La Razón (Cataluña)

El 11-S, veinte años después

- Gonzalo Alonso

«Quid sum miser tunc dicturus, quem patronum rogaturus cum vix justus sit securus?». Había llegado de madrugada y la habitación de su hotel no estaba aún libre. En un bar se tomó un horrible café, que ardía en el largo vaso de plástico blanco, junto a los camioneros que acopiaban fuerzas. Prometía un bello amanecer y decidió hacer tiempo, en lo más alto del mundo, junto a una luna desvanecie­nte. Todavía no habían abierto las puertas a los turistas pero, como era habitual en él, se las apañó para entrar y subió hasta el infinito. Contempló el nacimiento del sol y la muerte de la luna. Vio el despertar de una ciudad. Su amado Empire, orgulloso clavándose en el cielo y, casi al alcance de su mano, la hermana gemela, desafiante y soberbia. Y, en sus oídos sonaba la tercera parte de uno de sus Bachs favoritos: «Ich freue mich auf meinen Tod», y sintió que nunca había amado tanto la vida.

Se acabó aquella música de muerte y esperanza y le saltó en el dial una de Holst mucho más brusca: «Marte, el portero de la guerra». Aquellos planetas no están tan lejos, pero los acordes eran obsesivos. Y vio una saeta surcando el cielo, como lanzada por el gigante Empire, ballesta en mano. Se frotó los ojos y recordó a Verne, al «Quinto jinete» de Forsyth, las «Órdenes ejecutivas» de Clancy y, en los segundos más largos de su vida, comprendió que la realidad puede ser más imaginativ­a que la propia imaginació­n. Temblaron sus oídos y sus pies. Vio la gente correr. Les vio aplastarse a los cristales. Sintió clamar: «Dies irae, dies illa solvet saeclum in favilla». Y comprendió más que nunca la grandeza de Mozart y Verdi. Ellos sí presintier­on, sí imaginaron. Escuchó las trompetas fundirse, los chelos astillarse. Sintió arder sus entrañas. «Confutatis maledictis, flammis acribus addictis».Y decidió que, por fin, podía hacer realidad su sueño. Se fue despojando de sus ropas. Las amontonó, dejó sobre ellas el «Ich habe genug», extendió los brazos y voló como un pájaro. «Lux aeterna luceat eis».

Este artículo fue escrito hace veinte años en Palermo. En ella yo reflejaba los sentimient­os de mi amigo Beckmesser ante la tragedia neoyorquin­a, combinándo­los con su estado de ánimo en aquellos meses. Han pasado veinte años y se halla cansado de luchar con los mismos problemas. Cansado de perder el tiempo en batallas inútiles contra la ineficacia, cuando no la corrupción o las situacione­s de monopolio o favor. Siempre la misma historia. Por eso, ustedes han de entender que mi amigo Beckmesser se arrojara ficticiame­nte al vacío un supuesto 11-S y que, veinte años después, piense en volverlo a intentar con menos ficción.

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