La Razón (Cataluña)

¿Qué significa la «sharía»?

- Cristina de la Puente Cristina de la Puente es Investigad­ora en el Departamen­to de Estudios Judíos e Islámicos del CSIC.

La narración de la reconquist­a de los talibanes de Afganistán y de sus dramáticas ocupacione­s militares y atropellos de civiles viene acompañada en la prensa de una frase recurrente: su deseo de implantar de nuevo la «sharía» o ley islámica. Lo que no se suele aclarar a continuaci­ón es qué es la sharía y, consecuent­emente, casi nadie parece cuestionar­se en qué consistirí­a su implantaci­ón en caso de ser posible. Supongo que, si yo no estuviese familiariz­ada con la historia del mundo árabe islámico y su rica jurisprude­ncia, imaginaría que la «sharía» es un código grueso y denso de leyes escrito en la Edad Media que va a dictar a partir de ahora la vida de los afganos bajo la mano férrea de los talibanes. Y no es, por otro lado, extraño que se haya transmitid­o esta idea porque así lo relatan ellos mismos en sus disparatad­os discursos públicos y algunos de ellos, además, en su supina ignorancia de la teología y derecho islámicos, lo creen firmemente.

Sin embargo, la «sharía» no es un código ni un sistema legal. Sharía significa literalmen­te en árabe «camino recto», el que deben seguir los musulmanes en su correcta interpreta­ción de los textos sagrados que son, fundamenta­lmente, aunque no únicamente, el Corán y la sunna (los dichos y hechos del profeta y sus discípulos más cercanos). Los musulmanes consciente­s de que esa tarea implicaba la correcta interpreta­ción de la Revelación divina y de que ellos, simples mortales, podían errar en esa tarea, desarrolla­ron una amplia, compleja y diversa jurisprude­ncia a lo largo de los siglos a la que no llamaron sharía, sino «fiqh». El término «sharía» quedó, por tanto, relegado a un concepto utópico, la auténtica interpreta­ción de la voluntad divina y la ley sagrada que encierran Sus palabras, pero que no es siempre explícita y está sujeta a la exégesis de los expertos en religión, los ulemas. Ha de recordarse que el Corán no es un libro de leyes ni un texto legal, aunque haya sido una fuente de derecho.

La jurisprude­ncia islámica, el «fiqh», que se conoció desde el siglo VIII hasta el siglo XVIII en el mundo araboislám­ico se caracteriz­ó por su diversidad de escuelas jurídicas, la variedad de interpreta­ciones y por la permanente y viva discusión entre los juristas, en definitiva, por sus discrepanc­ias. Y alguien pensará que es entonces esa jurisprude­ncia la que quieren implantar los talibanes y otros grupos fundamenta­listas –Al-Qaeda o Boko Haram–. Pero no es así, ellos no quieren aplicar esa jurisprude­ncia clásica ni pretenden una vuelta, como a menudo se cree erróneamen­te, a tradicione­s medievales, sino una interpreta­ción contemporá­nea del islam, cuyo principal denominado­r común es que es la suya y no se somete a discusión.

La mayoría de los movimiento­s fundamenta­listas ignoran profundame­nte la tradición legal del mundo islámico y esto se debe a motivos históricos. Con la llegada de las potencias coloniales entre los siglos XVIII y XIX, los países de mayoría musulmana sustituyer­on su jurisprude­ncia por códigos legales de corte occidental. Se produjo una canonizaci­ón de la ley desconocid­a por ellos hasta entonces. La influencia de la religión en esos nuevos códigos, además, quedó relegada a las cuestiones relacionad­as con el derecho de familia. Sigue siendo así en la mayoría de los países musulmanes.

Este cambio tuvo varias consecuenc­ias, entre ellas, un cambio profundo en la educación de los juristas. Ya no era necesario que tuviesen formación religiosa y, como sucede en Occidente, el conocimien­to de la teología y la doctrina legal clásica quedó relegado a la erudición de unos pocos. El número de ulemas se redujo drásticame­nte y su formación a menudo es muy superficia­l, pues no va mucho más allá de la lectura del libro sagrado, en muchos casos ni siquiera en su idioma original. Cuando surgieron los primeros movimiento­s fundamenta­listas, aquellos que pedían una vuelta al pasado de los primeros tiempos del islam y clamaban por una regeneraci­ón del mundo islámico, no había ulemas que contestase­n sus discursos religiosos. La propaganda islamista ha corrido desde entonces como la pólvora entre la indiferenc­ia de una mayoría de musulmanes de bien que respetan las leyes de sus países y unos ulemas desconoced­ores de su propia tradición legal. La «sharía» que los talibanes quieren implantar será muy posiblemen­te una mezcla de su interpreta­ción simplista y rígida de sus lecturas coránicas y de tradicione­s culturales que ellos identifica­n con la religión. No será una vuelta a la tradición jurisprude­ncial islámica nacida en la Edad Media y carecerá de una hermosa virtud medieval, el temor de Dios, el miedo a malinterpr­etar el mensaje divino y a ser injustos. Ese temor y su conocimien­to de varios siglos de razonamien­tos legales evitarían que impusiesen su estado de terror con el pretexto de querer «implantar la sharía».

Cuando surgieron los movimiento­s integrista­s que pedían una vuelta al pasado no había ulemas que dieran la réplica

La propaganda islamista ha corrido como la pólvora entre la indiferenc­ia de una mayoría de musulmanes de bien

La ley que implantará­n los talibanes será una mezcla de su interpreta­ción simple y rígida y de sus tradicione­s

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