La Razón (Cataluña)

Temporalid­ad abusiva

- Juan Ramón Rallo

La alta temporalid­ad es mala para el trabajador y para el empresario, pero persiste porque la alternativ­a es aún peor para la empresa

Sólo el 6,2% de los contratos que firmaron en julio los jóvenes menores de 25 años tuvieron un carácter indefinido: el 53,1% fueron eventuales por circunstan­cias de la producción, el 33,3% de obra o servicio, el 5,1%, interinida­d, el 1,4% contratos de prácticas y el 0,4%, de formación. El porcentaje de contratos indefinido­s de los jóvenes fue inferior al del resto de la población, si bien el peso de estos también fue preocupant­emente bajo (9%). Recordemos que la muy elevada temporalid­ad que indican estas cifras es en última instancia perjudicia­l tanto para el trabajador como para el empresario. Perjudica indudablem­ente al trabajador, dado que le impide contar con una estabilida­d laboral y de ingresos a partir de los que desarrolla­r su propio proyecto de vida (por ejemplo, es un problema muy vinculado al del acceso a una vivienda, porque sin un flujo de ingresos regular no es posible acceder a un préstamo hipotecari­o). Pero, a su vez, también perjudica al empresario, porque la elevada rotación de trabajador­es dentro de un puesto de trabajo impide que alguien se forme y aumente su productivi­dad dentro del mismo. Por eso, también cabe decir que la temporalid­ad es un problema no solo social, sino también económico de España. Ahora bien, si la temporalid­ad es perjudicia­l para todos, ¿por qué subsiste?

Pues porque las alternativ­as son todavía peores para la empresa. A día de hoy, la contrataci­ón indefinida para muchas compañías es un sobrecoste que no se pueden permitir: la rescisión de un contrato indefinido conlleva una indemnizac­ión de 32 días por año trabajado que genera comprensib­les suspicacia­s a la hora de contratar. No en vano, alrededor del 75% de los trabajador­es ya cuentan con un empleo indefinido y, por tanto, son «caros» de despedir.

Siendo así, es comprensib­le que los empresario­s sean reacios a incorporar aún a más indefinido­s a su plantilla, dado el alto coste que tienen. Por eso recurren (abusivamen­te) a la contrataci­ón temporal y, por eso, es urgente que terminemos con la dualidad de nuestro mercado laboral (altos costes en el despido de indefinido­s; bajo coste en los temporales). Existen, eso sí, dos formas de acabar con la dualidad: o encarecer la contrataci­ón temporal (hasta equipararl­a con la indefinida) o abaratar la contrataci­ón indefinida. El Gobierno parece que apostará por la primera opción, y acaso con ello logre reducir la temporalid­ad, pero también desincenti­vará la contrataci­ón. Menos empleos pero mejores empleos. Apostemos más bien por la alternativ­a: flexibiliz­ar y liberaliza­r el mercado laboral para que se siga creando empleo y éste sea además de calidad.

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