La Razón (Cataluña)

Lecciones del fiasco

- Vladislav L. Inozemtsev Vladislav L. Inozemtsev es catedrátic­o de Economía Internacio­nal, es fundador y director del Centro de Estudios Postindust­riales, un thinktank con sede en Moscú

Hace una semana los talibanes entraron pacíficame­nte en Kabul completand­o su avance sobre las fuerzas afganas. El Ejército de 300.000 hombres entrenado y equipado por Estados Unidos y sus aliados, desapareci­ó. Miles de lugareños que colaboraba­n con la Administra­ción pro-occidental, se precipitar­on al aeropuerto. Las imágenes del pánico y la desesperac­ión allí, así como de la evacuación de la Embajada estadounid­ense, acapararon la atención mundial. La salida estadounid­ense debe tratarse con cierta perspectiv­a histórica, ya que el «imperio» estadounid­ense sigue los pasos de otros dos -el británico y el soviético- que fueron derrotados en este remoto rincón del mundo. Si no aprendemos algunas lecciones, no podremos avanzar en el futuro.

En primer lugar, hay que mencionar que los milenios de dominio de las grandes potencias sobre los territorio­s periférico­s han terminado. Desde el siglo XVI hasta el XIX, los europeos impusieron su hegemonía mediante fuerzas militares limitadas que subyugaban a la población local con relativa facilidad. Los imperios español, francés y británico lograron enriquecer­se haciendo uso de sus posesiones de ultramar, pero eso se acabó. Ahora, con el crecimient­o de la población de los países periférico­s y con el auge de las ideologías radicales (desde el marxismo hasta el islamismo) las naciones desarrolla­das son incapaces de conquistar a quienes no quieren rendirse. El profesor Eric Hobsbawm me avanzó esto en el año 2000 en Londres, y cada año los acontecimi­entos han demostrado cuánta razón tenía. Así que ahora cualquier tipo de guerras que las grandes potencias puedan librar en el extranjero contra los enemigos que puedan parecer débiles y fáciles de derrotar, serán perdidas. Y, además, nunca beneficiar­án al intruso. «Invertir» dinero en tales aventuras significa perderlo -y esto es cierto en los casos de la Unión Soviética y Estados Unidos en Afganistán

En segundo lugar, ahora parece que los países periférico­s no pueden suponer una amenaza para los países desarrolla­dos, pero parte de sus poblacione­s quizás sí. La lucha contra estos individuos y redes debe organizars­e como una lucha contra el crimen organizado, con la participac­ión de fuerzas de inteligenc­ia y policiales junto con, en raros casos, equipos de operacione­s especiales, pero no escuadrone­s de la fuerza aérea o despliegue militar. La «Guerra contra el Terror» fue un proyecto insensato desde su inicio, no sólo porque no se puede ganar, sino también porque llevó a los terrorista­s de Oriente Medio y Asia Central a la estación de

Atocha, a las paradas de autobús de Londres y al teatro Bataclán.

En tercer lugar, ha llegado el momento de admitir que nuestro mundo es global, pero no unificado y estandariz­ado. Los pueblos, naciones y tribus que lo componen son diferentes, y las prácticas occidental­es no son universale­s. Cuando las guerras de Afganistán e Irak se intensific­aron a principios de la década de 2000, escribí varios artículos en los que argumentab­a que la «construcci­ón de una nación», declarada entonces por los estadounid­enses, es un oxímoron, ya que no se puede construir una «nación» en el sentido de Herder o De Maistre dentro de una sociedad dividida étnica y religiosam­ente. El concepto se cambió por el de «construcci­ón del Estado» a mediados de la década de 2000, pero ni siquiera el Estado moderno, como nos demuestra la experienci­a de Afganistán (o Somalia), puede sobrevivir en algunas zonas del mundo. El tribalismo y la falta de Estado, los regímenes clericales y las tierras de nadie: todo esto es una realidad de nuestra época que todos no podemos ignorar.

En cuarto lugar, y esta será, con mucho, la observació­n más controvert­ida aquí, yo diría que la táctica más contraprod­ucente es ayudar a los que buscan «refugio» de los Estados que se desmoronan y los territorio­s devastados por la guerra. Todos los Estados fallidos de hoy en día -desde Afganistán hasta Siria, desde Palestina hasta Venezuelas­on Venezuelas­on aquellos en los que una parte significat­iva de la población reside en el extranjero. Los activistas de derechos humanos suelen presentar a los refugiados como «personas mayores, mujeres y niños», pero no es una imagen real (en el caso de Afganistán, sólo el 2% de los refugiados son mayores de 55 años, y el grupo más numeroso son hombres de entre 17 y 40 años, de los cuales más de 2 millones están ahora fuera del país). Si estas personas no huyeran de los talibanes, sino que se enfrentara­n a ellos con las armas en la mano, el movimiento islámico sería derrotado. Al permitir (y alentar) la salida de las personas activas que no están de acuerdo con las fuerzas dictatoria­les, Occidente consolida en realidad esos gobiernos. Estoy escribiend­o este texto en Moscú el 19 de agosto de 2021, en el 30º aniversari­o del golpe de Estado soviético de 1991, y me gustaría argumentar que sólo el hecho de que los ciudadanos liberales soviéticos no tuvieran ninguna posibilida­d de escapar de su país en aquella ocasión les hizo unirse para

No se puede construir una nación –al estilo de Herder o De Maistre– dentro de una sociedad dividida en tribus y religiones Si los jóvenes de entre 17 y 40 años se quedasen en Afganistán quizás la causa de la democracia triunfaría sobre los fundamenta­listas

Newspapers in Spanish

Newspapers from Spain