La amenaza del Estado Islámico
El Estado Islámico (Daesh, en árabe) está enrabietado por el triunfo de los talibanes y no lo oculta. Las alarmas han saltado ante la posibilidad, más que probable, que intente (otra cosa es que lo consiga) cometer un atentado de tal magnitud que desvíe el foco mediático hacia ellos. Estados Unidos ya ha lanzado el aviso y los propios talibanes, conscientes de que el aeropuerto de Kabul y sus alrededores sería unos de los lugares preferidos para ese supuesto ataque, han desplegado a su unidad de elite, Badri 313, para despejar la zona. Sería desastroso para el nuevo régimen yihadista un atentado de este tipo, que no requiere de grandes medios para cometerlo, ya que, con una o dos personas con cinturones o mochilas explosivas, como ocurrió hace algunos meses en Bagdad, se puede perpetrar la masacre. El pasado jueves, Daesh publicó un editorial en su revista Al Naba (número 300), en el que atribuía el triunfo talibán a un complot urdido con Estados Unidos en contra de ellos. Al día siguiente, insertó en sus redes sociales un vídeo en el que denunciaba ese supuesto «pacto». Los «muyahidines» que comanda el «califa» Ibrahin Hashimi están realmente alterados por lo que supone una derrota sobre otra derrota.
En marzo de 2019, perdieron Baghuz, el último enclave en Siria que les quedaba de su «Califato» y sus bases territoriales. Desde entonces, se dedican a cometer atentados en distintas partes del mundo, pero sin lograr ninguna «zona de confort». Frente a ello, los talibanes han logrado, en una «guerra relámpago», hacerse con el poder en Afganistán (salvo algún territorio que aún resiste) y han proclamado su nuevo Emirato Islámico. Lo dicho, derrota sobre derrota. Por ello, no se puede descartar, todo lo contrario, que intenten ese atentado con gran repercusión mediática y que el objetivo preferido es el aeropuerto de Kabul, hacia el que se dirigen los ojos de todo el mundo.
El choque entre el Estado Islámico y los talibanes ya existía y, según todos los indicios, ahora se va a recrudecer. Protagonizó un gran acto de fuerza con el asalto a la prisión de Jalalabad (4 de agosto de 2020), de la que consiguieron liberar a decenas de sus compinches. Hubo bombardeos con cohetes katiuska contra Kabul. Lo importante era dejar claro, cuando las conversaciones de Doha estaban en marcha, que iban a disputar el poder a los talibanes, aunque no contaban con encontrárselos en el poder en tan poco tiempo. La franquicia del Estado Islámico en Afganistán, el ISKP se atribuyó, desde principios de 2021 hasta el 31 de julio, la responsabilidad de 177 ataques, frente a los 84 atentados en 2020. Están claras sus intenciones. En mayo de este año, ISKP declaró una «guerra económica» al Gobierno afgano. Los ataques terroristas se centraron en infraestructuras vitales, recursos energéticos, etcétera, con el fin de debilitar al Ejecutivo de Kabul. Al mismo tiempo, inició una campaña contra periodistas, con el asesinato de varios de ellos. Lo importante era infundir miedo y obtener repercusión mediática. La «milicia apóstata» de los talibanes también fue objeto de atentados, una decena en los últimos meses. Y hay que tener en cuenta otro factor importante: la particular guerra entre los fundamentalistas: talibanes-Al Qaeda y Daesh puede librarse también en el panorama internacional mediante la comisión de acciones criminales de gran envergadura en terceros países.
Washington ha alertado de la posibilidad de que los terroristas se aprovechen del caos en el aeropuerto para cometer un atentado