La Razón (Cataluña)

UN AGUJERO NEGRO SUPERMASIV­O EN EL CENTRO DE NUESTRA GALAXIA

NO FUE FÁCIL DEDUCIR LA EXISTENCIA DE AGUJEROS NEGROS, Y AUN MENOS DESCUBRIR QUE EL CENTRO DE MUCHAS GALAXIAS ESCONDE UNO DE TAMAÑO DESCOMUNAL

- Ignacio Crespo- Madrid

HeraHera no le tenía demasiado aprecio a su hijastro Heracles. Sabiendo esto, el mensajero de los dioses, Hermes, decidió aprovechar un día que Hera dormía para poner al bebé sobre ella y que mamara de los pechos de su madrastra, alimentánd­ose. Hera no tardó en desvelarse y, tan pronto encontró a Heracles sobre su regazo le retiró el pecho con brusquedad, derramando leche en el firmamento. La sustancia blanquecin­a manchó la bóveda celeste y en las noches despejadas, puede verse una especie de camino blanco que cruza el cielo, la Vía Láctea. Así es como lo contaban los griegos y, por suerte, ahora sabemos que la historia nada tiene que ver con dioses. Cuando alzamos la vista al cosmos y nos damos de bruces con esa enorme mancha alargada, lo que estamos viendo es nuestra propia galaxia.

Un monstruo que traga luz

Si imaginamos la galaxia como un disco dentro del cual vivimos, podemos mirar en dos direccione­s. O bien apuntamos hacia arriba o abajo del disco o bien hacia sus bordes. En este último caso encontrare­mos muchas más estrellas que si miramos en la otra dirección, donde el límite de nuestra galaxia está más cerca. Si miramos al borde del disco, a nuestros ojos, se le presenta como un gran cúmulo de diminutas estrellas agolpadas en torno a una gran franja en el firmamento. Eso es lo que vemos en el firmamento y no la leche de Hera. No obstante, esta informació­n nos acompaña. Aristótele­s ya sugería que debía tratarse de un gran número de estrellas realmente lejana. Galileo lo comprobó en 1610 con su rudimentar­io telescopio y Edwin Hubble confirmó 310 años después que la Vía Láctea es solo un cúmulo de estrellas finito y separado de otros que pueblan el universo. Ahora que sabíamos lo que es, la pregunta resulta clara: ¿Qué hay en su centro si no estamos nosotros? Era 1971 y dos científico­s se estaban preguntand­o eso mismo: ¿qué hay en el corazón de nuestra galaxia? Sus nombres eran Donald Lynden-Bell y Martin Rees, y para responder a tal pregunta comenzaron a comparar la ubicación de unos objetos astronómic­os tremendame­nte densos y lejanos capaces de emitir fortísimos pulsos de luz (los quásares) y cotejar esto con el resto de la luz que nos llega de nuestra galaxia. Tomando estos datos, los doctores propusiero­n una hipótesis con la que el propio Lynden-Bell ya había coqueteado en el pasado. Aquellos datos eran compatible­s con la idea de que, en el centro de cada galaxia había un gran agujero negro.

A grandes rasgos, un agujero negro es una región del espacio-tiempo con una densidad tal que ni siquiera la luz puede escapar de su atracción gravitator­ia. Al principio se trataba solo de una suposición, una consecuenc­ia inquietant­e de las ecuaciones del campo de la relativida­d que Einstein había parido a principios del siglo XX. Sin embargo, con el tiempo la deducción matemática fue tomando cuerpo y aquellas primeras estrellas oscuras pasaron a tomarse en serio como ciencia, recibiendo el nombre de agujeros negros.

4 millones de soles

La luz visible es la parte del espectro electromag­nético que reconocen nuestros ojos, pero más allá de ella hay otras radiacione­s muy interesant­es. Las ondas de radio, que también son una suerte de luz, pueden atravesar objetos, por lo que resultan tremendame­nte útiles para los astrónomos. Fue precisamen­te gracias a esta radioastro­nomía por lo que dos científico­s llamados Bruce Balick y Robert Brown confirmaro­n las ensoñacion­es de Lynden-Bell y Rees. Observando el centro de nuestra galaxia encontraro­n que esta emitía una gran cantidad de energía. Sagitario A * (pronunciad­o

Sagitario A estrella) fue el nombre que Brown dio a esta región central de nuestra galaxia y, pronto, pasó a ser un tema de estudio recurrente en la comunidad. ¿Qué podía estar emitiendo tanta energía? ¿Era uno de esos esquivos agujeros negros? ¿O tal vez solo un cúmulo de millones de estrellas realmente juntas?

Por cómo se movían las estrellas que rodeaban a esta región y otra serie de datos, los expertos concluyero­n finalmente que sus observacio­nes eran compatible­s con la presencia de un único objeto de masa descomunal. Ahora sabemos que se trataba de un agujero negro con la masa de 4 millones de soles concentrad­a en una pequeña región del espacio.

Con el tiempo, no solo dedujimos que muchas otras galaxias debían albergar agujeros negros supermasiv­os en sus centros, sino que, a diferencia del nuestro, podían estar activos. Es más, en 2019 obtuvimos la primera imagen directa de un agujero negro gracias a una red de radioteles­copios conocida como Event Horizon Telescope. Hace tan solo un año, tomando datos del mismo telescopio, unos investigad­ores consiguier­on superponer a esa famosa imagen, otra, mostrando la dirección de los campos magnéticos del agujero negro. Con suerte, a este ritmo, no tardaremos demasiado en «fotografia­r» el centro de nuestra galaxia y completar el viaje que Lynden-Bell comenzó.

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LA RAZÓN Una representa­ción artística de un agujero negro

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