La Razón (Cataluña)

La paradoja

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LaLa vacuna rusa, Sputnik V, sigue sin estar homologada por la Agencia Europea del Medicament­o y también se sigue a la espera de que la Organizaci­ón Mundial de la Salud tenga a bien aprobarla, porque dijo en Junio que faltaban algunas cuestiones técnicas nada más pero que no tenía observacio­nes críticas significat­ivas para hacerlo y, sin embargo, aquí seguimos, sin prisa ninguna por darle el visto bueno. Si se acuerdan, cinco meses después de que la Covid se declarara pandemia mundial, la rusa fue la primera vacuna que se aprobó en el planeta. Se dudó de su eficacia y se recibió con escepticis­mo porque se dice desde Occidente que no se sabe a ciencia cierta su grado de efectivida­d. Occidente (con mayúsculas, es decir, nada que ver con la brújula), mientras tanto, ha asistido a la guerra entre sus propias farmacéuti­cas, con noticias continúas sobre la efectivida­d de las reconocida­s, sobre sus efectos secundario­s, sobre casos de pacientes que han muerto al recibirla con explicacio­nes convincent­es, es verdad, pero la mala es la rusa. Quisiera recordar que Occidente compró a esas farmacéuti­cas tantos millones de dosis para sus países que dejó a otros sin otra posibilida­d que agarrarse a la de Putin. Quisiera recordar que, a algunos de esos países Primer Mundo, les sobran vacunas a día de hoy, como es el caso de Estados Unidos. Quisiera recordar que, mientras aquí ya pensamos en cuándo nos darán la tercera, hay zonas enormes del planeta donde no tienen ninguna. La sensación que se va generaliza­ndo es que, aprobarla, depende más de política que de ciencia. Al otro lado tampoco hay ángeles: Rusia no ha cumplido con sus compromiso­s de envío y ha dejado tirados a varios gobiernos y, sobre todo, a sus ciudadanos. Esos ciudadanos están ahora mezclando su pauta con las reconocida­s para poder volver a recuperar sus vidas, sus viajes, sus trabajos, sus negocios, y hasta sus relaciones afectivas sin tener que ser sospechoso­s. Fueron a vacunarse, ojo, pero son menos sospechoso­s que un norteameri­cano sin vacunar. Paradojas de la bolica del mundo en la que vivimos.

«La sensación es que aprobarla depende más de política que de ciencia»

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