Los talibanes reprimen con gran violencia las protestas
La primera manifestación a favor de la bandera tricolor acaba con tres muertos EE UU congela 8.100 millones de euros de ayuda en su primer gesto tras caer Kabul
La dura actuación de las milicias fundamentalistas ha puesto punto final al intento de ofrecer una imagen de moderación. La experiencia sobre la actuación talibán desde su aparición, así como las brutalidades y violaciones de los derechos humanos en los territorios que han controlado en las últimas décadas no dejan ningún margen para la esperanza. Las primeras protestas contrarias a su toma del poder han sido disueltas con gran violencia provocando al menos tres muertos. Es la enésima demostración de que los extremistas suníes no respetan a los que no piensan como ellos. La represión no ha hecho más que empezar.
La represión de la primera protesta a favor de la bandera tricolor termina con varios muertos
Poco han podido preservar la imagen de moderación que los nuevos mandos talibanes han tratado de mostrar en sus primeras jornadas al frente del nuevo emirato islamista. Exactamente lo que han tardado en producirse las primeras protestas contra su regreso al poder veinte años después de ser derrocados por las fuerzas de Estados Unidos y de la Alianza Atlántica. Al menos tres personas murieron ayer tras ser tiroteadas –y más de una decena resultaron heridas– en las calles de la ciudad de Jalalabad –en la provincia de Nangarhar, limítrofe con Pakistán–, una de las últimas de Afganistán en sucumbir al avance fundamentalista, en una nutrida concentración a favor de la bandera tricolor nacional afgana.
Según los testigos del baño de sangre, los combatientes talibanes de la ciudad abrieron fuego contra un grupo de residentes que se atrevió a colocar la bandera tricolor afgana –sustituida a lo largo y ancho del país por el estandarte de los integristas; blanco con una expresión de lealtad la fe islámica inscrita en negro– en una plaza de Jalalabad.
A los desafiantes vecinos les acompañaba «una parte importante» de la población de la localidad oriental, según informaba un reportero de la cadena Al Yazira. «Había un grupo de personas interesadas en crearnos problemas.
Gente que está aprovechándose de lo relajado de nuestras políticas», aseguró a la agencia Reuters un mando de los talibanes en la ciudad, situada a apenas 150 kilómetros de Kabul.
Tampoco parece que haya durado demasiado la especial sensibilidad mostrada hacia la actividad de los medios de comunicación que, según palabras del portavoz talibán este martes, trabajarán «libres e independientes» en el nuevo califato. Los periodistas de los medios locales que trataron de tomar imágenes de las protestas en Jalalabad fueron víctimas de intimidación y violencia por parte de los propios combatientes talibanes, según recogía ayer la agencia Ap. No fue en la ciudad de Jalalabad el único lugar donde se produjeron marchas en favor de la enseña afgana –y, por ende, del Estado nacido en 2001 y desmoronado en cuestión de días–; también se registraron protestas similares en la ciudad de Khost, al sur del país, no lejos de la frontera con Pakistán.
Mientras tanto, a esa hora continuaban las repatriaciones de personal de las distintas embajadas desde Kabul. La Administración estadounidense aseveraba al cierre de esta edición haber evacuado a 3.200 personas, 1.100 de ellas solo este martes. Por el momento, el control del aeropuerto internacional de Kabul sigue en manos de soldados estadounidenses. Turquía –que mantiene hasta
EE UU congela 8.100 millones de euros de ayuda, en su primer gran gesto tras la caída de Kabul
600 efectivos en la capital afgana– se ha postulado para seguir protegiendo las instalaciones una vez se consume la salida del último remanente de tropas estadounidenses y de la Alianza Atlántica. Los talibanes no ocultan que quieren a todas las fuerzas de la Alianza Atlántica fuera del país cuanto antes. La comunidad internacional, como advertía ayer el embajador británico en Afganistán, tiene «días y no semanas» para completar las evacuaciones.
Aunque no se conoce aún quién integrará el primer Gobierno de los talibanes –«islámico» e «inclusivo», según los portavoces fundamentalistas–, poco a poco van trascendiendo los nombres de mandos destacados del grupo llegados a Afganistán procedentes de Qatar, donde hasta ahora tenía su centro político de operaciones. El martes se confirmaba la llegada desde Doha a Kandahar, la segunda ciudad de Afganistán –y cuna del movimiento talibán– del mulá Abdul Ghani Baradar, jefe de la citada oficina política y uno de los fundadores del movimiento, acompañado de otros ocho miembros de la insurgencia fundamentalista. Asimismo, según el medio local Tolo News, ayer varios miembros de la oficina política, de los integristas, entre ellos Anas Haqqani –dirigente de la red Haqqani, una importante facción de los talibanes afganos–, se reunieron en Kabul con el ex presidente Hamid Karzai y el jefe del Alto Consejo para la Reconciliación, Abdulá Abdulá, los cuales habían anunciado en las últimas fechas que se encontraban trabajando con los talibanes en la conformación de un Ejecutivo para «lograr la paz». «Ya no vemos a nadie como enemigo», aseveraba Mawlawi Khairullah Khairullah, también integrante del consejo político integrista. «La discusión es cómo se puede formar un Gobierno inclusivo que sea aceptado por todos y que lleve la prosperidad a la sociedad», admitía un asesor del ex presidente Karzai en declaraciones al citado medio afgano.
Al margen de la crisis estrictamente política, Afganistán atraviesa una dura situación económica y social. El conflicto bélico, el desmoronamiento del Estado, la pandemia del coronavirus y la caída drástica de la ayuda internacional no auguran otra cosa que una catástrofe humanitaria avanzada ya por organizaciones no gubernamentales y la ONU.
Un país en bancarrota
Una de las consecuencias de la precipitada partida estadounidense y el triunfo talibán ha sido la congelación por parte de Washington de activos pertenecientes al Banco Central de Afganistán por valor de más de 8.100 millones de euros para evitar que pasen a manos de los integristas islámicos. La medida amenaza con provocar un aumento de precios en el país de Asia Central. El propio presidente del Banco Central afgano, Ajmal Ahmady, avisaba ayer de las dificultades que encontrarán los nuevos dirigentes: «Los talibanes han ganado militarmente. Ahora tendrán que gobernar. No será fácil». Ahmady, que ya había anticipado el lunes esta congelación inminente de los activos internacionales, tuiteó que los talibanes apenas dispondrán del «0,1 o el 0,2%» de las reservas internacionales.
«Sin el respaldo del [Departamento del] Tesoro, es improbable que otros donantes apoyen al Gobierno de los talibanes», escribió el economista, quien también apuntó que los milicianos deberían haber previsto que esto pasaría, en la medida en que es «un resultado directo de la política de sanciones de EE UU» en vigor. La Administración norteamericana venía vigilando la actividad insurgente. Ayer actuó.