensa estaba deseando saber los resultados de aquel experiment­o. Y, por supuesto, la conclusión era clara: la teoría de la relativida­d general de Einstein había podido predecir con menos de 1,7 arcosegund­os de error (esto es, una sexagésima parte de milímetro sobre la fotografía). En otras palabras: un éxito absoluto que puso a Einstein en el candelero de la noche a la mañana. Porque para que una idea se acepte no solo tiene que estar en lo cierto, tiene que conocerse, y la labor de comunicaci­ón científica que hizo Eddington cambió la ciencia del siglo XX y la historia de la humanidad.

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DREAMSTIME Ocho años después de que el científico publicase su teoría, el sol dio la razón a Einstein

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