La Razón (Cataluña)

«LO QUE SE NECESITA EN VERANO ES HUMOR Y UN SOMBRERO»

Juan Eslava Galán - Escritor

- POR JAVIER ORS FOTOGRAFÍA DE CRISTINA BEJARANO

Juan Eslava Galán, un hombre sabio, autor de «En busca del unicornio» y «Misterioso asesinato en casa de Cervantes». Es amigo de los madrugones duros y un amante apasionado de la historia que mira el pasado con un punto de sano escepticis­mo y mucho humor. «Intento escribir críticamen­te, al tiempo que de una forma clara. De esta manera, el lector escéptico encuentra una opinión definida, aunque yo no la comparta. También soy un escéptico de las vacaciones y el descanso que procuran. A veces, las atiborramo­s de tantas actividade­s que a la vuelta necesitamo­s descansar de haber descansado». P ¿Seguirá levantándo­se tan pronto?

R No sé si habrá sido cosa de la pandemia o de la edad, pero algunos días me despierto a las seis, y tan ricamente. Por supuesto, me doy una sesión de trabajo antes de desayunar y asearme.

P ¿Qué son las vacaciones para un escritor? R A este escritor le sirven para viajar a lugares que luego aparecerán en sus libros. Uno nunca desconecta del todo, al menos yo.

P Muchos opinarán que los escritores ya tienen una buena vida, que para qué necesitan vacaciones.

R Se equivocan. Este oficio, si se toma como tal, es muy sacrificad­o. Lo que pasa es que salimos en las imágenes de las promocione­s y nunca amarrados al duro banco y dando el callo.

P ¿Las vacaciones son un buen momento para buscar unicornios?

R Si uno es joven y brioso, son un momento ideal para explorar nuevos horizontes, conocer nuevas personas y ensanchar el mundo.

P ¿Cómo hemos cambiado los españoles desde las vacaciones de la España del seisciento­s a la de hoy?

R Aquellas vacaciones eran voluntario­sas y bastante incómodas, con el Seisciento­s sobrecarga­do de familia y bultos. Ahora hemos alcanzado cotas de bienestar inimaginab­les entonces, aunque también es cierto que hemos perdido cosas: las manzanas ya no huelen y los tomates no saben a nada... P ¿Lo que más se nota en estos años?

R La elevación en el nivel de vida. Al extranjero solo se iba para trabajar. Cuando era joven, hacía autoestop. Ya no se puede, pero antes, en Europa, resultaba muy fácil. Había pocos españoles. Eso ha cambiado. También que la gente puede ir a visitar islas raras. Eso antes era impensable en nuestro país. Hoy, en cambio, cualquier vecino de cualquier pueblo ha hecho un crucero. Ha evoluciona­do mucho el español. En gran parte, en lo económico. P ¿Cómo es su verano ideal?

R Ahora, dada mi edad y mis achaques, prefiero unos días de balneario gallego con mis nietas y, después, pasar el resto del verano en casa para leer, escribir y ver películas antiguas inolvidabl­es. Eso sí, al anochecer salgo con mi mujer a pasear y a tomar una copa. Antes era muy viajero y no paraba, pero ahora solo de pensarlo me canso.

P En las vacaciones, ¿qué es más necesario: el bañador, las chanclas, las gafas de sol o el sentido del humor?

R Prefiero el humor y un buen sombrero que me proteja la calvicie.

P ¿Es igual viajar con cultura que sin ella? R Una cosa es ser viajero y otra ser turista. Hay más turistas que viajeros y los turistas se pierden mucho. Sin cultura se pierden el 50 por ciento del placer de viajar. Los turistas van a tiro hecho y no les interesa ninguna otra cosa. Cuando encuentran algo de su tierra, se apuntan a verlo. Es ridículo estar en Londres y ver cómo entran en un sitio que anuncia paellas para ver cómo la hacen.

P ¿Qué le parece este afán por sacarse fotos? R En una cosa hemos adelantado. Hubo un momento en España, en que, más que fotos, la gente hacia diapositiv­as. Solo fueron unos años. Pero, tras las vacaciones, venía un momento insufrible: la sesión de verlas. Era terrible. Los amigos te invitaban y sabías las horas que se te venían encima. No tenías más remedio que ponerte malo, porque era un coñazo. Luego pasamos al vídeo y ya no era tan largo. Una de las consecuenc­ias del español al convertirs­e en turista fue esa. Lo recuerdo con pánico.

P ¿Y los «selfies»?

R Recuerdo una vez que fui a Asturias y al bajar del coche, comento a un chico: «Mira, el Naranjo de Bulnes». Y me responde: «Sí, lo tengo en una foto». Hay gente que colecciona eso, fotografía­s. Me acuerdo de una mujer que me explicó que había ido a un país asiático. Le pregunté que por qué había ido allí y resulta que era uno de los cinco países que le faltaban. Los veranos los dedicaba a colecciona­r sitios. Esto de viajar admite mucha estupidez. Los «selfies», cuando se lo hacen con un palito, es absurdo. Sobre todo, cuando van por la calle caminando y van contando lo que ven. Esto se da más en orientales. Yo admiro a Oriente por la hondura de su conocimien­to, pero un tonto oriental gana por goleada a un tonto Occidental.

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