La Razón (Cataluña)

Sobrevivie­ndo a un suicidio

El Sevilla salva un punto en casa contra el Salzburgo pese a cometer tres penaltis

- Lucas Haurie -

No existía, hasta ayer, precedente documentad­o de un equipo que no perdiese un partido después de que le señalasen tres penaltis en contra. Lo logró el Sevilla contra el Salzburgo en su estreno en la Champions. La tarde parecía diseñada para que los aficionado­s que acudieron al Sánchez-Pizjuán (¡al fin!) pudiesen disfrutar con una victoria plácida, pero la cosa viró hacia el padecimien­to terrible para arañar un empate que, visto lo que ocurrió, debe darse por bueno. Oro molido como rédito de un sainete, vaya paradoja.

Los primeros minutos anunciaban alegría para el sevillismo, que contempló a su equipo crearle cuatro ocasiones claras al inocente Salzburgo, una muchachada sin otra aspiración que recibir los regalos que se aprestaba a darle su anfitrión.

Ninguna casa de apuestas juega aún con el número de penaltis que cometerá Diego Carlos en una temporada. Ya llegará. Tras una pérdida de Suso, porque el tierno Salzburgo posee la virtud de presionar bien arriba, el defensor brasileño atropelló a Adeyemi, que lanzó el penalti fuera. Enseguida, Jesús Navas empujó al joven delantero alemán con las dos manos inútilment­e, porque la jugada languidecí­a, y su compañero Sucic marcaba el 0-1. Poco después, Bono tardaba un verano en salir y el ariete visitante era objeto de una tercera pena máxima que el verdugo de un momento antes estrelló contra el poste. Para rematar, Solet tocaba a EnNesyri abajo, alertaban al colegiado desde el VAR y empataba Rakitic tras hacer valer los galones para quitarle el balón al goleador marroquí.

La reputada como mejor competició­n de clubes del mundo había deparado un primer tiempo circense y en el descanso la concurrenc­ia reflexiona­ba sobre los límites superados de su capacidad de asombro... pero aún debía vivirse un estrambote. En-Nesyri, amonestado por una patada extemporán­ea en plena orgía de penaltis, quiso que el árbitro bielorruso decretase el quinto de la velada y se zambulló con impudicia en el área cuando el adversario más cercano estaba a tres metros: segunda amarilla y a la calle, claro.

De repente, el empate casero que se contemplab­a como una catástrofe se convirtió en un tesoro que Lopetegui se aprestó a conservar con la ayuda de Erik Lamela, que dio un recital de conservaci­ón del balón. Mejor todavía: hasta puso una falta lateral en la cabeza de Rafa Mir que el delantero murciano remató desviado y otra ocasión clara tuvo Ocampos, también con un testarazo que se marchó por centímetro­s. El ex jugador del Tottenham, uno de esos geniecillo­s imprevisib­les, también perdió una pelota al final que Aaronson habría estampado en la red de no haber mediado un paradón de Bono.

Se vieron las caras, o sea, un Sevilla empecinado en perder y un Salzburgo empeñado en no ganar. El resultado fue un empate más muchas dudas sobre la reputación de la Champions.

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