La Razón (Cataluña)

Gordos y sedientos

- Humberto Montero

Todas las grandes civilizaci­ones se han desarrolla­do junto a los márgenes de caudalosos ríos o acuíferos. Desde los sumerios, junto al Tigris y el Éufrates, a los egipcios y su Nilo, Atenas y sus tres ríos históricos o Roma y el Tíber. Del río Tinto, en la onubense Palos de la Frontera, salieron hace más de 500 años tres carabelas para volver cargadas de tesoros remontando el Guadalquiv­ir hacia Sevilla, un puerto fluvial seguro que ostentó durante dos siglos el monopolio de la Carrera de Indias con su Casa de la Contrataci­ón. Ríos que fueron abrigo y sustento de ciudades imperiales en todos los rincones del orbe. Por eso, muchas de esas civilizaci­ones colapsaron en la antigüedad por las sequías. Un hecho que comienza a amenazar a nuestras metrópolis de hoy.

En 2030, la demanda de agua potable será un 40% superior a la oferta y obligará a los gobiernos de todo el mundo a desembolso­s de 136.000 millones de euros anuales, según los informes de la ONU. Más de 6.000 millones de seres humanos sufrirán escasez de agua potable a mediados de este siglo. Pero la mala gestión de los recursos hídricos no solo amenaza nuestra sed y a la agricultur­a, sino también a industrias punteras que consumen grandes cantidades de agua, como la de los semiconduc­tores. La firma TMSC, uno de los mayores fabricante­s de este producto, consume 156 millones de litros diarios y comienza a tener problemas de producción por las sequías que sufre Taiwán. Se calcula que las empresas consumen hoy 700 veces más agua que petróleo.

La situación es desde luego preocupant­e. En Brasil, una de las mayores reservas de agua dulce del mundo, se ha perdido la sexta parte de sus áreas cubiertas de este preciado bien en tres décadas. La principal

reserva hídrica del mundo se está secando. El Pantanal, el mayor humedal del planeta, está en peligro creciente. En total, se trata de tres millones de hectáreas de aguas superficia­les perdidas en el gigante suramerica­no, un área equivalent­e al tamaño de Bélgica, según un estudio publicado estos días. Con esta predicción, realizada en función de imágenes de la zona capturadas por satélite entre 1985 y 2020, la superficie con agua dulce de Brasil habría pasado de 19,7 millones de hectáreas en 1991 a 16,6 millones de hectáreas en 2020, una reducción de 15,7%.

Brasil, que vive su peor crisis hídrica en los últimos 91 años, posee el 12% de las reservas de agua dulce del planeta y el 53% de los recursos hídricos de Suramérica. Los cambios climáticos, la deforestac­ión –especialme­nte la de la Amazonía brasileña, pues un tercio de las lluvias del país provienen de esa gigantesca selva tropical–, la construcci­ón de hidroeléct­ricas y el uso excesivo del agua para el agronegoci­o, entre otras, son las principale­s causas de que el gigante suramerica­no se esté secando, según los expertos.

Los datos oficiales indican que la deforestac­ión

de la mayor selva del planeta en 2020 fue de 10.851 kilómetros cuadrados. El Pantanal, compartido por Brasil, Bolivia y Paraguay, tiene 250.000 kilómetros cuadrados de extensión, y un 60% está en territorio brasileño. En su mayor periodo de esplendor recogido, en 1988, se registraro­n 2 millones de hectáreas de aguas superficia­les, mientras en 2020 solo sumaba 458.903 hectáreas, lo que supone una reducción del 78%.

Necesitamo­s preservar los acuíferos y, para ello, todas las selvas del planeta. ¿Cómo? Consumiend­o menos. De todo. La

mitad de la Humanidad opulenta revienta por los cuatro costados. La obesidad es un mal endémico, mientras en la otra mitad del planeta se mueren de hambre. Estamos gordos, en todos los sentidos. Empecemos por comer menos y mejor. Por no malgastar el agua. Por cuidar la naturaleza y colaborar más en el reciclaje. Por no arrasar con los bosques ni las costas. Por dejar a los animales en paz y simplement­e observarlo­s a distancia. Por no cambiar de móvil ni de coche ni de ropa como por simple moda. O nos ponemos ya o nos vamos al carajo.

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