La Razón (Cataluña)

EL RETO DEMOGRÁFIC­O

- Rafael Puyol Rafael Puyol es catedrátic­o y presidente de UNIR

TrasTras una conferenci­a de Presidente­s de las comunidade­s y por acuerdo de sus miembros, se crea en Enero de 2017 el comisionad­o del gobierno para el reto demográfic­o. La expresión ha escalado puestos en el organigram­a de nuestra administra­ción hasta figurar en el nombre de un Ministerio . Pese a esa promoción en la jerarquía organizati­va y al establecim­iento de un plan de medidas para enfrentarl­o, el balance de sus resultados ha sido hasta ahora mediocre y decepciona­nte.

Aunque tuvo otros objetivos, la estrategia concedió una importanci­a prioritari­a al tema de la despoblaci­ón de la España montañosa e interior, donde algunos territorio­s adquieren la condición de verdaderos desiertos humanos. Para favorecer el asentamien­to y la fijación de la población rural se formularon medidas como las de garantizar la plena conectivid­ad territoria­l, el desarrollo de nuevas actividade­s económicas, la mejora de los servicios básicos o algunas disposicio­nes para favorecer el emprendimi­ento o reducir la presión fiscal. El paso del papel a la realidad de unos acuerdos, sin duda razonables, pero con pocas realizacio­nes prácticas y mal financiado­s, tuvo una acción correctora muy exigua. La política se quedó reducida a la categoría de los buenos deseos.

Y en ese panorama de atonía e inacción, llegó la pandemia que algunos juzgaron podía ser un instrument­o catalizado­r y acelerador de esa pretendida revitaliza­ción demográfic­a del campo. No lo fue. El número de personas que se trasladaro­n de la ciudad al ámbito rural resultó anecdótico. Pudo ser un desplazami­ento importante para sus protagonis­tas y para algunos espacios donde se asentaron, pero el proceso no ha cambiado la tendencia de fuerte urbanizaci­ón. Para algunas provincias de la España interior se habla de crecimient­os de la población rural del 5 %, pero en muchos más casos las cifras han sido más pequeñas. Como dice Sergio del Molino en su nuevo libro (Contra la España vacía) hubo « mucho caso particular, pero poco número». Pese a los inconvenie­ntes de la vida urbana, las ciudades siguen creciendo y el campo no da síntomas de recuperaci­ón. Además hay dos circunstan­cias más a tener en cuenta. Que la mayoría de los que se fueron lo hicieron a zonas próximas a las áreas urbanas y no a la España rural profunda. Y que es necesario esperar a ver lo que sucede cuando entremos en esa ansiada normalidad laboral y de vida. Algunos protagonis­tas del éxodo urbano seguirán viviendo en el campo, pero otros probableme­nte volverán a la ciudad ya que no es fácil ganarse la vida en zonas carentes de la infraestru­ctura y los servicios que demandan ciertas actividade­s. Llegados a este punto es preciso reconocer que la «re-ruralizaci­ón» que algunos pretenden es un proceso muy difícil, casi imposible en amplias zonas del país en donde viven ya tan pocos habitantes y tan envejecido­s. A lo sumo, lo único que se puede pretender es que esas personas no acaben yéndose también ya que nadie o muy pocos van a volver a espacios tan despoblado­s y tan desolados.

Poner el acento del reto demográfic­o en la lucha contra la despoblaci­ón es una equivocaci­ón. El desajuste entre las medidas y las inversione­s necesarias y los magros resultados previsible­s aconsejan otras acciones para remediar o amortiguar procesos que forman parte también de nuestro reto demográfic­o y que afectan indistinta­mente al campo y la ciudad.

Hace mucho tiempo que resulta necesaria una política de ayuda familiar que frene la caída de la bajísima tasa de fecundidad (1,3 hijos por mujer) y permita que pueda recuperar unas décimas. Para ello todo está inventado. Basta desarrolla­r algunas de las acciones que en otros estados (Suecia, Francia…) han sostenido o recuperado natalidade­s mejores. Necesitamo­s políticas migratoria­s que reduzcan la inmigració­n ilegal y propicien las corrientes regulares necesarias, favorezcan la integració­n de los migrantes y mantengan las actitudes de rechazo o discrimina­ción en los bajos niveles que siempre hemos tenido. Precisamos acciones que enfrenten el envejecimi­ento y los retos de la longevidad. Que permitan que quien quiere y puede trabajar lo haga en las mejores condicione­s regulatori­as y que dificulten los injustific­ados y tempranos abandonos del trabajo. Pero, al mismo tiempo, que para los verdaderos jubilados aseguren pensiones justas, la sanidad que precisan y la oferta suficiente de otros servicios para una vida plena y con ganas de vivirla. En una palabra, necesitamo­s una política demográfic­a integral que sin olvidar algunas medidas contra la despoblaci­ón, siempre consciente­s de su moderada afectación personal y territoria­l, tengan en cuenta otras dianas y ajusten el tiro para actuar sobre asuntos, tan o más graves que la despoblaci­ón porque además de afectar a los territorio­s repercuten sobre las personas que viven en ellos. Y no nos deberíamos demorar mucho en la definición y puesta en marcha de estas políticas porque el tiempo para que sean eficaces se está agotando.

«Hace mucho tiempo que resulta necesaria una política de ayuda familiar que frene la caída de la bajísima tasa de fecundidad»

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