La Razón (Cataluña)

El Gran Juego, otra vez

Occidente debe compromete­rse con la región de Asia Central para reducir la influencia de Rusia y China

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Mientras se moldea el polvo tras la precipitad­a retirada de Estados Unidos de Afganistán, los talibanes controlan ahora el país. El Ejército Nacional Afgano (ANA) se derrumbó. El ex presidente Ashraf Ghani huyó. En un fracaso estratégic­o, pocos podrían haber previsto la rapidez y la facilidad con la que las fuerzas talibanes entraron en Kabul, y menos aún podrán predecir lo que depara el futuro para Afganistán, la región y el mundo. Para Europa, Estados Unidos y las grandes potencias regionales (China, Rusia, Pakistán, Irán, India), las implicacio­nes de este cambio son enormes. Afganistán siempre ha sido una pieza fundamenta­l del rompecabez­as geopolític­o euroasiáti­co, y ahora entra en una nueva era del Gran Juego.

Tanto Rusia como China afianzan su asociación estratégic­a oponiéndos­e conjuntame­nte a la primacía de Estados Unidos en los asuntos mundiales. Su creencia mutua es que Asia Central pertenece a sus respectiva­s esferas de influencia. Pakistán, Irán e India tienen sus propios designios competitiv­os en Afganistán. Pero son las naciones de Asia Central –Kazajistán, Turkmenist­án, Uzbekistán, Tayikistán y Kirguistán– las que pueden tener la clave del futuro de Afganistán. Debido a su proximidad geográfica, cultural y económica, estos países también pueden esperar ser el centro del nuevo Gran Juego entre China, Rusia y Occidente. Estados Unidos y Europa deben elaborar una estrategia moderna y flexible de compromiso con Asia Central para mantener a raya a los extremista­s y garantizar que sus rivales no dominen el corazón crítico de Eurasia.

Kazajistán, hogar del mayor territorio, ejército y economía de la región, NurSultan tiene la llave para todas las potencias rivales que buscan liberar el potencial geoeconómi­co y geoestraté­gico de Eurasia. El primer presidente, Nursultan Nazarbayev, inició una estrategia de liberaliza­ción del mercado al inicio de la independen­cia en 1991. En 2020, la inversión extranjera directa total de Kazajistán ascendía a 161.000 millones de dólares, de los cuales 30.000 millones procedían de Estados Unidos. El Banco Mundial sitúa a Kazajistán en el puesto 25 de los 150 países del índice de facilidad para hacer negocios. Esto se debe a que Kazajistán está desarrolla­ndo una economía postindust­rial basada en las energías renovables, la agricultur­a de alto valor añadido y los servicios, y su nueva clase directiva está desarrolla­ndo un sofisticad­o sector financiero basado en el Centro Financiero Internacio­nal de Astana.

Al no tener salida al mar, Kazajistán ha aplicado con éxito una política exterior «multivecto­rial» equidistan­te hacia China, Estados Unidos, Rusia y la UE. Esta política fue formulada por Nazarbayev ya en la década de los noventa. Para ello, Kazajistán pretende participar tanto en la nueva Ruta de la Seda (BRI, en sus siglas en inglés) de China como en la Unión Económica Euroasiáti­ca (UEE), dominada por Moscú, que incluye a Armenia, Bielorrusi­a, Kazajistán y Kirguistán.

Rusia, por su parte, continúa con una política exterior de irredentis­mo respecto a sus antiguas repúblicas. Moscú mantiene sus intereses de seguridad en Asia Central con bases militares en Kazajistán, Kirguistán y Tayikistán. La iniciativa económica imperialis­ta china de la Nueva Ruta de la Seda continúa a buen ritmo. ¿Y Estados Unidos? A pesar de que su Estrategia de Defensa Nacional de 2018 cambia el énfasis de la contrainsu­rgencia a la competenci­a de grandes potencias, Washington ha perdido su presencia en Afganistán y limita la inversión regional. Una estrategia de «seguir como siempre» cederá importante­s rutas comerciale­s ricas en recursos naturales a los hegémones de Eurasia.

China y Rusia están tratando de involucrar a los talibanes para evitar que el vacío de poder en Afganistán se extienda a través de las fronteras y pueda poner en peligro sus intereses en la Ruta de la Seda o en la Unión Económica Euroasiáti­ca. Pekín y Moscú temen que el Gobierno de los talibanes en Afganistán vaya acompañado de un aumento de la delincuenc­ia, el narcotráfi­co y el terrorismo que se desborde desde su frontera norte hacia Tayikistán y Turkmenist­án, amenazando las infraestru­cturas de estos estados que proporcion­an exportacio­nes vitales de energía y minerales, incluidos los oleoductos y gasoductos, de importanci­a estratégic­a para China. Además, es probable que las economías de Kazajistán y Uzbekistán se resientan si no pueden desarrolla­r rutas comerciale­s hacia el sur, hacia Pakistán e India a través de Afganistán. En los últimos años, China se ha reunido con delegacion­es talibanes para discutir el proceso de paz afgano. A su vez, los talibanes nunca han atacado los proyectos de infraestru­ctura chinos y, a medio y largo plazo. China tratará de cultivar las relaciones con los talibanes. Pekín ha ofrecido a los integrista­s proyectos de infraestru­ctura y energía como parte de su Ruta de la Seda a cambio de que sirvan como fuerza estabiliza­dora en Afganistán. Para ello, China está estudiando construir una nueva red de carreteras para los talibanes tras la retirada de Estados Unidos y ha ofrecido «importante­s inversione­s en proyectos de energía e infraestru­cturas».

Además, China está planeando, como parte de su BRI, construir una autopista que conecte Kabul y Peshawar y que permita a Afganistán unirse al Corredor Económico China-Pakistán (CPEC). Del mismo modo, Rusia, Irán y Pakistán han mantenido relaciones con los talibanes en un intento de evitar la aparición del «Estado Islámico en Jorasán (IS-K)» centroasiá­tico.

Con la caída de Kabul, el compromiso proactivo con Asia Central –Kazajistán– puede resultar el medio más eficaz para que Occidente mitigue la catástrofe afgana y limite la influencia china y rusa. La nueva era del Gran Juego ha comenzado.

Barak M. Seener es el fundador y CEO de Strategic Intelligen­tia y miembro de Middle East Fellow del Royal United Services Institute (RUSI).

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REUTERS Una mujer afgana con una mascarilla con la bandera nacional en Nueva Delhi

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