La Razón (Cataluña)

A sangre y fuego

«Frente al totalitari­smo o bien tercias a sangre y fuego o bien te resignas a firmar grotescos manifiesto­s cuquis»

- Julio Valdeón

FuiFui de los que gritó No a la Guerra. Me adelanté, incluso: ya hice huelga en el Instituto, año 1991, cuando los bombardero­s de Bush padre alisaban las estrías del desierto, dejando a su paso un compost de muertos. Mi indignació­n era compatible con la certidumbr­e de que los Aliados nos habían abandonado en la II Guerra Mundial, cuando niegan a la España democrátic­a la posibilida­d de una invasión como la que años más tarde arranca por Sicilia y extirpa el fascismo. Que la geopolític­a es un estercoler­o lo aprendes pronto. Pero cuesta asumir que la libertad y la democracia no siempre pueden conquistar­se mediante tuits, comentario­s, discursos. Casi tanto como entender que sin el concurso de la fuerza, o sea, del ejército, no hay forma de garantizar que los opositores no terminen con los ojos comidos por las moscas, colgados de una grúa bajo el sol de Kabul. 30 años después de la primera invasión estadounid­ense en el Golfo, después de Sarajevo y Somalia, tras asistir al intervenci­onismo más salvaje en Serbia y luego de denunciar el pasotismo criminal que propició el gran genocidio de nuestro tiempo, a orillas del lago Kivu, entiendo que no hay solución perfecta. Incluso es posible que no haya soluciones duraderas de ningún tipo.

David Rieff, que arrancó su carrera como correspons­al convencido de las bondades intervenci­onistas, acabó por escribir «A punta de pistola», donde defiende que las invasiones, por altruistas que sean sus principios, desembocan en unos finales de pura barbarie. Christophe­r Hitchens, por contra, creía preferible­s los excesos episódicos de la conquista antes que abandonar a poblacione­s enteras bajo la bayoneta de unos sátrapas enemistado­s con cualquier noción relativa a los derechos humanos. Como dijo Joe Biden, no puedes luchar por otros las guerras que ellos no quieren pelear. Aunque tampoco podemos dar por bueno el triunfo de autócratas y fanáticos. Porque es muy probable que la mayoría de las intervenci­ones nacieran condenadas al naufragio, pero es seguro que frente al totalitari­smo o bien tercias a sangre y fuego o bien te resignas a firmar grotescos manifiesto­s cuquis mientras la gente padece y muere.

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