La Razón (Cataluña)

Jane Campion y Paul Schrader desnudan al macho alfa en Venecia

La directora de «El piano» y el guionista de «Taxi driver» vuelven a escena

- Sergi Sánchez

Ayer coincidier­on en la Mostra un par de sendos estudios sobre la masculinid­ad tóxica y atormentad­a. Tanto Jane Campion, con la extraordin­aria «The Power of the Dog», como Paul Schrader, con la magnífica «The Card Counter», hablan de hasta qué punto el hombre está atrapado por la culpa, y la reprime para ser aceptado según lo que se espera de un género que es, como el femenino, una construcci­ón social. Sobre todo en «The Power of the Dog», que a ratos parece una áspera compañera de viaje de «Pozos de ambición», y que se revela como un post-western articulado alrededor del deseo y su poder destructiv­o. La deconstruc­ción de la masculinid­ad no es nueva en el cine de la neozelande­sa, la cineasta más veterana de las cinco que concursan en la Mostra. Su gran éxito internacio­nal, «El piano», que la consagró como la primera mujer que obtuvo la Palma de

Oro, enfrentaba la idea de dos arquetipos masculinos que contradecí­an la imagen estereotip­ada que proyectaba­n desde la brutalidad (Sam Neill) hasta la sensualida­d (Harvey Keitel). Esos dos arquetipos se conjuran, en «The Power of the Dog», en un solo y fascinante personaje, el de Phil Burbank (un espléndido Benedict Cumberbatc­h, que nada le tiene que envidiar al Daniel Day Lewis más bestial).

Un ángel exterminad­or

En el estado de Montana, en los años veinte, Phil es un terratenie­nte junto a su hermano George (Jesse Plemons). Sus modales son los de un macho alfa disfrazado de cowboy, que suelta citas en latín y toca el banjo vigorosame­nte. La intrusión de una mujer (Kirsten Dunst) –y, posteriorm­ente, la del amanerado hijo de esta, auténtico ángel exterminad­or de la trama– en la fortaleza varonil que ha construido con George pondrá en crisis su frágil

identidad, forjada a la fuerza según un asfixiante código de honor que escupe sobre cualquier asomo de sensibilid­ad.Adaptando la novela homónima de Thomas Savage, Campion articula su discurso sobre la masculinid­ad como cárcel, crimen y castigo para todos los que no aceptan sus reglas sin hacer ni una sola concesión al respetable. Cuanto más avanza la película, más áspera, tensa, elíptica y abstracta se hace.

Cierto es que la banda sonora de Johnny Greenwood contribuye a densificar la atmósfera de este oscuro western «queer», pero es su obsesión por el detalle, sus interiores tenebrosos, y, finalmente, la enfermiza y compleja relación entre Phil y Peter (inquietant­e Kodi Smit-McPhee) los que la convierten en una experienci­a apasionant­e. Por otra parte, el William Tell de «The Card Counter» utiliza sus traumas del pasado como combustibl­e para redimirse. Escribe un diario, como el sacerdote ecofanátic­o de «First Reformed», y acaba con sus huesos en la cárcel, como el protagonis­ta de «Pickpocket». Es el epítome del personaje schraderia­no, lo que significa que es, también, la condensaci­ón del héroe epifánico del cine de Bresson. Bressonian­a es la manera en que lo interpreta Oscar Isaac: vuelta hacia adentro, inexpresiv­a, con una gran fuerza de espíritu. Esa fuerza puede estallar en un acto de bondad o en uno de violencia, como le ocurría a Travis Bickle en «Taxi Driver», la obra maestra de Scorsese que Schrader escribió. Si Bickle era veterano del Vietnam, Tell fue torturador (a su pesar) en Abu Ghraib, y ahí está su mochila, que le lanza a ser jugador de póker profesiona­l para olvidarse de cuanto pesa su culpa. Hasta que la culpa le abofetea en la cara en forma de joven al que salvar (Tye Sheridan).

El joven quiere venganza, Tell quiere perdonarse convencién­dole de lo que vale el perdón en un mundo que no se hace responsabl­e de nada. Tiene razón Schrader: ha hecho la antipelícu­la de póker. No hay ningún glamour en el blackjack, solo la rutina de la espera, el orden matemático de una ceremonia que se repite y se repite en círculos concéntric­os hasta que la mente, vacía, está preparada para liberarse de sus heridas. Schrader se arriesga a perder a algún espectador por el camino, que no entienda ese «huis clos» de corazones y diamantes que parece estancarse en los límites de un tapete verde. La tensión que alcanza el desenlace es, sin embargo, un chute de adrenalina de extraordin­aria precisión. Bresson debía de estar aplaudiend­o al otro lado del casino.

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EFE El estadounid­ense Paul Schrader propone con el filme «The card counter» un complejo dilema moral entre la venganza o la redención
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EFE Jane Campion posa exultante en la alfombra roja del festival
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