«REGRESAR A MI PAÍS SIGNIFICARÍA LA CÁRCEL Y POR LO TANTO LA MUERTE PARA MÍ»
Sí,Sí, señor Ramírez, la edad no perdona, mucho más, cuando la profecía se ancla, sólida, en la experiencia. Cayó Anastasio Somoza en 1979 y usted tomó parte destacada, bajo Daniel Ortega, de los primeros gobiernos del Frente Sandinista Sandinista de Liberación Nacional (FSLN), los que llevaron a Nicaragua a la ruina y al sufrimiento de la guerra civil. Aquello no era su sitio, pero ahí estuvo once largos años, hasta que, caído el muro de Berlín y con la Unión Soviética dando las últimas boqueadas, tuvieron que reconocer la victoria electoral, incontestable, de la oposición que lideraba Violeta Barrios de Chamorro. No fue sencillo. Les recuerdo a ustedes, en el centro de escrutinio, con el gesto hosco y el recuento suspendido. A Humberto Ortega, pistola al cinto, paseando por un pasillo, musitando «no, no, no». Habían hecho una campaña tremenda con un derroche obsceno de los medios del Estado. Habían empleado la coacción para arrastrar a los funcionarios, los «acarreados», a los mítines de un Ortega, Daniel, que era «el gallo ennavajado que amerita la nación», jaleado por tal multitud de compañeros brasileños, mexicanos, argentinos, españoles, alemanes y noruegos que no habían dejado libre una habitación de hotel ni una mesa en los restaurantes. Pero los que estábamos atrás, fuera de los focos, veíamos las caras de asco del pueblo ante tanta música y tanta pachanga. Perdieron, aceptaron la derrota y lo que pudo ser se jodió entre el cainismo, el sabotaje, las corruptelas y la gran tragedia del huracán Mitch. Es cierto que ya estaba usted de vuelta, incardinado de pleno en la defensa de la libertad y la democracia. Escritor sublime. Pero esa cárcel siniestra del Chipote, que, sin duda, le mataría, donde penan tantos compatriotas, existía cuando usted llegó al poder, siguió existiendo cuando lo abandonó y seguirá existiendo, me temo, cuando el tiempo se nos lleve a todos. Hay lugares del mal que permanecen y que lo pudren todo con su maleficio. Como El Chipote. La levantó Somoza y usted la dejó en pie.