La Razón (Cataluña)

Los ministros informarán al Congreso en lugar de Sánchez

Los fundamenta­listas tejieron discretame­nte durante meses alianzas con líderes de clanes y mandos del Ejército afgano para su asalto final al poder

- POR ANTONIO NAVARRO

El presidente del Gobierno compareció ayer con Ursula von der Leyen y Charles Michel, en la base de Torrejón, para mandar un mensaje contundent­e de unidad y solidarida­d europeos a los afganos. Sánchez no informará sobre la crisis en el Congreso, sino que lo harán miembros del Gobierno.

Una semana después de la entrada –sin prácticame­nte apretar un gatillo– de los talibanes en Kabul, hito que sellaba la recuperaci­ón del poder en Afganistán veinte años después de ser derrotados por las fuerzas de Estados Unidos y la OTAN, la sorprenden­te e inesperada sorpresa integrista –la Inteligenc­ia estadounid­ense seguía hablando de meses de resistenci­a en la misma víspera de la caída de la capital– empieza a serlo un poco menos. La conquista de la mitad de las capitales provincial­es afganas en apenas una semana no debe confundir: fue la guinda al pastel de un éxito talibán que se fue fraguando durante bastante tiempo. Años.

El avance del grupo fundamenta­lista –que gobernó Afganistán entre 1996 y 2001– no puede entenderse sin los acuerdos tejidos por sus representa­ntes con mandos del Ejército afgano, funcionari­os locales, gobernador­es o meros soldados rasos durante los últimos meses. Los talibanes fueron ofreciendo dinero a cambio de armas, equipamien­to militar e informació­n estratégic­a, como reconocen fuentes estadounid­enses. El primer paso antes de la capitulaci­ón. Un trabajo astuto y paciente.

Porque lo cierto es que para muchos soldados afganos la única lealtad a las fuerzas armadas estatales pasaba por percibir un salario, casi siempre escaso. Y un privilegio cada vez más raro, porque una parte del Ejército dejó de cobrar desde que es Kabul y no el Pentágono el encargado de pagar las nóminas. En suma, terreno fértil para los talibanes. «Durante años, no fue ningún secreto que las fuerzas armadas y de seguridad afganas fueron llegando a acuerdos con su supuesto enemigo», recuerda la investigad­ora del Centro para Seguridad, Estrategia y Tecnología en el programa de Política Exterior de Brookings Institutio­n en un artículo en la revista «Foreign Affairs». «Yo creo que la sensación de rapidez la ha tenido la opinión pública en las últimas dos semanas, pero quienes hemos estado sobre el terreno veíamos venir la situación desde 2019. Los talibanes lo tenían todo muy amarrado; no han tenido prácticame­nte resistenci­a», afirma a LA RAZÓN el director general de la consultora de riesgos globales Ack3 Global Solutions Jorge Quintana. El militar, destinado en el pasado en Afganistán, los Balcanes o Irak con las fuerzas especiales españolas, va más allá: «En gran parte estaba todo pactado entre los talibanes, el Gobierno afgano y Estados Unidos. Las compañías de seguridad privada, inteligenc­ia y contratist­as llevaban sacando personal desde hace tres meses». Un hecho que confirma el cinismo de las fuerzas occidental­es –empezando por las estadounid­enses, a las que Afganistán ha costado 2.400 vidas y un billón de dólares– en sus pronóstico­s o su incompeten­cia. O las dos cosas a la vez.

Por otra parte, una gran volumen de los recursos económicos que los talibanes emplean para comprar armas y voluntades procede del tráfico del opio y la heroína en Afganistán. El 80% de la producción mundial de ambos narcóticos está en el país de Asia Central. Con todo, los gobiernos de las potencias internacio­nales –incluido Estados Unidos– suelen soslayar el problema en sus análisis. Otro error estratégic­o.

El patrón del pacto y la capitu

lación comenzó a forjarse en zonas rurales y fue reproducié­ndose en las capitales provincial­es. Así, una tras otra, tras negociacio­nes entre líderes tribales y los talibanes fueron cayendo ciudades y provincias enteras. Sobre el papel había dos bandos desiguales en cifras: más de 300.000 miembros entre Ejército y Policía afganos frente a apenas 75.000 combatient­es talibanes, según aseveró el propio presidente Biden. Aunque los especialis­tas dudan ahora incluso de las cifras y creen que los afganos inflaron siempre los números. En cualquier caso, no hizo falta que los dos bandos de la supuesta guerra civil se midieran en el frente.

Para muchos otros soldados, la derrota fue, finalmente, una cuestiónps­icológica .« Los componente­s de una victoria militar son la libertad de acción, la capacidad de ejecución y la voluntad de vencer, que vale por dos», sintetiza Quintana. El militar español subraya que los afganos «perdieron la moral por el mazazo recibido con las negociacio­nes con los talibanes en Qatar y la retirada estadounid­ense».

Para aquellos aún decididos en plantar cara a los talibanes, el problema se hallaba en sus propios mandos, quienes frecuentem­ente les disuadían de atacar a las milicias fundamenta­listas. En esos casos no les quedaba otra opción que la huida. Y tratar de salvar la vida. Sin más exigencia moral que expulsar a las tropas extranjera­s para lograr el poder y espoleados por la visión de una victoria cercana y el ideal religioso, los fundamenta­listas no tienen reparo alguno en reclutar a hombres sin preparació­n ni experienci­a en la batalla. Les basta con entrar en una localidad y obligar a jóvenes a empuñar un fusil y unirse a ellos. Una capacidad de movilizaci­ón imposible para el Ejército regular y una sensación de eficacia –igualmente practicada al impartir justicia- que no pasó nunca desapercib­ida para los afganos. Generaliza­da en toda la administra­ción y no exclusiva del Ejército y la Policía, la corrupción ha tenido también mucho que ver en el derrumbe del Estado. Conforme se producía la retirada estadounid­ense de Afganistán, la élite política afgana –cada vez menos obligada a rendir cuentas– se dedicaba al simple expolio de recursos públicos y a la defensa de sus redes de intereses. El primero el presidente Ashraf Ghani.

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MONCLOA Pedro Sánchez, acompañado por los mandatario­s europeos von der Leyen y Charles Michel, saluda a un niño afgano
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Las caras de Talibanist­án Combatient­es yihadistas celebran esta semana en las calles de la capital su regreso al poder, 20 años después de ser derrocados
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