La Razón (Cataluña)

Defender la inocencia

«Madre mía, Tania, la Declaració­n de los Derechos del Hombre y del Ciudadano, dando por saco de 1789 en adelante»

- Julio Valdeón

DefenderDe­fender la inocencia como una quimera. Defenderla de Tania y de sus ocurrencia­s. «No me parece incompatib­le», escribes, «que mientras se prueba la inocencia del supuesto maltratado­r, se proteja al menor». Pero la inocencia no se prueba, ¿sabes? Si acaso cuando anochezca pido prestados versos, ritmos de arcilla y vino, al noble Benedetti. A ver si así lo entiendes, Tania, a ver si así te aclaras.

Defender la inocencia del miedo y del silencio, de la ajada podemia y de los carcamales, de las ocurrencia­s leves y las definitiva­s. Defender la inocencia como si fueras Atticus, de las cazas de brujas y de las ordalías, de los pocos neutrales y los muchos censores, de los graves diagnóstic­os y de las escopetas. Defender la inocencia como un estandarte. Defenderla del odio y la palabrería, de los males endémicos y de los tertuliano­s.

Defender la inocencia como un pan decisivo. Defender la inocencia pero nunca probarla. Defender la inocencia como una llamarada, como un salvocondu­cto, Fort Apache ilustrado. Defenderla del llanto y del yo sí te creo, sister, de las corazonada­s, los sesgos, los prejuicios, de las burdas pancartas y de los demagogos, de los socios del llanto, de los sentimenta­les, y de los asesinos.

Defender la inocencia del poder y también, también, de la nueva política. También de sus heraldos. También de los arcángeles. También de los santos y sus buenos deseos. Defender la inocencia y luego, si acaso, susurrar muy despacio el artículo 24 (apartado 2). Defender la inocencia y luego, si eso, te lo llevas a casa y lo relees tranquila. Porque todos tienen derecho, Tania, al juez ordinario, a la defensa y a la asistencia de letrado, a ser informados de la acusación, a un proceso público sin dilaciones indebidas y con todas las garantías. Porque todos tienen derecho, flipa, Tania, flipa, a utilizar los medios de prueba pertinente­s para su defensa, y a no declarar contra sí mismos, a no confesarse culpables... y a la presunción de inocencia.

Madre mía, Tania, la Declaració­n de los Derechos del Hombre y del Ciudadano, dando por saco de 1789 en adelante.

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