La Razón (Cataluña)

La inauguraci­ón de la luz

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RecuerdoRe­cuerdo bien el día que inauguraro­n la luz eléctrica en el pueblo. Fue un acontecimi­ento. Era verano. Mis segundas o terceras vacaciones desde que entré en el internado. Por el camino de San Pedro llegó el gobernador rodeado de una amplia comitiva oficial, en la que no faltaba el director del periódico provincial «Campo Soriano», un gran tipo llamado Celestino Monje, que tomaba nota de todo y que fue el personaje que más me interesó aquel día, lo que da fe de mi prematura vocación periodísti­ca. El gobernador se llamaba Jesús Posada Cacho, era el padre de Jesús Posada, el político centrista que llegó a ser presidente del Congreso de los Diputados.

Yo acudí de la mano de mi abuelo Natalio, que me presentó al gobernador – por lo visto, había sido amigo de su padre–, al que invitó, por cortesía castellana, a «pasar por casa». Las gentes habían visto con enorme ilusión en los meses anteriores cómo iba surgiendo en el campo la hilera de los postes de la luz que transforma­ban el paisaje. Era el progreso. Pero la satisfacci­ón fue plena cuando el gobernador se acercó aquella memorable mañana al transforma­dor, en la calleja de la entrada al pueblo, junto a la herrañe del tío Casimiro, movió la clavija inaugural y hubo luz.

La llegada de la luz recordaba el comienzo del Génesis: «Dijo Dios: ¡Haya luz! Y hubo luz». Aquellas gentes, lo mismo que las generacion­es anteriores, no habían podido disfrutar del milagro de la electricid­ad. Se las habían apañado con candiles de aceite, quinqués de petróleo, artefactos de carburo, palmatoria­s con velas, faroles…Yo mismo nací a la luz de un candil un día de noviembre que nevaba. Me ha tocado en suerte ser uno de los últimos testigos de un cambio histórico: del candil y el arado romano, a internet y la inteligenc­ia artificial. A estas alturas de la vida, uno ve que el progreso desatado tiene algunos inconvenie­ntes. ¡A la gente no le alcanza para pagar la factura de la luz! Y la cosa es más seria. «Es indudable que nuestro modo de vida no tiene futuro, (…) estamos verdaderam­ente ahogándono­s en los efectos de nuestro éxito histórico», advierte el historiado­r Philipp Blom. La fiebre del desarrollo económico está desestabil­izando los sistemas naturales. Y, como contraste, los pueblos de mi tierra a los que aquellos postes llevaban o siguen llevando la luz están ahora vacíos.

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