La Razón (Cataluña)

«Nora»: Lara Izagirre y cómo volver desde la ópera prima

Tras «Un otoño sin Berlín», la directora se lanza a un viaje metafísico por los paisajes vascos

- M. G. Rebolledo -

En 2015, y gracias también a una interpreta­ción de Irene Escolar que bien valió un Premio Goya, la directora vasca Lara Izagirre rozó el cielo del cine patrio con «Un otoño en Berlín», su aplaudida ópera prima sobre buscarse las castañas más allá del nido. Por eso, llama la atención que haya pasado más de un lustro para poder presentar en sociedad un nuevo proyecto. La maldición de la primera película, esa que cuenta que nuestro tejido industrial del cine hace imposible consolidar carreras, se ha dejado sentir con «Nora», un guion que se encuentra por fin con las salas tras más de cuatro años de preparació­n y producción.

«Con la primera película, como crees que es la única que vas a hacer, solo miras hacia adelante y crees que no hay nada más, no sabes nada más. En la segunda ya tienes la experienci­a, que cuenta y mucho. Con “Otoño...”, si yo hubiera pintado un escenario perfecto, hubiera sido exactament­e exactament­e lo que ocurrió. Entonces ahora, desde esa posición de cariño a la anterior, sentía que nunca iba a estar a la altura. Tenía que aprender a querer a “Nora” por lo que era “Nora”, no por la comparació­n. Tenía que ser disruptiva, por eso decidí echarme a la calle, a rodar exteriores en pleno verano y hasta a cambiar de idioma. Me sentí muy cómoda, porque en mi cabeza empecé a notar que era otra película, otro proyecto. Me di cuenta, ya del todo, en el estreno en San Sebastián cuando la gente reaccionó bien a la película», explica vehemente la realizador­a en uno de los ruidosos pasillos de los Cines Verdi de Madrid.

Beneficios de lo impulsivo

En «Nora», protagoniz­ada por una espléndida Ane Pikaza que funciona como extensión de la directora en la pantalla, seguimos a una periodista e ilustrador­a frustrada, que se gana la vida como puede escribiend­o horóscopos, y que ya está harta de sobrevivir, de tan solo existir. Alentada por su enésimo fracaso laboral y por el fallecimie­nto de su abuelo -encarnado en la presencia arrollador­a de un Héctor Alterio cuyo «cameo» se gestó por carta-, Nora decide coger su furgoneta recién heredada y echarse a los espectacul­ares paisajes vascos que nos regala al ojo Izagirre: «Nunca quisimos hacer un anuncio turístico, pero quedó así. Y es cierto que en muchas localizaci­ones nos dejaban grabar, pero solo con la condición de que no diéramos la ubicación exacta, que no diéramos pie a la masificaci­ón», confiesa la directora sobre el rodaje.

Con un espíritu crítico, una crítica velada a la opresión normalizad­a que conlleva a veces la maternidad y una ligereza que hace poso solo bien digerido su visionado, «Nora» se puede interpreta­r como una conversaci­ón de Izagirre consigo misma, como si necesitara un alter ego en celuloide que le recordara que «de vez en cuando, está bien ser impulsiva, que no pasa nada por tomar decisiones un poco más rápido», como ella misma añade antes de despedirse.

«Después de mi primera película, tenía la necesidad de ser disruptiva, impulsiva», explica la directora

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