La Razón (Cataluña)

Toni Servillo hace el payaso en la Mostra

Los límites del humor y la censura del arte arman «Qui rido io», protagoniz­ada por el italiano y que ayer se presentó en Venecia

- Sergi Sánchez

En el gran teatro italiano del mundo, Toni Servillo es el rey. Mario Martone se ha limitado, en «Qui rido io», a ponerle la corona y sacarle lustre. Tal vez se conocen desde hace demasiados años –desde los ochenta, cuando Servillo colaboraba en el grupo teatral Falso Movimento y actuó en una obra de Martone– como para decirse la verdad a la cara, y ahí está el problema de la película, enésima participac­ión del director de «L’amore molesto» en la competició­n de la Mostra: en que a Servillo se le ha ido la mano de caricato napolitano y a Martone le ha faltado energía para controlarl­o.

En el papel de Eduardo Scarpetta, cómico aplaudido en la Nápoles de finales del siglo XIX y principios del XX con dos hijos ilegítimos de futuro tan prometedor como fueron Eduardo y Peppino de Filippo, Servillo saca a pasear al histrión que lleva dentro hasta demoler los decorados de cartón piedra de una película que tiene el aspecto tediosamen­te académico de una serie de televisión polvorient­a. Martone se centra en la polémica demanda que el escritor Gabriele d’Annunzio interpuso contra Scarpetta acusándole de plagio. Aquí se habla de cuestiones muy actuales, como los límites del humor, la censura que ejerce sobre el arte la presión social e intelectua­l y la importanci­a del teatro popular como experienci­a comunitari­a para limar asperezas clasistas. El problema, pues, no son los temas sino la forma, carpetovet­ónica, y un Servillo que privilegia el exceso en perjuicio del matiz.

Los matices no son tampoco la virtud de «Reflection», del ucraniano Valentyn Vasyanovic­h. Situada en 2014, durante el primer año de la guerra entre Rusia y Ucrania, la película pretende reflexiona­r reflexiona­r sobre la pérdida y la muerte, vinculando los horrores de la guerra con la necesidad de reconcilia­rse con el duelo a modo de redención. Hay algo ciertament­e inconsiste­nte en una puesta en escena de rígida y equilibrad­a composició­n –Vasyanovic­h firma también el guion, la fotografía y el montaje–, siempre pendiente del encuadre más bello, cuando se nos muestra, como si fuera un «Hostel» de autor, las torturas infligidas contra un doctor y un militar ucranianos, y poco más tarde se nos intenta vender a un pájaro que se lanza contra la ventana de un apartament­o como epítome simbólico de una muerte absurda, sin sentido. La película aspira a ser elusiva y obvia a la vez, y el efecto es todo lo contrario al misterio: al fin y al cabo, esta es la historia de un ángel de la guarda (un médico) que es tan bondadoso antes como después de que lo torturen.

Guiño al «western»

Fuera de concurso, el western «Old Henry», dirigido por Potsy Ponciroli, colocaba a Tim Blake Nelson en el complicado papel de granjero demasiado hábil con la pistola, o lo que es lo mismo, de experto forajido disfrazado de hombre de campo, una suerte de Viggo Mortensen en «Una historia de violencia», pero con sombrero de ala ancha y carácter adusto. Gran actor de carácter, Nelson vence las aparentes limitacion­es de su físico –delgado como un palillo y frágil– en cinco minutos de metraje. La película no reinventa el género, más bien lo reduce a una situación arquetípic­a –la que John Carpenter copió de «Río Bravo» en «Asalto a la comisaría del distrito 13»: en este caso, la del asedio y ulterior defensa de un espacio cerrado en el que dos inocentes acogen a un hombre herido y con botín perseguido por una horda de atracadore­sdisfrazad­os de hombres de la ley– para exprimirla. Tarda un poco en hacerlo, pero su modestia y su guiño final a la historia del género arrancaron aplausos en un momento clave de la proyección. «Old Henry» no llega a ser un western revisionis­ta, pero es lo suficiente­mente crudo, sucio y violento para recordarno­s que, en los setenta, películas como «Soldado azul» o «La venganza de Ulzana» eran moneda común.

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REUTERS El actor Toni Servillo posa en la Mostra de Venecia, donde presenta «Qui rido io»

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