La Razón (Cataluña)

EL VERANO MENOS MEDIÁTICO DE LA ETERNA REINA DEL «CUORE» PATRIO

ISABEL PREYSLER LLEVABA TODO EL VERANO CUIDANDO, JUNTO CON SU HIJA TAMARA, A SU MADRE, BEATRIZ ARRASTIA, QUE FUE INCINERADA AYER LUNES

- POR PALOMA BARRIENTOS

NadaNada se sabía de Isabel Preylser. A diferencia de otros veranos en los que se dejaba ver por Marbella tras pasar unas semanas en la clínica Buchinger, este año desapareci­ó del mapa público y social. Ni una foto, ni una referencia suya o de Mario Vargas Llosa en la prensa. Hubo alguna informació­n que la colocaba en Moustique, la isla paradisiac­a en el mar Caribe frente a Venezuela. Es un lugar que forma parte de la agenda amorosa de Isabel Preysler. Hasta allí viajo con el marqués de Griñón. Más tarde con Miguel Boyer y en la última etapa con el premio Nobel. Al ser una isla con unas condicione­s de privacidad importante­s, Ana Boyer y Fernando Verdasco la eligieron para celebrar su boda y de esa manera preservar la exclusiva. Según estos rumores, se la suponía disfrutand­o de sus vacaciones en Moustique. Incluso se llegó a comentar que Tamara podría reunirse con ella. En realidad para Isabel Preysler ha sido un verano muy complicado. Ha permanecid­o en su mansión madrileña de Puerta de Hierro cuidando a su madre Beatriz Arrastia, que ha fallecido a los 98 años en el domicilio de su hija. Durante mucho tiempo la madre dividía los doce meses entre Manila y Madrid hasta que abandono definitiva­mente Filipinas. Un viaje demasiado largo aunque su nieto Enrique le pusiera a su disposició­n su avión privado. Cuando su hija Beatriz se instaló en Madrid con su familia decidió pasar más tiempo en España que en Filipinas. La hermana de Isabel Preysler falleció de cáncer en el 2011. La madre lo que hacía era viajar a Miami para estar con Chabely y con sus otros nietos. La edad la hizo desistir de esos viajes de diez horas. La propia Isabel Preysler contaba antes de que comenzara la pandemia que desde hacía algunos años pasaban las navidades en Madrid, precisamen­te para que su madre no tuviera que hacer esos viajes tan largos. Isabel siempre ha estado extremadam­ente pendiente de su madre. La admiración era mutua. «Vale su peso en oro», decía la matriarca del clan de ella. Para ahorrale kilómetros, eran los nietos los que se desplazaba­n hasta la mansión del note de Madrid. Betty, que así se la conocía familiarme­nte, pasó el confinamie­nto sin salir de casa. Tuvo que abandonar su rutina que consistía en acudir a la iglesia más cercana para escuchar la misa diaria. Muchas veces la acompañaba su nieta Tamara y otras, el personal de servicio. Era una mujer muy religiosa y tuvo una profunda alegría cuando su nieta más querida le dijo que volvía a creer en Dios. La hija de Carlos Falcó tenía una relación especial con su abuela. Tanto es así que durante este mes de agosto tampoco ha querido moverse de su lado. Extrañaba que no compartier­a veraneo con su novio Iñigo Onieva. La razón no era otra que pasar el máximo tiempo posible con ella. La colaborado­ra de El Hormiguero explicaba ese día sus vivencias religiosas y como su abuela era un pilar importante en su conversión «En casa nadie ha ido a misa y ella nos regalaba en Navidad un papel dentro de un sobre que ponía ‘vale por una misa’, y nosotros alucinábam­os y nos entraba la risa». La hija del marqués de Griñón añadía, «No sabía en aquel momento lo importante que sería para mí la oración y la Eucaristía que me cambió la vida». Tamara ha sido una nieta cariñosa que ha querido estar con ella hasta el último momento. Isabel Preysler, una hija dedicada en cuerpo y alma a su madre que lo ha sido todo para ella. Descanse en paz, Beatriz Arrastia, una mujer que no necesitó el empoderami­ento para vivir.

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GTRES Isabel Preysler, radiante a sus 70 años

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