La Razón (Cataluña)

Invocación y oración

- Arturo REVERTER

Obras de Poulenc, Fauré/Messager y Beethoven. Intérprete­s: Ivona Sobotka, Airán Hernández, Frederic Jost. Orfeón Donostiarr­a. Orquesta Sinfónica de Euskadi. Director: Víctor Pablo Pérez.

UnUn programa diseñado con buen gusto y cuidado que englobaba tres obras no especialme­nte frecuentad­as; sobre todo las dos primeras, firmadas por Poulenc y, a la limón, Fauré y Messager. «Las letanías a la Virgen Negra de Rocamadour» de aquel es una pequeña y sincera partitura de 1936 que supuso la vuelta a la fe del músico; y que plantea, en sus breves 7 u 8 minutos, notables problemas de afinación al protagonis­ta coro femenino, que ha de cantar «a cappella» en pasajes de difícil entonación sin el apoyo del pequeño conjunto de cuerdas y que en este caso fueron bien resueltos por el mando suave y persuasivo del director y por la concentrac­ión exquisita y la sonoridad inconsútil de las féminas del Orfeón, dulces y emotivas hasta la disonancia.

Las mismas voces de ángel acometiero­n luego la «Misa de los pescadores de Villervill­e», en la que aparecen rasgos del maravillos­o «Requiem» de Fauré, que se alternan con episodios de corte más banal, como los que dan forma al «Gloria». Aunque en la frase del «Agnus», «Tú que quitas los pecados del mundo» vuelve a la elevada inspiració­n con las intervenci­ones del oboe y la flauta solistas. Todo discurrió mansa y suavemente como preparació­n para el dramatismo algo huero en ocasiones del oratorio de Beethoven «Cristo en el Monte de los Olivos op. 85».

Se trata de una partitura de circunstan­cias, pero no debe desconocer­se el alto valor de su dramática introducci­ón orquestal y el esmerado y difícil corte de sus recitativo­s y arias de tenor y soprano, un antecedent­e de lo que más tarde se daría cita en la ópera «Fidelio» y que en este caso lleva la impronta de los modos y maneras de Haydn y de Mozart («La flauta mágica»). La versión tuvo intensidad bien que no siempre encontrára­mos el equilibrio, la igualdad y la rotundidad en algunos de los números corales, incluido el «Aleluya» final de aire tan haendelian­o. En todo caso sonó ajustado el coro masculino «¡Prendedlo!».

Bajo el mando firme de Víctor Pablo actuaron tres cantantes jóvenes a tener muy en cuenta. La soprano Sobotka mostró una consistent­e voz de lírica con arrestos, extensión y destreza en unas agilidades que le exigen irse hasta el Mi bemol sobreagudo. Cantó valienteme­nte sin pestañear. Lo mismo que el tenor canario Hernández, de timbre no específica­mente bello, pero sí bien definido de lírico en graves y centro, uno y otro muy sonoros y poblados; no tanto en unos agudos en los que la emisión se estrecha y el timbre pierde esmalte. Expuso con entrega, muy expresivam­ente, una «particella» que se las trae y que anuncia las intervenci­ones de Florestan en «Fidelio». Buen material el del muy joven bajo barítono Jost: oscuro, timbrado, prometedor. Éxito general.

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