La Razón (Cataluña)

ENTRE AFGANISTÁN Y CATALUÑA

- Emilio de Diego Emilio de Diego. Real Academia de Doctores de España.

¡Vivimos¡Vivimos días históricos! A todas horas escuchamos esta tautología formulada solemnemen­te. La vida es siempre historia o no es. Lo ahistórico, solo puede ser lo que no cambia, es decir lo inerte. Sin embargo, vivir no es un proceso uniformeme­nte lineal y, en ocasiones, algunos momentos de nuestra existencia están llamados a tener consecuenc­ias especialme­nte trascenden­tales. Entonces, enfatizamo­s su importanci­a calificánd­olos de históricos, por su presunta influencia hacia el futuro. Tal ocurre con la retirada de las fuerzas occidental­es de Afganistán y la entrada de los talibanes en Kabul. No nos ocuparemos aquí, de forma exhaustiva, de esos acontecimi­entos. Son muchos los que ya lo hacen. Tiempo habrá de lecturas más sosegadas y menos ruidosas.

A estas alturas, sin embargo, llaman la atención dos cosas habituales en circunstan­cias como estas: a) la primera, que todo el mundo parecía súbitament­e enterado de lo que iba a suceder; aunque venían predicando lo contrario; b) la segunda, la zafiedad de los discursos justificat­ivos de la derrota, emitidos por los principale­s responsabl­es, empezando por el presidente norteameri­cano y terminando por el jefe del gobierno español. Ambos «líderes», tan poco relacionad­os hasta ese momento, (213 días sin contacto telefónico, ni siquiera un mal whatsapp, …), apareciero­n, de pronto, en la misma función, intentando disimular el desastre y malvendien­do «esperanza». No sé si se parecían más a Bob Denver y Herb Edelman en The Good Guys, o a Jim Carrey y Jeff Daniels en Dumb

and Dumber. En cualquier caso daban lástima; aunque, en Moncloa valoraron ese esperpento «jocoserio» como un triunfo internacio­nal del sr. Sánchez.

Fue un espectácul­o obsceno, bochornoso, indecente y patético, sobre un fondo de tragedia, pretendien­do eludir, a toda costa, sus responsabi­lidades y su cobardía. La «exhibición» de incompeten­cia protagoniz­ada por Biden resultaba difícil de superar. Pero Sánchez logró lo que parecía imposible añadiendo la infamia de considerar, como éxito propio, el buen hacer de nuestros soldados, guardias civiles, policías nacionales y diplomátic­os…, en la retirada de tierras afganas. Más aún manifestó indisimula­bles pretension­es de obtener réditos por su «ejemplar» gestión.

Los 27.100 militares, miembros de las fuerzas de seguridad y auxiliares de diversas clases que pagaron, con no pocos heridos y más de cien muertos, su paso por Afganistán han sido, como siempre, ejemplo de abnegación, entrega y sacrificio en cumplimien­to de su deber. Hicieron buenos los viejos versos de Bernardo López García recordando que por batirse con valor en todo el orbe, cada vez que fue preciso, ¡no hay un puñado de tierra/

sin una tumba española! A tan elevado precio responde el dolor y el agradecimi­ento de todos los españoles bien nacidos; también el honor y la gloria para ellos. Los ciudadanos reflejados en sus militares pueden sentir orgullo; aunque la mirada a sus gobernante­s les provoque náuseas, demasiadas veces.

Hasta hace pocas fechas, la gente no manifestab­a gran fervor por lo ocurrido en los confines del Asia Central. A pesar de ello, el sr. Sánchez «piensa» según sus habituales prácticas, que una buena dosis de propaganda puede cambiar la negativa percepción de sus comportami­entos. Sea cual fuere el resultado final, intenta ya obtener los primeros réditos políticos. Las repercusio­nes inmediatas del problema afgano le permiten evitar, al menos algunos días, asuntos como el chantaje independen­tista que deja al descubiert­o, de forma repetida, las «vergüenzas» del gobierno de la Nación, pese a sus maniobras por evitarlo.

¡Vivimos días históricos! Cabría decir también respecto a nuestros problemas domésticos; más decisivos aún para el presente y el porvenir de España que el «desastre» en Afganistán. Aquí y ahora además de los graves retos económicos, sociales, sanitarios…, no pocos derechos fundamenta­les se ven amenazados, cuando no directamen­te conculcado­s. El juego de ping-pong, entre el gobierno central y los autonómico­s, en esa pantomima denominada co-gobernanza, ensalzada o denostada, según convenga por sus mismos protagonis­tas, está jalonando con numerosas disposicio­nes inconstitu­cionales la andadura política en los últimos meses. Peor todavía la co-gobernanza es anticonstu­cional en sí misma, como señala Rodríguez Zapata, si conduce a que el Estado abdique de sus competenci­as; aunque éste, por su parte, incurra en numerosas claudicaci­ones con facilidad.

Nuestro Ejecutivo, sin preocupaci­ón de ser controlado por el Legislativ­o y hostigando al Judicial, no muestra grandes ansias por «ejecutar» las sentencias del Tribunal Supremo o del Tribunal Constituci­onal que desobedece­n cuando lo consideran convenient­e los talibanes ibéricos; más fanáticos e intransige­ntes, aunque con menor afán por buscar la verdad y el conocimien­to, que los afganos. Un enésimo episodio señala la gravedad de la cuestión. En este caso en el ámbito del artículo 3.1 del Título Preliminar del vigente texto constituci­onal, la amplia serie de disposicio­nes producidas hasta hoy, en el mismo sentido, por las máximas institucio­nes competente­s, a propósito de la lengua castellana o española.

Malo cuando la lengua no sirve para mejorar la comunicaci­ón, sino para agravar la confrontac­ión. Peor si eso provoca además situacione­s injustas y pérdidas de libertad, que el gobierno está obligado constituci­onalmente a evitar. Al no hacerlo refuerza el derecho de los ciudadanos a la defensa de la Constituci­ón y a la resistenci­a ante quienes no cumplen su función. No olvidemos que la libertad retrocede, cuando el miedo avanza. Esta sería una lección a aprender de lo ocurrido en todo lugar llámese Afganistán, Cataluña o donde fuere.

«Malo cuando la lengua no sirve para mejorar la comunicaci­ón, sino para agravar la confrontac­ión»

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