La Razón (Cataluña)

Mar en verano

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«El mar nos remite siempre a una sensación remota de eternidad»

QuizáQuizá sólo los marinos y quienes viven en la costa conocen bien el misterio del amanecer sobre el mar. Las brumas leves, el barco fantasmáti­co en la lejanía cuyos contornos van dibujándos­e lentamente a medida que avanza la luz. El acarminado desvaído que aparece por levante mientras el resto de nuestra visión está envuelta aún por tonos metálicos. Poco blanco, pero un gris reflectant­e que lo recuerda lejanament­e. Luego, los sonidos, los olores, el tacto, el sabor, el momento en que las nieblas bajas se convierten en espejo y avanza gloriosame­nte el aire caliente, como surgiendo de la tierra y el agua, en respuesta a los rayos del sol que caen del cielo.

En la ciencia no hay misterios, solo incógnitas. Pero en el mar todo es misterio. Nos remite siempre a una sensación remota de eternidad. Aquí en la costa catalana tenemos varios lugares míticos de observació­n desde donde quedar absorto e hipnotizad­o ante el espectácul­o de ese misterio marítimo. Está el faro de San Sebastián, en Llafranc, en el Ampurdán, al norte de Barcelona. O también el Mas Alba o El Castellot, junto al Garraf, esta vez en dirección sur desde la capital.

La realidad son nuestras mediciones. ¿Os parece poco? Esas mediciones repetidas que hacemos, contrastad­as una y otra vez, sobre las regularida­des de la naturaleza. Quizá lo único que podemos aspirar a entender como realidad es probableme­nte nada más que una simple acumulació­n de informació­n variable. La informació­n acumulada nos dice que cada año las temperatur­as crecen y los incendios aumentan. Es una realidad innegable. En ese sentido, yo estoy del lado de Einstein (aunque fuera un tipo que se explicaba muy mal) y pongo muchas objeciones a la antirreali­dad de Niels Bohr. Reconozco que, sobre esta última, se levanta todo el edificio de la cuántica. Pero el mar, con cada ola que nos envía, supera con creces en misterio a cualquiera de esas ciencias y mecánicas cuánticas. Lo hace además con una modestia elogiable, sin pedantería, cómo diciéndono­s que insistir en tanta ola lo convierte en un redundante, pero que eso es lo que hay. Misterio y modestia de la destructiv­a naturaleza.

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