«LAS NIÑAS QUE HUYEN HOY DE AFGANISTÁN SON LAS NIÑAS SEÑALADAS POR LA DERECHA ESPAÑOLA»
LaLa inmensa mayoría de la gente que vive por estos lares es de buen trato, comercio amable y con ganas de vivir. Familiares, amigos de sus amigos, acogedores. También esforzados, preocupados por el futuro de su hijos, por prepararse prepararse un bien pasar para la vejez. Los hay vehementes en sus opiniones, críticos contumaces de todo lo que no ven bien, no entienden o harían de otra forma, pero sin que nunca llegue la sangre al río. Gentes del común, con las que te cruzas por las calles, compartes barra en el desayuno y pegas la hebra a poco que la cosa se tercie. Y, luego, está Gabriel Rufián. Un tipo aparte, capaz de banalizar las tragedias más terribles con tal de insultar a los otros, a los que no piensan lo que él piensa, a los que no creen en lo que él cree y a los que no dicen lo mismo que él dice, que son, por cierto, casi todos los españoles. No hace lo que le gustaría hacer, pero no es por pereza, es por cálculo. Porque hay que ser un tipo esquinado, incluso ideológicamente, para acusar a la mitad de tus compatriotas de señalar a los menores no acompañdos, los menas, como hacen los talibanes en Afganistán. Se puede aprovechar que el Pisuerga pasa por Valladolid, como ha hecho nuestra andaluza favorita, Teresa Rodríguez, para comparar el terror islamista contra las mujeres con un imbécil que tapa un mural feminista, pero eso sólo demuestra que la ideología no es inocua y puede ser perjudicial para la propia salud. Pero lo de Rufián tiene más que ver con la saña, característica poco estética en cualquier orden de la vida y menos en la política. Se puede comprender que no le guste verse reflejado en la demagogia cartelera de los otros, pero son las reglas del juego. Mucho más molestan esos tipos que se llenan la boca denunciando exclusiones, discriminaciones y maltratos, mientras trabajan con la mejor de las conciencias para arrancarle a los niños la lengua materna en Cataluña. Qué cosas nos pasan. El experto en señalamientos pretende dar lecciones. Y con las pobres niñas afganas, nada menos.