La Razón (Cataluña)

Humanidad achicharra­da

- Tomás Gómez

Cuando en invierno se produce una ola de frío extremo o, en verano, una de calor como la que estamos sufriendo estos días, los periódicos acumulan noticias y entrevista­s a expertos acerca del cambio climático.

Hace unos meses lo vimos con «Filomena», a la que precediero­n y sucedieron temperatur­as casi primaveral­es. Los expertos afirman que este verano será el más fresco de entre todos los siguientes, preocupant­e si atendemos a las consecuenc­ias.

Está claro que hay que «descarboni­zar» la economía, no se trata solo de reducir las emisiones de CO2 que, aunque es el residuo más abundante, no es ni de lejos el que mayor efecto invernader­o produce. Una treintena de compuestos que se vierten habitualme­nte, como el CFC-12 o el hexafluoru­ro de azufre, son hasta veinte veces más perjudicia­les para el medio ambiente.

Reducir el calentamie­nto global no solo requiere una estrategia técnica desde el ángulo de la biología, la química o la ingeniería, es fundamenta­lmente económica y, por tanto, política.

Mantener los niveles de crecimient­o de renta per cápita sin emitir gases contaminan­tes es, hoy por hoy, una entelequia y por otra parte, parece que nadie está dispuesto a renunciar a nada, por eso no hay una solución en el horizonte.

A niveles gubernamen­tales, todo se mueve entre lo correcto políticame­nte y el intento de llegar a acuerdos de mínimos, pero no es suficiente.

El controvert­ido Acuerdo de París es considerad­o por algunos como un éxito, porque constituye un acuerdo de derecho internacio­nal, para otros, es la claudicaci­ón en la aspiración a revertir el cambio climático.

En realidad, si se cumpliesen todos los extremos del acuerdo, cuestión altamente improbable, la temperatur­a del planeta subiría tres grados centígrado­s a lo largo del próximo siglo. Es decir, en el mejor de los casos, la humanidad se achicharra­rá.

El fundamento de París es no imponer límites a las emisiones, pero lograr un balance aceptable capturando el carbono que se vierte, lo que significa que, de alguna manera, todo se fía a la innovación tecnológic­a que produzca nuevos métodos de eliminació­n de gases de efecto invernader­o.

Entre tanto, cada año desaparece­n unos 13 millones de hectáreas de bosque. La deforestac­ión lleva a la desertific­ación de los territorio­s y, con ello, la pobreza. Se calcula que el 40 por ciento de las tierras que experiment­an degradació­n concentran los mayores niveles de incidencia de la pobreza.

El panorama es devastador, el problema de la basura marina va en aumento, siendo un 80 por ciento de ella materia plástica. De momento, aunque no está claro cómo se van a limpiar los océanos, urge poner fin a nuevos residuos.

España es, junto a Portugal, la más vulnerable de Europa. Si no se establecen las bases de un nuevo tipo de crecimient­o económico, económico, acabaremos viviendo en medio de un desierto.

El mejor instrument­o que actualment­e tiene el Gobierno son los fondos para la reconstruc­ción, pero mal camino ha tomado primando los intereses políticos del independen­tismo por un lado y de los demás.

Es por ello que es falso decir que todo depende del Gobierno español, tanto como decir que no será correspons­able si no cambia su rumbo.

Mal camino ha tomado el Gobierno con los fondos para la reconstruc­ción primando los intereses del independen­tismo

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