Invocación y oración
Obras de Poulenc, Fauré/Messager y Beethoven. Intérpretes: Ivona Sobotka, Airán Hernández, Frederic Jost. Orfeón Donostiarra. Orquesta Sinfónica de Euskadi. Director: Víctor Pablo Pérez.
UnUn programa diseñado con buen gusto y cuidado que englobaba tres obras no especialmente frecuentadas; sobre todo las dos primeras, firmadas por Poulenc y, a la limón, Fauré y Messager. «Las letanías a la Virgen Negra de Rocamadour» de aquel es una pequeña y sincera partitura de 1936 que supuso la vuelta a la fe del músico; y que plantea, en sus breves 7 u 8 minutos, notables problemas de afinación al protagonista coro femenino, que ha de cantar «a cappella» en pasajes de difícil entonación sin el apoyo del pequeño conjunto de cuerdas y que en este caso fueron bien resueltos por el mando suave y persuasivo del director y por la concentración exquisita y la sonoridad inconsútil de las féminas del Orfeón, dulces y emotivas hasta la disonancia.
Las mismas voces de ángel acometieron luego la «Misa de los pescadores de Villerville», en la que aparecen rasgos del maravilloso «Requiem» de Fauré, que se alternan con episodios de corte más banal, como los que dan forma al «Gloria». Aunque en la frase del «Agnus», «Tú que quitas los pecados del mundo» vuelve a la elevada inspiración con las intervenciones del oboe y la flauta solistas. Todo discurrió mansa y suavemente como preparación para el dramatismo algo huero en ocasiones del oratorio de Beethoven «Cristo en el Monte de los Olivos op. 85».
Se trata de una partitura de circunstancias, pero no debe desconocerse el alto valor de su dramática introducción orquestal y el esmerado y difícil corte de sus recitativos y arias de tenor y soprano, un antecedente de lo que más tarde se daría cita en la ópera «Fidelio» y que en este caso lleva la impronta de los modos y maneras de Haydn y de Mozart («La flauta mágica»). La versión tuvo intensidad bien que no siempre encontráramos el equilibrio, la igualdad y la rotundidad en algunos de los números corales, incluido el «Aleluya» final de aire tan haendeliano. En todo caso sonó ajustado el coro masculino «¡Prendedlo!».
Bajo el mando firme de Víctor Pablo actuaron tres cantantes jóvenes a tener muy en cuenta. La soprano Sobotka mostró una consistente voz de lírica con arrestos, extensión y destreza en unas agilidades que le exigen irse hasta el Mi bemol sobreagudo. Cantó valientemente sin pestañear. Lo mismo que el tenor canario Hernández, de timbre no específicamente bello, pero sí bien definido de lírico en graves y centro, uno y otro muy sonoros y poblados; no tanto en unos agudos en los que la emisión se estrecha y el timbre pierde esmalte. Expuso con entrega, muy expresivamente, una «particella» que se las trae y que anuncia las intervenciones de Florestan en «Fidelio». Buen material el del muy joven bajo barítono Jost: oscuro, timbrado, prometedor. Éxito general.