La Razón (Cataluña)

¿Y si te están grabando ahora?

- José Aguado

«¿Pero tú no votas al más guapo? Fue entonces cuando la conversaci­ón se puso interesant­e»

AunqueAunq­ue por lo general se piense lo contrario, una de las bases fundamenta­les de las relaciones largas es la mentira. A mi me encanta cuando mi pareja intenta ocultar con sus palabras la cara que pone cuando le digo que no voy a cortarme el pelo pese a que el desagüe de la ducha ya ha avisado de que no da más de sí. Le preguntó: «¿Me hace más joven, verdad?» Y de su boca sale un sí que a mí me parece súper convincent­e. Es verdad que las mentiras piadosas pueden llegar a un punto peligroso, como aquella vez que dijo que no me había quedado mal la tortilla de patatas con cebolla y la repetí un par de viernes hasta que no pudo más y confesó ser una sincebolli­sta convencida (me sigue chocando, sin embargo, que en casa de su madre repita cuando nos pone tortilla con cebolla...) .

El problema es que los que nos hemos educado viendo Gran Hermano y lo realitys de televisión tenemos metido en la cabeza eso de que no hay valor más importante que ir de cara, decir lo primero que te pasa por la cabeza y que si molesta al otro, es que, lo siento, pero la sinceridad duele. Es decir, que si yo, por alguna improbable razón, en un mundo imaginario, pensase que mis jefes o mis compañeros son unos zoquetes, tendría que ir y decírselo, pues cómo voy a guardarme una verdad tan importante y cuyo conocimien­to puede ayudarles a ser mejores.

No lo hago porque, repito bien alto, ni se me ocurre pensar que lo son. Pero, por favor, que no miren mis whatsapps.

Nos escandaliz­amos con conversaci­ones privadas ajenas como si nuestros grupos de redes de mensajería y nuestras conversaci­ones en las terrazas de verano no estuvieran llenas de mensajes, significad­os y palabras que nos impedirían acceder a cualquier puesto público.

Hace pocas noches estuve cenando con amigos y en algún momento nos pusimos a hablar de política. Juro (bueno, lo juro como jura mi pareja que es sincebolli­sta) que intenté explicar de manera didáctica la diferencia entre izquierda y derecha. Creo que llegué a citar a Norberto Bobibo y les pregunté si preferían pagar más impuestos y que el dinero lo organizase el Estado o pagar menos y que el gasto individual fuese lo que tirase de la economía. De la respuesta a esa pregunta, dije, dependía su voto.

Hubo un instante de silencio, alguien dio un sorbo a su segundo vaso de agua (la mentira también es importante para los artículos), se puso serio y contestó, al estilo de socrático, con una pregunta:

«¿Pero tú no votas al más guapo?».

Fue entonces cuando, de verdad, el debate se puso interesant­e. En hombres no hubo discusión. Si se votase al más guapo, Pedro Sánchez ganaría por unanimidad sin tener que depender de los nacionalis­tas (porque, a ver, amics, alguien debería de dejar de decirle mentiras piadosas a Puigdemont sobre su flequillo), pero en cuanto a políticas guapas (ay, ojalá nos hubiésemos quedado en el adjetivo guapas), salió una España plural, multiparti­dista y sin bandos que ya quisiéramo­s.

En ese momento nos pedimos el tercer vaso de agua y lo que vino después sólo lo contaré delante de mi abogado, Villarejo o Abellán.

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