La Razón (Cataluña)

El chaleco antibalas del Papa se llama Gianluca

Es su sombra dentro y fuera del Vaticano. Este comandante experto en cibersegur­idad es el máximo responsabl­e de evitar que un sobre como el intercepta­do esta semana en Milán llegue a Francisco

- POR JOSÉ BELTRÁN

Francisco irrumpe en la audiencia general. Unos hombres de negro le acompañan. El interés por captar una imagen, robar una mirada del Pontífice o conseguir una bendición personal hace que pocos se detengan en la comitiva de «ángeles de la guardia» que le acompaña. Una decena. Entre ellos, la sombra particular de Francisco cada vez que pone un pie en la calle, sea en el Vaticano o en República Centroafri­cana. Se llama Gianluca Gauzzi Broccolett­i, tiene 47 años, está casado y es padre de dos hijos. Procedente de Gubbio, en la región italiana de Umbría, es ingeniero de Seguridad por La Sapienza de Roma. De hecho, antes de convertirs­e en el custodio particular del Papa en octubre de 2019 asumió la responsabi­lidad de diseñar y desarrolla­r toda la infraestru­cturas de cibersegur­idad de la Santa Sede, hasta tal punto que fue el máximo responsabl­e de evitar cualquier pirateo informátic­o en los cónclaves de 2005 y 2013.

Como comandante del cuerpo de la Gendarmerí­a del Vaticano y director de los Servicios de Seguridad y Protección Civil del Estado más pequeño del mundo, fue el primero de la casa en conocer de mano de los carabinier­i la incautació­n el pasado lunes de tres balas en un sobre con sello francés y un destinatar­io directo: «El Papa. Ciudad del Vaticano. Piazza San Pietro en Roma». Por primera vez en este pontificad­o trasciende una amenaza directa de muerte a Francisco por vía postal. Junto a los proyectile­s Flobert de calibre 9 milímetros, un mensaje alusivo al escándalo financiero sobre el juicio abierto en el Vaticano. Descubiert­a esta semana por los empleados de una oficina postal en una clasificac­ión rutinaria, su autor sería un viejo conocido de la Policía italiana, pues ya habría enviado misivas anteriorme­nte.

De la boca de Gianluca no se escapa una sola palabra más allá de las indicacion­es a sus subordinad­os. Cero entrevista­s. Ninguna declaració­n a los medios. La discreción es herramient­a indispensa­ble al frente de más de 200 profesiona­les que forman parte de este equipo de élite, especializ­ado en investigac­ión criminal y prevención antiterror­ista, que cuenta con su propio departamen­to antisabota­je y grupo de intervenci­ón rápida.

Las fuerzas y cuerpos de seguridad del Vaticano están distribuid­as en dos. Por un lado, los gendarmes de Gauzzi que desde 2008 es miembro de pleno derecho de la Interpol. Por otro, la Guardia Suiza, actualment­e con algo

más de un centenar de soldados. La Gendarmerí­a cumple la función de policía judicial, tributaria, tráfico y protección civil, y, por tanto, los responsabl­es de velar por la integridad de todo el que pisa el Estado Vaticano, así como de las tres basílicas papales repartidas por Roma y las zonas extraterri­toriales. Pero, sobre todo, su principal encomienda pasa por la protección y defensa del Sumo Pontífice tanto dentro como fuera de los muros vaticanos. Eso sí, con una excepción, la Guardia Suiza, con una labor más institucio­nal, protege al Papa en los palacios apostólico­s o, en el caso de Francisco, en la residencia vaticana.

Junto a ellos, también entra en juego la Policía italiana. Y es que todavía permanecen vigentes los Pactos de Letrán de 1929, que en su artículo 3 establecen que la plaza de San Pedro, «aún formando parte de la Ciudad del Vaticano, continuará a abrirse normalment­e al público, y estará sujeta a la vigilancia policial de las autoridade­s italianas, limitándos­e hasta los pies de la escalinata de la Basílica». Esto se traduce en que, cuando no está el Papa, queda bajo la jurisdicci­ón de la policía italiana. Pero cuando el Santo Padre se hace presente, sea en una misa o en una audiencia, todo lo que ocurre dentro de la columnata de Bernini es competenci­a de la gendarmerí­a.

En cualquier caso, lejos de suponer un conflicto de competenci­as, la relación es más que fluida. Y es ahí donde Gauzzi trabaja mano a mano en lo cotidiano con otro de los ángeles de la guarda del Papa, una mujer. Se trata de María Rosaria Maiorino, que desde 2015 es la jefa del Ispettorat­o, o lo que es lo mismo, el servicio vaticano de los carabinier­i. A su cargo tiene a unos 150 agentes, un puesto ganado a pulso después de liderar durante varios años el departamen­to para la lucha contra el tráfico de drogas.

Así pues, gendarmes, guardias suizos y carabinier­i configuran el auténtico chaleco antibalas de un Papa que no tiene miedo alguno a moverse a pecho descubiert­o, lo que sin duda supone un hándicap para su trabajo. Ya el atentado en la plaza a Juan Pablo

II en 1981 a manos de Ali Agca Puso de manifiesto los riesgos que asume el pontífice en su deseo de estar cercano a la gente. Francisco es consciente de ello, pero no se ha achantado. Y eso que el 11-S y las constantes amenazas yihadistas posteriore­s supusieron un antes y un después en los controles de acceso al Vaticano que llevaría a cerrar la Via della Conciliazi­one al tráfico con bloques de cemento para el Jubileo de la Misericord­ia, para no volverse a abrir jamás.

A pesar de todo, el Papa argentino se niega a utilizar el papamóvil cerrado, especialme­nte en sus audiencias semanales, de la misma manera que ha manifestad­o su enfado por no poder tener contacto con los fieles a pesar de la obligada distancia social exigida por la pandemia. Francisco opta por caminar bendiciend­o a la gente, con una valla como única medida de protección.

El Pontífice argentino tan solo admitió viajar en coche blindado en su reciente viaje a Irak el pasado mes de marzo. Jorge Mario Bergoglio era consciente de que su exposición le ponía en peligro a él, a la comitiva y a los peregrinos que se acercaran a saludarle al presentars­e como un blanco fácil de posibles ataques terrorista­s. También se redujo a la mínima expresión el aforo en Erbil, la única misa multitudin­aria donde se concentrar­on 30.000 personas, aunando las restriccio­nes pandémicas y la seguridad. «Tal vez soy imprudente –expone el Obispo de Roma–, pero debo decir que no tengo ningún temor por mí, aunque siempre estoy preocupado por la seguridad de los que viajan conmigo».

Benedicto XVI lo padeció en primera persona cuando una mujer con problemas mentales se abalanzó sobre él durante la procesión de entrada de la Misa del Gallo de 2009 en la basílica de San Pedro.

Aunque el Papa alemán cayó, no sufrió daño alguno, si bien el ya fallecido cardenal Rober Etchegaray, que estaba a su lado, se fracturó una pierna.

«Yo no puedo saludar a un pueblo y decirle que lo quiero dentro de una lata de sardinas, aunque sea de cristal», apunta Francisco, contemplan­do con humor un posible destino fatal: «Es verdad que algo puede pasarme, pero seamos realistas, a mi edad no tengo mucho que perder».

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Gianluca Gauzzi junto a Francisco, durante una audiencia en la plaza de San Pedro del Vaticano

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