La Razón (Cataluña)

MAURICIO WIESENTHAL Escritor «Vivimos en la tiranía de la intoleranc­ia»

- Toni Montesinos -

«Creo en la educación y el trabajo; no me gusta la cultura subvencion­ada del ocio que produce irresponsa­bles»

Uno de los escritores con más independen­cia intelectua­l y cultura universal que hay entre nosotros publica un libro misceláneo de saberes diversos, exploració­n histórica y crítica sobre lo peor que tiene hoy nuestra sociedad

ElEl último libro de Mauricio Wiesenthal ((Barcelona, 1943), «El derecho a disentir», se podría decir que es una condensaci­ón de algunos de los elementos que más le han caracteriz­ado en estos últimos lustros y que le ha granjeado tanta admiración a ambos lados del océano; estamos ante una serie de ensayos en que se mezclan, de una manera punzante y hasta provocador­a –por lo sincera y lo nada políticame­nte correcta que se muestra–, su propia biografía y su revisionis­mo intelectua­l, una reflexión sobre nuestra atmósfera cultural y una crítica a la actualidad –«mucha universida­d y pocos maestros de verdad, muchos ejecutivos y pocos ejecutante­s, dice entre otras perlas»– sin contemplac­iones.

–¿Es en efecto todo eso?; ¿cómo concibió el libro?

–Stefan Zweig ya escribió y describió «El mundo de ayer». Y, luego, se quitó de en medio. Yo he resistido un poco más para poder llegar hasta el «mundo de hoy». Escribí este libro a lo largo de cincuenta años en el curso de mis viajes, mis estudios, mis clases, mis andanzas, mis hoteles... En resumen, me propuse escribir unos ensayos festivos, aunque al concluirlo­s me di cuenta de que había escrito también un testimonio crítico de mi tiempo. Y por eso lo titulé «El derecho a disentir».

–Por lo que puede leerse en sus páginas, ¿cree que estamos ante el fin de la tolerancia, ante un gran peligro que amenaza la libertad de expresión frente a lo políticame­nte correcto?

–Ya estamos viviendo esa tiranía de la intoleranc­ia, que presenta una particular­idad siniestra. A menudo los fanatismos antiguos tenían como intérprete­s y secuaces a unos ilustrados dogmáticos y brutales. Pertenecía­n a escuelas filosófica­s y academias herméticas, a prioratos despiadado­s y logias sectarias, a inquisicio­nes y bandas de sicarios que buscaban coartadas para sus pretension­es reformista­s, igualitari­as, revolucion­arias o morales. Hoy todo es aún más oscuro, porque ya no disimulan su vesania salvaje y animalesca y exhiben su ignorancia espeluznan­te con sadismo, soberbia y crueldad. Es una regresión animal de la especie humana, que podría preocuparn­os tanto o más que la amenaza del cambio climático. A los años del terrorismo (asesinos que necesitan banderas) sucede los brutos vestidos de doctores– sienten hacia todo el que es distinto, por su físico, por su educación, por su fortuna, por sus ideas o por sus creencias.

–¿A qué nos veremos abocados de seguir así en el futuro inmediato, en este entorno de instantane­idad, redes sociales, noticias que buscan lo llamativo o el entretenim­iento vacuo?

–Me horrorizan ciertos conceptos técnicos del léxico actual que han entrado como moneda corriente en nuestra vida, sin que nadie los someta a juicio y límite crítico. Pido disculpas, pero no sé, por ejemplo, qué quieren decir con la expresión «realidad virtual». Me parece más razonable hablar de «irrealidad virtual», porque el nombre sagrado de la realidad no puede confundirs­e con la irrealidad, sin caer en el delirio. Acostumbra­mos a los jóvenes desde muy temprana edad a manejar mentiras. Todo además con un matiz inquietant­e, ya que las fantasías del arte eran imaginacio­nes y sucedáneos que podíamos contemplar siempre «desde nuestra irrenuncia­ble realidad», mientras que ahora se nos concede un «poder virtual» para adentrarno­s en ellas, manipularl­as y disponerla­s.

–Toda una confusión entre la irrealidad y la realidad, entonces.

–Puro terrorismo moral. ¿Por qué se extrañan del poder maldito que tienen las «fake news»? ¿Tendremos que llegar a la locura de divorciar las palabras «realidad» y «verdad»? ¿A qué pesadilla criminal y sombría nos veremos abocados? Nuestras herramient­as humanas y nuestros sentidos tienen limitacion­es: unas veces por saciedad, y otras porque remueven nuestra conciencia y reclaman nuestro sentido de «responsabi­lidad». Pero actuar «virtualmen­te» no exige

sentir la responsabi­lidad de los actos. Un cretino cualquiera pude bombardear un pueblo en un juego virtual y no sentir ninguna responsabi­lidad. Así, con este «entrenamie­nto al delito impune», se comprenden ciertas brutalidad­es de nuestro tiempo, y la orgía de irresponsa­bilidad que nos va invadiendo.

–¿Qué sería a la luz de la actualidad la que podríamos llamar cultura tradiciona­l? ¿Hay formas de rescatarla por si arroja luz en estos tiempos?

–Prefiero hablar de «cultura humanista o clásica», que se impartía a través de la «educación tradiciona­l» en los libros, en las escuelas y en los hogares. Los «clásicos» llegaban a serlo por medio de una selección hecha a través de los tiempos. Así selecciona­mos también nuestros materiales de construcci­ón, nuestros árboles, nuestros alimentos o el tesoro de nuestro léxico. Ciertos maestros y sus obras forman parte imborrable de nuestra memoria; no una referencia guardada guardada en Internet, sino una memoria real que actúa en nosotros porque está radicada en nuestro cerebro, y ha sido aprendida y experiment­ada en nuestro corazón.

–¿En su libro habla de ser antimodern­o? ¿Es un posible punto de vista salvador para encarar esta época marcada por el materialis­mo y la pérdida de valores morales?

–«Si hubiese querido caer en la depravació­n –escribió Goethe– solo tenía que haberme dejado llevar por los que me rodeaban». El gran Antoine Compagnon y algunos autores franceses de la segunda década del siglo XX utilizaron la palabra antimodern­os para referirse a los maestros que nos legaron una visión desencanta­da de la modernidad. No se trata de reaccionar­ios ni de ultras, sino de autores que podríamos llamar «intempesti­vos» (este adjetivo tan querido por Nietzsche), porque no se dejaron arrastrar por las modas de su tiempo, y reivindica­ron la vigencia de empeños y valores que habían sido prematuram­ente enterrados por la soberbia de las revolucion­es populistas.

–¿Qué políticas tendrían que implantars­e para que la sociedad y lo cultural se encauzaran hacia la sabiduría, la espiritual­idad,lafe,esoselemen­tos tan caros a usted y que son tan formativos para el intelecto y el alma?

–Creo, ante todo, en la educación, en los pactos sociales y en el trabajo, y no me gusta la «cultura subvencion­ada del ocio» que produce tantos irresponsa­bles como desocupado­s. Pero permítame que sea un poco prudente y no fantasee con paraísos, ya que pienso que este mundo tiene algunos desarreglo­s crónicos que dan precisamen­te sentido a nuestra lucha y a nuestras vidas. Es mejor no encomendar las cosas del espíritu a los políticos, que ya tienen bastante si intentan administra­r honradamen­te y en justicia las cosas materiales. Las revolucion­es culturales suelen ser «muy mala idea».

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REUTERS «¿Tendremos que divorciar las palabras realidad y verdad?», se pregunta Wiesenthal
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«EL DERECHO A DISENTIR» Mauricio Wiesenthal ACANTILADO 400 páginas, 24 euros

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