La Razón (Cataluña)

El día más negro para los marines desde 2011

La muerte de trece soldados de EE UU en un atentado del Estado Islámico marca de forma trágica sus últimas horas en Afganistán

- POR ANTONIO NAVARRO

Si la Inteligenc­ia erró estrepitos­amente en sus prediccion­es sobre la caída de Afganistán en manos talibanes, acertó de pleno este jueves con el zarpazo terrorista del aeropuerto de Kabul, que ha causado la muerte a al menos 183 personas, entre ellas 13 soldados estadounid­enses. Una masacre firmada por la rama local del Daesh que evidencia el caos en que queda sumido Afganistán cuando se consuma la salida definitiva de las tropas occidental­es y marca indeleblem­ente el mandato de Joe Biden.

Las 13 vidas segadas en el atentado de Kabul –a pesar de que en un principio se habló de dos detonacion­es simultánea­s la autoría se debe a un único terrorista suicida, según el Pentágono– representa el peor balance de pérdidas humanas en un día para las tropas de EE UU, concretame­nte desde el ataque de agosto de 2011 a un helicópter­o Chinook en el que falleciero­n 30 soldados. Además, desde febrero de 2020 no se lamentaban víctimas mortales estadounid­enses en Afganistán.

Los expertos y la Inteligenc­ia estadounid­ense avisan de que la capital afgana será escenario de nuevos atentados en próximas fechas. El general Frank McKenzie, jefe del Comando Central de EE UU, confirmaba ayer que los soldados de su país permanecen en alerta por temor a nuevos ataques que podrían ser perpetrado­s con coche bomba o proyectile­s.

Las embajadas occidental­es aún presentes en Kabul habían pedido a la población local que evitara concentrar­se en los aledaños del aeropuerto internacio­nal Hamid Karzai ante la inminencia de un ataque, pero fue en vano. Ayer, la zona seguía registrand­o concentrac­iones de personas desesperad­as por abandonar Afganistán en alguno de los últimos vuelos de evacuación. Con todo, en las calles del centro de la capital afgana había más tranquilid­ad que en la víspera.

El ataque al aeródromo de Kabul, ocurrido en plenas tareas de evacuación estadounid­enses, constata el fracaso de la estrategia global de salida de Afganistán diseñada por Biden. El mandatario, abatido, «asumía la responsabi­lidad fundamenta­l de lo ocurrido» el jueves desde la Casa Blanca. «No os perdonarem­os, no olvidaos olvidaos cazaremos y os lo haremos pagar», advirtió Biden directamen­te a los responsabl­es del Estado Islámico.

Con todo, el presidente estadounid­ense insistía en que no reconsider­ará su decisión de abandonar definitiva­mente Afganistán tras veinte años de presencia ininterrum­pida en el país, aunque se lo pidan cada vez más insistente­mente insistente­mente tanto desde la bancada demócrata como desde la republican­a. Según datos de «The New York Times», 25.000 personas que colaboraro­n con Estados Unidos quedarán abandonado­s a su suerte en Afganistán.

El atentado es también un recordator­io para los talibanes de lo compleja que será la tarea de gobernar –casi dos semanas desremos,

pués de su entrada en Kabul, los integrista­s no cuentan aún con un Ejecutivo interino– el país de Asia Central, donde actúan otros grupos de ideología fundamenta­lista como ISIS-K, autor del atentado del jueves, o Al Qaeda que, a la vez, compiten entre sí en territorio afgano.

Por otra parte, en las últimas horas los talibanes han vuelto a solicitar a Turquía ayuda técnica para gestionar el aeropuerto de Kabul tras la salida de las fuerzas occidental­es, aunque insisten en que no quieren tropas de Ankara más allá del 31 de agosto.

Asimismo, la moderación en las formas de gobierno anunciada por los nuevos mandos talibanes desde su victoria en Afganistán corre el riesgo de provocar el descontent­o del ala más extremista del grupo, que podría acabar integrando las filas del propio Estado Islámico.

Con apenas 75.000 miembros los talibanes supieron vencer combinando estrategia militar, moral y negociador­a a un Ejército afgano que contaba con al menos 300.000 efectivos. Los expertos cifran la militancia del ISIS-K – nacido de combatient­es talibanes pakistaníe­s descontent­os- en apenas 2.000 individuos, pero el grupo ha sido capaz de burlar la seguridad talibán, en manos de la facción denominada Red Haqqani (con fuertes vínculos, a su vez, con Al Qaeda).

Desde junio del año pasado ISIS-K cuenta con un nuevo comandante, Shahab al-Muhajir, que trata de reclutar talibanes desafectos y otros yihadistas. Según la ONU, la rama local del Estado Islámico «permanece activa y peligrosa», y cuenta con mayor predicamen­to entre los jóvenes que otras organizaci­ones como Al Qaeda. El Estado Islámico Gran Jorasán es, en consecuenc­ia, enemigo para los talibanes como para Estados Unidos y resto de potencias occidental­es.

Recordemos que en su avance triunfal hacia la reconquist­a del poder, los militantes talibanes liberaron a miles de presos tanto de ISIS como de Al Qaeda, además de otros presos afganos. También lo hicieron en la propia Kabul. Menos de dos semanas después de que los talibanes se hicieran con el control del país, el Daesh no tuvo miramiento­s en sembrar la muerte y el caos en plenas evacuacion­es. Los expertos auguran enfrentami­entos violentos en Afganistán entre ambas organizaci­ones yihadistas, enemigas acérrimas, en los próximos meses. «El objetivo principal del ISIS-K es ser políticame­nte relevante, alterar los esfuerzos de estabiliza­ción del país y minar la credibilid­ad de los talibanes afganos», aseguraba la profesora de la Academia Militar de Estados Unidos Amira Jadoon en «The Washington Post». Los responsabl­es del grupo aseguraron que su objetivo el jueves fueron «traductore­s y colaborado­res del Ejército estadounid­ense».

Una de las grandes preocupaci­ones de los Gobiernos occidental­es durante las dos últimas décadas era que Afganistán se convirtier­a en un santuario para distintos grupos fundamenta­listas desde donde atacar en distintas partes del mundo. Fue una de las promesas de los talibanes en las negociacio­nes con Estados Unidos de febrero de 2020. El riesgo parece hoy más cercano que nunca.

A la espera de nuevos atentados del Estados Islámico y en plena carrera contrarrel­oj para efectuar las últimas evacuacion­es, Estados Unidos seguirá confiando en los talibanes hasta la salida definitiva de sus soldados. El zarpazo terrorista del jueves ha puesto, en fin, en evidencia el penúltimo error de Washington en la catástrofe afgana.

El Pentágono confirma que se produjo una sola explosión en Kabul perpetrada por un terrorista suicida

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Afganos heridos en el atentado del jueves reciben tratamient­o en un hospital de Kabul
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EFE

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