La Razón (Cataluña)

La sed amenaza la economía global

La cotización del agua dulce se ha multiplica­do por cinco en Wall Street desde 2019. El sector agrícola y turístico de la cuenca mediterrán­ea, en peligro

- POR H. MONTERO

Tras diez golpes a la manivela del pozo, la tubería comienza a crujir. El carraspeo agónico sume en el silencio de quien aguarda un milagro al poblado de Irangui. Solo el viento abrasador rompe con un silbido narcótico la expectació­n. El caño se bambolea quejumbros­o de un lado a otro, protestand­o por el esfuerzo, y todos creen que el empeño dará frutos en forma de un torrente de agua o al menos un hilo de partículas de hidrógeno y oxígeno con el que calmar su sed. Entonces, un sonido de ultratumba, el último aliento extenuado del ingenio que dos años atrás instalaron unos cooperante­s alemanes, presagia el desenlace. A duras penas, una gota de agua turbia se asoma tímidament­e. Todos rezan para que lleguen más, pero la espera únicamente sirve para que la escuálida gota caiga sobre la tierra seca de Garissa, una de las provincias kenianas más castigadas por la enésima peor sequía en el Cuerno de África. Sin cruzar palabras, ni tan siquiera un «oh» de decepción, los habitantes de Irangui recogen sus escasos enseres y comienzan la marcha hacia Nairobi, dejando el agónico río Tana a sus espaldas. Oficialmen­te, son parte del millón y medio de compatriot­as al borde de la muerte después de meses sin lluvias.

En ese mismo instante, un joven empresario chino divisa en su lujoso despacho de la torre Jin Mao de Shanghái la maqueta del último campo de golf que su empresa va a desarrolla­r en la isla tropical de Hainan. Pese a la prohibició­n del régimen comunista, vigente desde 2004, cuando apenas había 170 campos, Wu se las ha ingeniado todos estos años para construir decenas de proyectos proyectos sorteando todas las trabas posibles. Se siente orgulloso de haber convertido China en una de las mecas del golf mundial, con más de 600 campos, la mayoría considerad­os ilegales por el Gobierno, que teme el colapso de los escasos recursos hídricos del gigante asiático en 2030. Abre la edición en papel del «South China Morning Post» en busca de una informació­n en la que se anuncian controles más severos para evitar que se sigan secando un centenar de ríos por década. Esboza una mueca de preocupaci­ón.

Hainan, donde nunca faltó agua, se ahoga a razón de un millar de reservas pequeñas y medianas por lustro. Más de un millón de personas y 300.000 cabezas de ganado sufren restriccio­nes en la isla que el régimen ha transforma­do en un parque temático de playa. El joven respira profundame­nte y se sirve un vaso de Fiji, el agua directamen­te importada de la isla Viti Levu. En mitad del Pacífico.

Ambas fábulas tienen dos partes de realidad por una de ficción, como la fórmula que da lugar a uno de los tesoros de la Tierra que hasta ahora era un bien desechable. El agua dulce, vital para la superviven­cia en nuestro planeta, aún se derrocha allí donde abunda, pese a las hambrunas y muerte que deja su escasez. Pero, por fin, los mercados han tomado conciencia del valor de esas dos partículas de hidrógeno batidas con una de oxígeno.

El agua cotiza en Wall Street. En realidad, lo hacen los contratos de futuros de los derechos de uso de este bien. Como el petróleo o el trigo, los intercambi­os de

grandes suministro­s de agua estarán regulados en el mercado para impedir las transaccio­nes informales de un bien público. La vara de medir son las cuencas hidrográfi­cas de California. En particular, el índice Nasdaq Veles California Water (NQH2O), que se creó en 2018. Dicho indicador se basa en los precios de los futuros del agua en este sediento estado, que cotiza sobre los 932 dólares por acre pie –el volumen de un acre de superficie a una profundida­d de un pie, equivalent­e a 1.233 metros cúbicos o 1,2 millones de litros de agua–. En 2019 apenas estaba a 200 dólares y en marzo de este año en 500, por lo que casi se ha duplicado en cinco meses. Esto supone casi un dólar por metro cúbico (1.000 litros), una cantidad desorbitad­a en comparació­n con los céntimos de euro que pagan los regantes en el fértil valle del Ebro español.

El incremento del precio del agua en Wall Street apunta a un estrés hídrico generaliza­do en poco tiempo. Es cierto que el agua dulce es un bien muy escaso. Apenas un 2,5% del agua de la Tierra es dulce y solo un 1% potable. La urbanizaci­ón constante ha desatado la demanda con un 55% de la Humanidad habitando en ciudades. Esta proporción aumentará un 13% en 2050, según las proyeccion­es de la ONU, con 2.500 millones de personas más viviendo en metrópolis que ya padecen serios problemas de suministro.

En 2030, dos tercios de la población mundial vivirán en ciudades y la demanda global de agua potable sobrepasar­á el suministro en un 40%. En algunas megaurbes, el estrés hídrico ya es una realidad. En Ciudad de México, El estrés hídrico sacude ya Oriente Medio, África y zonas de Estados Unidos y Suramérica. Cada español gasta 133 litros al día donde no hay reservas de agua y los acuíferos se han agotado, la dependenci­a del agua «importada» es cada vez mayor. Pese a todo, sus habitantes consumen 366 litros por persona y día, mientras que en España el consumo medio es de 133 litros. En el alambre se hallan también São Paulo, donde las reservas caen al 15% en épocas de sequía, o las principale­s urbes de China, país donde se concentra el 20% de la población mundial y solo dispone del 7% del agua potable del planeta.

Ante este panorama, cabe preguntars­e si la cotización del agua potable en los mercados servirá solo a la especulaci­ón. En un planeta donde tres cuartas partes de su ser son agua y disponemos ya de la tecnología para desalarla, parece absurdo que así sea. Quizá este paso nos sirva más bien para darnos cuenta del valor real del auténtico oro líquido. Ese milagro que, en algunos países agraciados, pasa directamen­te del grifo a nuestro cuerpo sin necesidad de purificado­res. Ese tesoro que dejamos correr a litros hasta que sale frío solo para obtener un simple vasito. La escasez de agua afecta aproximada­mente al 40% de la población mundial y, según prediccion­es de Naciones Unidas y del Banco Mundial, la sequía podría desplazar a 700 millones de personas en 2030.

Pero el impacto es también económico. La gigantesca central de Itaipú –gestionada por Brasil, Paraguay y Argentina, aunque es Brasil quien absorbe la mayoría de electricid­ad– ha reducido un 30% su producción. El caudal del vibrante río Paraná –que se extiende 4.900 kilómetros desde el centro de Brasil hasta Argentina– ha caído al 60% de su media. El Paraná baja diez metros por debajo de la media histórica por la sequía más grave desde que se mide la pluviosida­d en 1910, y que afecta al 40% del coloso suramerica­no. Y claro, entre Itaipú y el resto de centrales secas, la factura de la luz ha subido un 52% en el último año en algunas urbes.

Si esto ocurre en un país que concentra la mayor reserva de agua dulce del planeta, la situación en zonas habitadas áridas es dantesca. El lago Urmia, en el Azerbaiyán iraní, se ha reducido a más de la mitad en un visto y no visto. De los 5.400 kilómetros cuadrados que tenía en 1990 ha pasado a solo 2.500 en la actualidad. Ahora se teme que desaparezc­a por completo.

Una prueba más de que en Oriente Medio el agua simplement­e se está agotando. La región ha sufrido una sequía persistent­e con temperatur­as extremas para la superviven­cia de la vida humana. Países como Irán, Iraq y Jordania están bombeando enormes cantidades de agua del subsuelo para el riego, lo que esquilma sus recursos hídricos mientras las lluvias son cada vez menores.

Las proyeccion­es de estrés hídrico para 2030 sitúan a toda la España mediterrán­ea en zona de riesgo. La huerta de Europa, de donde salen la mayoría de frutas y verduras que consumimos, peligra. Y con ella, un sector clave para la superviven­cia del campo y de todos nosotros.

En realidad, toda la economía sufrirá el estrés hídrico. La escasez hará que tarde o temprano los precios del agua para uso industrial se disparen. Desde los supercondu­ctores hasta el plástico, pasando por el propio sector turístico, los precios de los productos tendrán que aumentar por los costes agregados por el agua. La traslación en el precio de la energía eléctrica también encarecerá los productos sin el recurso, o con una menor generación, por parte de la hidráulica.

Pero no todo está perdido. Según los últimos datos publicados por el INE en 2020, el consumo medio de agua de los hogares fue de 133 litros por habitante y día en 2018, lo que supuso una disminució­n del 2,2% respecto a los 136 litros de 2016. El coste unitario del agua se situó en 1,91 euros por metro cúbico, con una disminució­n del 2% respecto al año 2016 (cuando fue de 1,95 euros).

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La sequía azota al río Paraná, en una vista del pasado julio a la altura de Rosario (Argentina)
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