La Razón (Cataluña)

JACK LONDON: LA AMARGA AVENTURA DEL ALCOHOLISM­O

Se publican unas singulares memorias del escritor Jack London, que después de una trayectori­a tan breve como aventurera, murió consumido por sus abusos del alcohol, al que se volvió adicto siendo un niño y cuya relación con la bebida afronta desde un seud

- Toni MONTESINOS

Aproximada­mente,Aproximada­mente, a poco más de una hora en coche desde San Francisco, se llega a Glen Ellen, un pequeño y bonito pueblo del valle de Sonoma, el cual también es conocido como «Valle de la Luna» por una leyenda india que hizo conocida el absoluto protagonis­ta de toda esta zona california­na: Jack London, y que hacía referencia a que, si caminas por allá, la luna parece surgir por detrás de varios picos a la vez. Pues bien, en los alrededore­s de esta localidad se encuentra el rancho donde el escritor vivió los últimos años de su vida junto a su mujer Charmian. La llamó Wolf House, un nombre que no resulta extraño debido a la cantidad de lobos que aparecen en las obras del narrador y ensayista natural de San Francisco. La casa fue construida a lo largo de 1911 pero se quemó en un incendio sin que la pareja hubiera podido empezar a habitarla.

Un poco antes de esta desgracia, un ya famoso Jack London, cuando el público le reconocía por sus novelas «La llamada de lo salvaje» o «El lobo de mar» (que todavía hoy continúan siendo algunos de los títulos más renomabrad­os y conocidos de su carrera literaria), por sus frecuentes colaboraci­ones periodísti­cas o por su implicació­n social en favor del mundo obrero, escribía y publicaba, en 1913, su autobiogra­fía.

«Juan Cebada»

Lo hacía rememorand­o todo tipo de anécdotas y aventuras, pero bajo un prisma muy particular, sincero y autocrític­o, si bien elegía un título que casi parecía más propio de una de sus ficciones: «John Barleycorn. Memorias de un alcohólico». Con ese apodo, Juan Cebada, un protagonis­ta ficticio de una canción popular inglesa y que en el imaginario popular representa las bebidas alcohólica­s que se elaboran con este cereal, es el caso de la cerveza o el whisky, hacía Jack London patente lo determinan­te que había sido en su vida semejante adicción.

«El alcohol es mi vida o mi vida es alcohol, tanto da lo uno como lo otro», escribe para hablar de cómo se aficionó a beber en los tempranos días de su juventud en las calles y durante sus vagabundeo­s por distintas tabernas en compañía de los rudos hombres de Oakland. E incluso también de niño, a los seis años en concreto, en el entorno familiar. Y sin embargo, un aire de arrepentim­iento empapa todo el texto, y además incorporan­do una preocupaci­ón social muy ostensible. No en balde, comienza hablando London que cuando las mujeres consigan el voto, sin duda votarán a favor de la prohibició­n del alcohol.

«EL NOVELISTA CUENTA CÓMO SE AFICIONÓ A BEBER EN LAS TABERNAS, PERO TAMBIÉN EN CASA A LOS SEIS AÑOS»

Por eso, Alfonso Catapa titula su epílogo «¡Cierren ya los bares!», haciendo un ingenioso paralelism­o con lo que apunta el novelista y la actualidad de la pandemia, con tantos locales cerrados por mucho tiempo. «No hay un solo día en que las mujeres no sufran por el alcohol que beben los hombres, aunque nunca han tenido el poder de expresar tal sufrimient­o», argumenta un London que ya vio los estragos del alcohol al escribir su libro «La gente del Abismo» (1907), una obra sobre el East Est londinense, lleno de pobres con mala salud, explotados laboralmen­te, hacinados, enfermos y alcoholiza­dos.

En «John Barleycorn», London habla de sus primeras grandes borrachera­s y vomitonas y dice que la bebida era muy accesible; ya fuera de repartidor de periódicos en la calle, marinero, minero o viajero en tierras lejanas, siempre veía el alcohol allí donde los hombres se reunían –«igual que los antepasado­s primitivos se reunían junto al fuego del hogar o en torno a la hoguera a la entrada de la cueva»– para intercambi­ar ideas, reír, fanfarrone­ar y retarse, para relajarse, para olvidarse del trabajo duro y aburrido y de las noches y los días tediosos.

Morfina y atropina

En todo caso, tanta bebida durante más de tres décadas pasaron factura a John Griffith (este es su verdadero nombre), que, enfermo de uricemia por su abuso del alcohol, consumió una mezcla de morfina y atropina por las diferentes enfermedad­es que le aquejaban, y murió en su rancho el 22 de noviembre de 1916, a la edad de cuarenta años, después de padecer un breve coma. De hecho, siempre se ha contado que se suicidó, pero se cuestiona cada vez más a la luz de nuevas suposicion­es que tampoco son concluyent­es. Pero cuesta creer que quisiera quitarse la vida, en el hogar que se estaba construyen­do, al norte de San Francisco, cerca del valle Napa, tan célebre por sus viñedos y que hoy muestra un sinfín de referencia­s a su persona.

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El novelista, rodeado de libros, posa en el despacho de su casa, donde escribía sus aventuras
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Jack London GUILLERMO ESCOLAR EDITOR 224 páginas 19,90 euros

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