La Razón (Cataluña)

El final del verano llegó

- José Aguado

ElEl final del verano significa que voy a dejar de buscar melonas con la desesperac­ión que lo he hecho durante los dos últimos meses. Por lo visto, los melones buenos son los que en la punta tienen muchas rayitas horizontal­es que la rodean. Alguien nos contó que se llamaban melonas y nos hemos pasado julio y agosto buscándola­s mientras veíamos como el resto de consumidor­es apretaba los melones por la punta con fuerza con las dos manos o, aún no se por qué, lo agitaban y ponían el oído.

El final del verano es que tú partirás.

El final del verano es que llegue una tormenta de granizo, que te citen en un restaurant­e de etiqueta o que caiga de Kabul y tú, aún en alpargatas.

El final del verano es leer en los periódicos a mujeres que borran su pasado, hombres que se esconden en agujeros, libros que se queman y multitudes que rodean un aeropuerto sin poder pasar, mostrando papeles, certificad­os y esperanzas y recibiendo latigazos en el mejor de los casos y disparos en el peor.

El final del verano es que se te encoja el corazón al leerlo y luego te tires a la piscina antes de que la cubra la sombra, que el agua se enfría.

El final del verano es una larga sobremesa que termina y aún hay que recoger los platos sucios, los vasos medio vacíos y los envoltorio­s de los helados. De repente, se hace el silencio. «Vámonos», dice alguien, «que se hace tarde».

Pero lo definitivo es cuando otro añade: «Sí, que está refrescand­o».

El final del verano es esta imperante necesidad de que se fiche a Mbappé como no has necesitado tanto nada en toda tu vida.

Y también los cientos de emails que esperan respuesta. Y en ninguno vas a leer: «Te he echado de menos».

El final del verano es sacar la maquinilla, poner el despertado­r, dejar los pantalones cortos y forrar libros a destajo, que maldita sea, parece que hay que estudiar ingeniería aeronáutic­a para aprender a forrar libros.

(Ya, ya sé que existen los forros de libros con solapa y que se supone que es más sencillo, pero, a ver, yo estudié periodismo, qué esperáis).

Hay dos formas de tomarse el final de verano: la optimista, que es la que piensa: «Un verano más», y la pesimista, que se dice: «Otro verano que se escapa».

Es decir, quién no ha tenido un amor de verano que luego fue languideci­endo hasta que nadie respondía a las cartas o a los mensajes. Quién no ha soñado, alguna vez, con un verano así.

La pasada tarde, con la playa vacía y el cielo volviéndos­e rosa y amarillo en el horizonte, mi mujer me despertó. Abrí los ojos mientras ella me acariciaba la cara y me susurraba: «¿por qué no?», que hasta Irene Montero lo convalidar­ía como un «sí es que requetesí».

Y yo, que estaba dulcemente soñando con que al volver a la oficina me decían que qué hacía allí, que habían prolongado eternament­e el teletrabaj­o, contesté:

«¿Aquí?, nos vamos a llenar de arena mujer, qué asco». El final del verano, amigos, es dormir en el sillón.

«El final del verano son los cientos de emails que esperan respuesta. Ninguno dice: ‘‘Te eché de menos’’»

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