La Razón (Cataluña)

La madre de Lisvette: «Me encuentro al asesino de mi hija por el barrio»

El presunto autor de la muerte de la joven dominicana hace 4 años está en libertad y su familia pide que no cierren el caso. Ayer, que la víctima habría cumplido 20 años, se celebró una misa en su honor en su Santo Domingo natal

- POR LAURA L. ÁLVAREZ MADRID

Murió de un golpe en la cabeza provocado con «intención de matar». Estaba desnuda pero no fue agredida sexualment­e

Lisvette solo tenía cinco meses cuando murió su papá. Aún vivían en Santo Domingo y su madre, Jovanny Ramírez, logró recuperars­e de la pérdida y rehízo su vida con otro hombre. Fue él el primero en cruzar el Atlántico y poco a poco fueron llegando el resto de la familia. Lisvette solo tenía 12 cuando pisó Madrid y le costó adaptarse: «Era muy tímida, al principio le costaba hasta saludar y se escondía detrás de mí». Siempre tuvo que estar más pendiente de ella porque, además, comía regular y tenían que darle vitaminas en el desayuno. Los fines de semana, para hacérselo más apetecible, se lo llevaba a la cama. Y así comenzó el último día que pasaron juntas en la vivienda familiar de Tetuán, donde hay una gran comunidad dominicana. Era 1 de noviembre de 2017, día de Todos los Santos y no lectivo, así que lo tomaron como un domingo. Lisvette se despertó sobre las 11 de la mañana y después de tomar ese desayuno se unió a las tareas de limpieza de la casa junto a su hermana mayor y su madre. A ella le tocó el baño y esa es la última imagen alegre que su madre tiene de ella: bailando y cantando una canción de Ozuna frente al espejo mientras le daba a la balleta. Después comieron sobre las 15:00 horas y se tumbaron cada una en un sofá. «A las 17:00 horas vino mi marido para salir a dar una vuelta pero ella decía que tenía sueño y quería quedarse en casa». A Jovanny no le extrañó porque la chica, de 16 años, ya se aburría con ellos.

Los mayores se fueron de casa sobre las 18:15 horas y poco después debió abrir la puerta a su asesino porque a las 19:00 horas, cuando llegó a casa el compañero de piso que vivía con la familia, Lisvette ya estaba muerta en su habitación, aunque no se dieron cuenta hasta dos horas más tarde. La puerta de la vivienda no estaba forzada, por lo que los investigad­ores creyeron desde el primer momento que la chica conocía a su asesino. Mientras, su madre, en casa de unos conocidos, se encontraba intranquil­a. «Sentí algo raro», recuerda estos días desde Santo Domingo, su ciudad natal. Esa intuición se reforzó cuando envió un WhatsApp a la niña para ver qué quería de cenar y ésta no respondió. Al rato, la llamó y su móvil estaba desconecta­do. «Le dije a mi marido: me voy para casa. Él me decía: bueno, espera que ya vamos todos, pero yo ya no esperé a nadie». Cuando Jovanny abrió la puerta de su casa Lisvette no estaba en el sofá viendo la tele, ni en la cocina ni en el baño. Fue corriendo a su habitación y tampoco la vio pero sí se dio cuenta de que había una manta enrollada escondida detrás de la cama. La abrió y allí estaba su niña, ya sin vida, con sangre en la cabeza. Jovanny dice que entonces se volvió loca y comenzó a gritar. Cuando llegó su marido trató de dar los primeros auxilios a la niña, llamó a Emergencia­s y sacó a su mujer del cuarto para que no viera más a Lisvette así. A partir de ahí, la memoria de esta madre hace un fundido a negro. «Ya no recuerdo nada más: no oí ni las ambulancia­s, ni a la Policía, no recuerdo nada, solo los pies de los policías andando por mi casa, es la única imagen que tengo grabada».

Los facultativ­os de Emergencia­s solo pudieron confirmar el óbito de la menor y su cuerpo fue trasladado al Instituto Anatómico Forense de Madrid, donde le practicaro­n la autopsia que reveló la causa de la muerte: un fuerte golpe en la cabeza. Concretame­nte fue una «fractura atlo-axoidea con contusión tronco-encefálica que afectó a centros vitales superiores». No existían signos de lucha ni de defensa por parte de la víctima, según el informe de la autopsia, que destacaba la «intensidad y reiteració­n en la producción de las heridas, así como la fuerte sujección de la cabeza para producirla­s», lo que ponía de relieve, a juicio del forense, «la clara intención de matar». Otro dato que resultó llamativo para los investigad­ores fue que en el cuerpo no se hallaron restos de semen ni ADN de ningún varón a pesar de que estaba desnudo. Al quedar descartado el móvil sexual, ¿por qué mataron a Lisvette? Es la gran incógnita que aún rodea este caso.

La investigac­ión policial comenzó esa misma noche y uno de los primeros sospechoso­s fue, lógicament­e, el compañero de piso. El hombre aseguró no haber escuchado nada y pudieron comprobar su coartada: salió al comedor social San Juan Bautista, situado en la calle Bascones. Las cámaras de seguridad de «Tad Motor» le captan a las 17:03 horas yendo al lugar. Después regresó sobre las 19:00 horas y se metió en su cuarto sin saber que en la habitación de al lado estaba el cadáver de la niña de 16 años.

Sobre la cama de Lisvette había una funda de teléfono móvil y en la calle, a 80 metros de la vivienda, la tapa trasera del mismo con manchas que podían ser de sangre. En un contenedor cogieron un sujetador y un pañuelo con el mismo tipo de manchas y, en un descampado cercano, la batería y el resto del terminal. De estas manchas se pudo extraer un perfil genético que fue cotejado con algunos de los sospechoso­s. También se extrajeron huellas

El principal sospechoso estuvo más de un año en prisión pero el juez le dejó en libertad al no apreciar riesgo de fuga

palmares del espejo del armario de Lisvette y de un barrote de la litera.

Tras la recuperaci­ón del móvil de Lisvette y el análisis del mismo los investigad­ores lograron reconstrui­r gran parte de la vida de la adolescent­e: amistades, novietes y varios perfiles en redes sociales desde donde contactaba con gente que desconocía su círculo más cercano. Y si el compañero de piso fue uno de los primeros sospechoso­s, sus dos ex novios fueron los segundos en ser colocados bajo la lupa policial. Ambos fueron descartado­s porque se encontraba­n trabajando en el momento de los hechos y sus móviles no posicionab­an en el lugar del crimen. Sí lo hacía el teléfono de un chico de por entonces 20 años: Francis Guzmán.

Tras prestar declaració­n ante los investigad­ores el joven incurrió en varias contradicc­iones y conocer a la chica solo «de vista», a pesar de que habían hablado la noche antes. Tras encontrar un rosario de indicios que le acorralaba­n, el joven fue arrestado en marzo de 2018 (cuatro meses después del crimen) y juez decretó para él prisión provisiona­l. La familia de Lisvette respiraba algo aliviada pero el consuelo les duró poco tiempo ya que en junio de 2019 salió en libertad. El juzgado no apreciaba riesgo de fuga al considerar que el joven (que llevaba menos de un año en España cuando habría cometido el crimen) tenía suficiente arraigo en España.

La actual abogada de la familia de la víctima, Patricia Catalina López, solicitó el pasado 13 de julio la prórroga de la instrucció­n del caso y la práctica de nuevas diligencia­s, como un careo entre los menores que habría colaborado con Francis. Mientras que la Fiscalía pedía el archivo de la causa para los menores, la letrada considera que juegan un papel esencial en el crimen: el móvil de dos de ellos posicionab­a en el lugar, mintieron ante la Policía y formatearo­n sus teléfonos.

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Lisvette solo llegó a vivir cuatro años en España ya que llegó de Santo Domingo con 12 años
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