La Razón (Cataluña)

Del amor y la guerra

«Queríamos instaurar la democracia por el mundo. Inaugurar la era del “rule of law”»

- Julio Valdeón

QuisimosQu­isimos hacer el amor pero suplicamos porque los emisarios de la guerra no nos liquiden. Queríamos instaurar la democracia por el mundo. Inaugurar la era del «rule of law». Pero nos angustian las botas sucias. Casi tanto como los libros de Historia, indispensa­bles para olfatear la naturaleza de las corrientes en las que pensábamos sumergimos. Aguardamos la bendición de un Afganistán bajo el imperio de la ley en democracia. A cambio, olvidamos la amarga experienci­a soviética. Cuando el Imperio Rojo emulsiona en contra a todos los señores de la guerra. No habrá elecciones democrátic­as, presunción de inocencia, libertad de expresión, pluralidad religiosa o respeto a los derechos de las mujeres para un mosaico de tribus muy lejos de las experienci­as que desembocar­on en las revolucion­es liberales.

Mucho de esto lo tiene escrito y bien escrito Jesús M. Pérez Triana, autor del indispensa­ble blog «Guerras posmoderna­s» y uno de los analistas obligatori­os para entender el avispero. En Economía Digital escribe que «La estrategia occidental en Afganistán se puede resumir en un intento de reconstrui­r Afganistán como un Estado Nación cuyo gobierno mantuviera el monopolio de la violencia legítima gracias a satisfacer las necesidade­s básicas de sus ciudadanos. En la práctica, sobre el terreno, la administra­ción afgana se mantuvo ineficaz y corrupta». Pérez Triana y otros también explican que los talibanes consolidar­án su poder de forma duradera si logran pacificar el país y renuncian a ejercer como aglutinado­r de grupos terrorista­s. Sólo entonces China estaría dispuesta a invertir fuertement­e. Por supuesto, a los mandarines de Beijing los derechos humanos les importan un huevo. Pero qué es eso frente a la alegría de festejar la derrota del Gran Satán, culpable de consagrar textos legales como aquel de 1791: «El Congreso no aprobará ley alguna por la que adopte una religión oficial del estado o prohíba el libre ejercicio de la misma, o que restrinja la libertad de expresión o de prensa, o el derecho del pueblo a reunirse pacíficame­nte y a pedir al gobierno la reparación de agravios». Mucho mejor ahora, con los garantes del hijab de nuevo entronizad­os. ¿Verdad que sí, mis multicultu­rales, empoderado­s cuates?

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