Los debates robados

La reacción tras la denuncia de una agresión homófoba, que no fue tal, vuelve a poner de manifiesto la dinámica perversa que nos roba todos los debates. Sin información oficial tras la noticia se registra una sucesión de condenas, suelen contener elementos comunes peros como eslogan, se inicia una segunda fase, alejada del hecho, en la que se analizan esas diferencias para fijar la acusación en el declarante y no lo sucedido ni en lo que significa.

Desde una parte del arco ideológico se denuncia que los más extremos de la otra parte son los responsables o culpables y se interpela a la parte más moderada por lo que han dicho los que están a su izquierda o a su derecha. Así desde PSOE o Podemos se apela al PP por lo que dice Vox y, de la misma manera según el asunto, desde la derecha se cuestiona a los socialistas por lo que dicen Podemos, ERC, Batasuna o el que haya aportado su barbaridad diaria. Esto se suele adobar con unas presuntas propuestas cargadas de trampas y vetos que hacen imposible su ejecución pero que dejan la extraña sensación de iniciativa. La política declarativa ha dado paso a un subgénero de la declaración sobre la declaración y estamos instalados en la política sin sustancia, sin acción, sin hecho… sin política. Los medios, mermados de personal, actúan como caja de resonancia de este zumbido constante, salvo algunas excepciones. Vivimos una realidad que impide abordar con sensatez las necesidades, las respuestas y los hechos que están afectando a cuestiones como el odio, los derechos humanos, el entramado institucional, el sistema de partidos, la economía grande y la de andar por casa. No quedan asuntos «libres», esos que antes se llamaban de Estado. Todos los campos, empezando por el Congreso, se han encharcado y las formaciones moderadas de cada «bando» son incapaces de salvar sus propuestas contando con el moderado de enfrente. La democracia no solo es votar.