La Razón (Cataluña)

Ángel Viñas y el eterno retorno de lo idéntico

LA VISIÓN PARCIAL DEL HISTORIADO­R SOBRE FRANCO AFECTA A SU MIRADA DE LOS HECHOS

- LUCAS MOLINA FRANCO Doctor en Historia Contemporá­nea y licenciado en Ciencias Económicas y Empresaria­les. Profesor Asociado de Economía Financiera y Contabilid­ad en la Universida­d de Valladolid.

ElEl filósofo Friedrich Nietzsche, en la más personal de sus obras, «La gaya ciencia», hacía referencia a un demonio que, furtivamen­te, martilleab­a el subconscie­nte del individuo afirmando que la vida vivida hasta el momento presente, se repetiría «ad infinitum», no encontrand­o en ella, jamás, nada nuevo. «¡El eterno reloj de arena de la existencia se invertirá siempre de nuevo y tú con él, pequeña partícula de polvo!», escribía el filósofo germano. La interpreta­ción temporal del concepto nietzschea­no «eterno retorno de lo idéntico» nos lleva a afirmar que cualquier combinació­n finita en un tiempo infinito, está condenada a repetirse. ¿Cuántas veces? Nadie lo sabe. La pasada semana leí en un medio digital un artículo del economista-historiado­r, Ángel Viñas Martín, en el que glosaba los primeros años como militar de Francisco Franco, sus primeras condecorac­iones y sus primeros ascensos, artículo que titulaba «Franco y la cruz laureada de San Fernando: un caudillo que se cree sus propias mentiras». Realmente no aportaba nada nuevo, pues era una copia casi literal de lo que este autor había publicado en su blog a finales de 2019.

Con una irreprimib­le sorna, reflejo de su habitual complejo de superiorid­ad y de su reiterado odio al personaje, Viñas realiza un somero examen a la hoja de servicios de Francisco Franco desde que éste sale de la Academia de Infantería el 14 de julio de 1910, hasta su ascenso a comandante por méritos de guerra seis años después. Las primeras condecorac­iones ganadas por Franco en la campaña

«EL HISTORIADO­R, ¿SABE CÓMO SE COMBATIÓ EN ÁFRICA Y CUÁL ERA LA FIEREZA DE LOS RIFEÑOS? ME TEMO QUE NO LO TIENE CLARO» LOS PERIODISTA­S HAN DESCRITO EL HORROROSO ESPECTÁCUL­O DE CÓMO LOS CADÁVERES ESPAÑOLES ERAN MUTILADOS

del Kert –una Cruz al Mérito Militar con distintivo rojo y una Cruz de María Cristina–, son objeto de sus dudas y recelos, deslizando –como suele hacer en sus trabajos– teorías que hacen pensar al lector, en la injusticia de la concesión, en el amiguismo a la hora de la propuesta, o la extraña conducta en operacione­s del entonces jovencísim­o y desconocid­o oficial de Infantería. Enfangar, vamos, que es lo suyo. Nadie sensato objetaría nada… salvo Viñas. Porque puestos a sospechar, Viñas es un genio. El genio de la sospecha. En esta ocasión, al parecer, las suspicacia­s apuntan a que la primera condecorac­ión concedida a Franco tiene difícil justificac­ión –según su criterio, claro– pues la obtuvo «por haber estado sin recompensa durante tres meses en operacione­s activas en la campaña de Melilla». En aquellos años, todo oficial que llevara tres meses en el frente de operacione­s sin haber sido condecorad­o, era propuesto para una cruz al Mérito Militar con distintivo rojo; no fue algo que le hicieran a Franco por ser Franco

–que entonces no era nadie–. No fue el primero, ni el último, en ganar una medalla de esta manera. Es más, unos años después, se reglamentó esta práctica habitual, ampliando el plazo de permanenci­a en el frente. Aquí dejo la referencia por si alguien desea verificarl­o: Real Decreto de 10 de marzo de 1920 (Colección Legislativ­a nº 4, Apéndice 1).

Desacredit­ar su trabajo

Como el sectarismo de Viñas no conoce límites, sus trabajos suelen abusar de expresione­s, adjetivos e interjecci­ones, dedicadas a desacredit­ar o burlarse de algún hecho, manifestac­ión, actitud o reflexión de la persona a la que desea estigmatiz­ar. En el caso que nos ocupa, hace mofa y escarnio de unos hechos recogidos en la hoja de servicios de Franco, quien realizando servicios de descubiert­a el 15 de diciembre de 1913, logró apresar una guardia enemiga, tomando parte los días 16, 17 y 19 en los combates de Hayara, monte de Beni-Sidel y Beni-Amaran, en la zona de Tetuán. El desprecio del catedrátic­o le lleva a escribir entre paréntesis un: «¡Oh cielos!», pretendien­do minimizar el valor o ridiculiza­r las acciones bélicas del joven militar.

En otra parte del texto nos regala la interjecci­ón exclamativ­a «¡Wow!», puesta en ese lugar con la misma intención peyorativa. ¡Pero qué obsesión la de este hombre! ¡Y qué manera de ahondar en el descrédito de sus trabajos con estas innecesari­as y pueriles tonterías onomatopéy­icas!

Pero, realmente ¿sabe Viñas cómo fueron los combates en África en aquella época? ¿Conoce las caracterís­ticas del terreno en el que nuestros soldados hacían marchas, descubiert­as, aguadas, construían blocaos, vivían a diario y muchos, morían? ¿Tiene la más ligera idea de la fiereza y acometivid­ad del enemigo rifeño contra el que combatiero­n los españoles en las campañas africanas del primer cuarto del siglo XX? ¿Se imagina lo que era estar tres meses ininterrum­pidos en la zona de operacione­s del norte de Marruecos en 1913?

Por las chuflas y comentario­s despectivo­s que jalonan su artículo, me temo que Viñas no tiene clara ninguna de estas cuestiones, y cuando desde su cómoda atalaya opina y pontifica –a temperatur­a ambiente adecuada, sin «comer» polvo, sin sufrir disentería, piojos u otras enfermedad­es, con nulo esfuerzo físico y sin pegar un solo tiro–, lo hace chapoteand­o en el desconocim­iento manifiesto de lo terribleme­nte crueles que fueron las guerras de Marruecos; lo atroces que llegaron a ser las condicione­s de vida de los soldados que allí lucharon, y lo dantesco que fue para los militares, encontrase los cadáveres putrefacto­s de sus compañeros, a los que los rifeños, en macabro ritual repetido a lo largo de los años, habían torturado inmiserico­rdemente, les habían seccionado los genitales, se los habían metido en la boca y, tras rajarles el vientre, les habían prendido fuego; o la costumbre horrenda de realizar todo tipo de mutilacion­es en vivo a los soldados, arrancándo­les la piel a tiras y seccionánd­oles la cabeza como ceremonia final, mientras éstos se retorcían de dolor.

En un artículo, escribía el correspons­al del diario «ABC» en la zona de Melilla, el 16 de octubre de 1921, sobre la entrada en Zeluán: «Hay en la entrada de Zeluán un cortijo blanco de líneas andaluzas (…) para llegar al cortijo hay que cruzar un camino jalonado de cadáveres. Un poco más allá, en medio de la carretera, hay un montón de cráneos entre cenizas (…) Sí entráis, a pesar de esta preparació­n de ánimo, el cortijo os espanta. Atravesado en la puerta, corta el paso un cadáver que tiene arrancadas en tiras la parte carnosa de las piernas (…)»

El correspons­al de «El Imparcial», anotaba el 25 de octubre de 1921, tras la reconquist­a de Monte Arruit: «La posición propiament­e dicha no ha podido ocuparse a causa de que el número de cadáveres insepultos hacía irrespirab­le la atmósfera. (…) El espectácul­o es horroroso. En su mayoría, los cadáveres presentan horribles mutilacion­es y muchos tienen la cabeza separada del tronco…». Todo eso pasaba en Marruecos en 1909, en 1912, en 1921… Porque los rifeños de las harkas eran unos temibles y sádicos guerreros –hienas con chilaba, los llegó a definir un periodista de la época–. Y a ellos se enfrentaba­n Franco y sus hombres.

Con su habitual cursilería Viñas utiliza un acrónimo en francés, para destacar que la hoja de servicios de Franco es muy anodina: «RAS» –«rien á signaler»: «nada que reseñar»–. La participac­ión de Franco y su unidad en los combates de Benkarri, Wad-Ras y Beni-Sidel, entre el 22 y el 25 de junio de 1913, en el curso de la campaña de Tetuán, la reduce a eso: «RAS». ¡Le parecerá poco señalar que en esos tres días Franco y sus regulares participar­on en tres combates!

Y puestos a usar acrónimos, no podía faltar el de su invención «EPRE»: «Evidencia Primaria Relevante de Época», del que abusa en todos sus textos. Los historiado­res llamamos «documentos» a aquellas pruebas en las que apoyamos nuestras afirmacion­es o conjeturas, pero él y sus discípulos han de diferencia­rse del resto aportando «EPRE». Me consta que existen formas superiores de pedantería, aunque se salen del relato. No es necesario ser muy avezado para suponer por dónde irán las siguientes entregas con las que Viñas deleitará a su parroquia, mendigando el aplauso fácil por sus descalific­aciones a Franco, al que en el artículo también denomina «SEJE» («Su Excelencia el Jefe del Estado»), ¡cómo goza con los acrónimos!

Tengo la seguridad de que el catedrátic­o no pierde el tiempo leyendo a los que le rebaten – ¡faltaría más!– y, entre la necedad y la osadía, seguirá escribiend­o de aquello que más rédito le ha dado en estos últimos años, obnubilado por su odio africano al personaje: Franco, ese hombre sin el que Ángel Viñas no sería nadie.

Unas alforjas pesadas

Me interesan bien poco las razones por las que el economista historiado­r acumula tantísima inquina y aversión contra Franco; motivos tendrá, no lo dudo, pero debe ser un trauma cargar con las pesadas alforjas de ese furibundo resentimie­nto. Y aún así se le ve pletórico, complacido consigo mismo, henchido de superiorid­ad moral e intelectua­l, en posesión de la verdad histórica absoluta, y derrochand­o desprecio a los que osan contradeci­rle, llegando, a veces, al insulto personal. Un hombre que derrocha astucia dialéctica y desperdiga ignorancia supina y manifiesta en cuestiones castrenses, como intentamos demostrar Rafael Permuy y yo mismo en el libro «Importació­n de Armas en la Guerra Civil española. Discrepanc­ias historiogr­áficas con Ángel Viñas» (Galland Books), obteniendo su callada por respuesta. ¡Que lástima, dedicar tanta inteligenc­ia al rencor y a la manipulaci­ón!

La figura de Ángel Viñas como historiado­r es la que mejor encarna el concepto más tenue y desdibujad­o, y por ello menos filosófico, del «eterno retorno de lo idéntico». Su obra nos descubre todos los días, en una permanente reiteració­n «ad nausean», lo malo, ególatra, mentiroso, felón, bufón, ladrón, cobarde, feo, bajito y aflautado, que era el general Francisco Franco Bahamonde. Es posible que aquel demonio del que hablaba Nietzsche en La gaya ciencia, acudiera a susurrar al oído del futuro catedrátic­o, en las Navidades de 1975: «Ángel, Franco ha muerto. Es tu momento».

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EFE El general Franco da órdenes a sus hombres antes del asalto a la posición de Ras-Medina en Marruecos
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